La naturaleza química de las emanaciones. Mariana Libertad Suárez. Lima: Colección Lima Lee, 2020. 39 páginas.
Más que un “Éxodo”, así se titula el primer poema del libro, lo que plantea Mariana Libertad Suárez es un inventario post-apocalíptico: el primer verso es un verbo, el verbo estallar conjugado en segunda persona, e inmediatamente se enumera lo que se ha salvado. Mariana enumera lo pequeño (objetos y muestras de afecto), como si importaran realmente esos pocos objetos nimios, seguramente maltrechos; como si tuvieran la dignidad necesaria para entrar en esta reducida enumeración de lo salvable. Ya con este empeño la autora acuña una marca en La naturaleza química de las emanaciones (Colección Lima Lee, 2020), su tercer poemario.
Si en este escenario sólo tienen cabida los restos, los residuos que se salvaron, no podemos esperar una mirada optimista. ¿Qué se le puede exigir? Nada festivo, de esto podemos estar seguros; lo que hallamos es un tono evidentemente grave, que tiene la entereza como única ruta posible. La voz poética debe hablar con el tono de la superación, de la aceptación, esa que llega luego del duelo (no de un duelo a muerte dieciochesco, con espadas o armas de fuego, sino el duelo ante la muerte de un ser amado). Y no es el duelo ante la pérdida física de un solo hombre o de una sola mujer sino un duelo universal, cosmogónico, antropológico, geográfico, global: un holocausto, una tragedia volcánica (“procesos eruptivos”, dice ella, la autora, casi al final del libro), una colisión sideral que acaba con casi todo: “olemos la carne chamuscada después de la hecatombe”.
Nada parece dejarse de lado, nada queda lejos del radar del ojo que recuerda y registra. Este ojo va de atrás hacia adelante, prefiere ir siglos atrás, en algún año de la Grecia antigua, entre los despojos o restos ruinosos de Troya: “en el fondo de mi glotis// consigue concatenar cien mil historias: los pasados, los encuentros, las singularidades moribundas, las pieles hasta entonces no creadas”. Es la trágica escena de Egeo en el risco, ante la fatal confusión generada por la negligencia de su hijo Teseo, quien olvida la sustitución de la bandera. Dioses, semidioses, héroes, personajes del reparto mítico que nunca agotan sus posibilidades de expresión. Es una cantera que aprovecha bien Mariana Libertad: aprovecha algunos de estos personajes y se aprovecha de las atmósferas graves que la tragedia griega, la tragedia como género matriz, puede ofrecer como legado. Esto cobra mayor énfasis cuando Mariana mira el presente desde la metáfora: la tragedia migrante de la Venezuela de este siglo o los actos de violencia de género, padecimientos que la poeta ha confrontado desde la investigación.
El lenguaje de Mariana es culto, acude a referentes culturales que obligan al lector a estar más atento, a releer. No sólo lo que se expone en el poema sino en la escogencia de ciertas palabras que únicamente hallamos en los libros, nunca en contextos del habla viva. Son poemas breves de ponderada opulencia, o más bien escolios, que desde lo formal actúan con el verso libre y van hacia el verso medido (como en el soneto “Noviembre”).
Este libro tiene tres secciones, tres elementos de la naturaleza: Tierra, Aire y Fuego. Mariana deja fuera el elemento Agua, no sabemos por qué motivos, como si con esta omisión quisiera evitar un nexo diluviano.
Néstor Mendoza