La fuerza viva. Alejandro Simón Partal. Valencia: Pre-Textos. 2017. 56 páginas.
Los motivos elegidos están emparentados con la naturaleza cotidiana. En esta obra de justa y bien ponderada escenografía, la necesaria para hacernos parte de la trama, se desplaza el poeta Alejandro Simón Partal. ¿Qué comentar sobre un libro que privilegia desde el mismo epígrafe la categórica firmeza de no morir de amor? Ese verso de bienvenida pertenece a Wislawa Szymborska: “Nadie en mi familia murió de amor”. Con grandes niveles de correspondencia, la cita de la poeta polaca se enlaza con la propuesta de Partal. Y con paciencia descriptiva, con serena limpieza formal, se va articulando todo lo que se mueve y vive plenamente en La fuerza viva.
La fuerza viva recibió el Premio de Poesía Arcipreste de Hita (2017) y llega a los anaqueles peninsulares editada por Pre-Textos. La bibliografía del autor malagueño (Estepona, 1983), doctor en Filología Hispánica por la Universidad Complutense de Madrid, está constituida por los poemarios El guiño de la chatarra (2010), Nódulo noir (2012), y Los himnos abdominales (2015). Como crítico ha publicado A cuerpo gentil (2017), investigación sobre la poética de Juan Antonio González Iglesias.
Alejandro Simón Partal nos entrega una colección de experiencias que en ningún momento transmite impostura. Sabemos que la franqueza y la sinceridad no tienen rango estilístico; sin embargo, en La fuerza viva se resuelve efectiva y afectivamente esta vieja contienda. Lo que pretendemos destacar tiene especial importancia en los poemas que privilegian las anotaciones de vida y en las referencias que pudieran tacharse de autobiográficas. Es el riesgo que se corre con aquellas propuestas de tejido vivencial. ¿Dónde radica esa fuerza viva que tan explícitamente vemos en la portada? Podría residir en lo genuinamente humano, en figuras con afinidad sanguínea (como el mismo padre de Partal: “A mi padre, fuerza vivísima”), en su ciudad y en episodios posibles de ubicar en el itinerario vital de quien escribe desde la gratitud: “Quiero insistir en este día de enero/bajo este sol despistado que cierra/la jurisprudencia de lo humano. / Agradecer como agradece esa rama/que crece desde el cemento/creando una grieta de vida/donde sólo se esperaba grieta”.
En La fuerza viva se percibe la relectura de algunas voces poéticas ya clásicas y otras tantas que dieron forma al nacimiento del siglo veinte español, en viva plática con poetas contemporáneos que Partal enumera a manera de epílogo: en lengua inglesa y francesa (Alice Oswald, Anne Carson e Yves Bonnefoy) y en su idioma materno (Vicente Núñez, Piedad Bonnett, Eloy Sánchez Rosillo, J. M. Villalba, Antonio Lucas, Carlos Marzal y Pedro Villarejo). Y me atrevería a añadir a su listado a un poeta imprescindible, José Watanabe, de quien pudo beber de su ritmo despacioso y visión especular.
La lectura del primer poema me acercó a una inexistente escena de Footloose. Me hizo pensar en Kevin Bacon y su antagonista, en un forcejeo callejero y musical para atraer la atención de Lori Singer (o de Julianne Hough, con sus potentísimos ojos y su atractivo bronceado, en un remake, veintisiete años después). Es una escena, la del poema y la de la película de los ochenta, que gesticula en fotogramas sucesivos, sensitivos y en fuga posterior: “Se vacilan y golpean mientras van/hacia sus motos –cuando marcan veinte/no es veinte; contacto para ellos es sólo arranque–”.
La fuerza viva es un libro pulcro en su dicción; no obstante, se resiente de algunos versos ásperos al oído (“Sueñan un despertar/que más que interrupción es sueño”; “Siempre tarda más en desaparecer/lo que no sabemos si amar”; “lamería la energía”; “Esto que hay hoy”). La disonancia debilita el rigor predominante. A diferencia de estos casos aislados, el encabalgamiento logra afianzarse y nos mantiene muy atentos. Esto ocurre en la segunda estrofa de “Son sólo unos pocos”, trece líneas de rítmica puntuación y una fluidez alcanzada desde la primera persona.
Los pequeños actos estimulan parcas celebraciones. Lo veo claramente en el texto “Raft, etc.”: compartir unos tomates con un poco de aceite, entonces, podría representar una épica para quienes aman en compañía, tomando un café y leyendo a Alice Oswald. El poeta no define con exactitud este encuentro y el género del acompañante: solo esboza la coincidencia, la sugiere. No la agota.
Es preciso manifestar algo quizá explícito pero no siempre confesable: La fuerza viva es un libro amoroso. Bordea algunos principios teóricos explicados por Erik Fromm en su conocidísima obra El arte de amar, específicamente en el prefacio y en los primeros capítulos. Así lo veo porque todo se pronuncia con admiración pero sin sentimentalismos, con distancia disciplinada. El amor como conocimiento y como esfuerzo: “Saben amar porque aman lo concreto/y posan sus manos sobre lo concreto”. A Partal, intuimos, prefiere ofrecer remesas afectivas sin cultivar el sex-appeal. En otras palabras: la experiencia de amar que se hace patente en su poesía.
El amor que procura Partal es el que se logra en la adultez, el que se labra con las historias acumuladas y asimiladas, vistas en perspectiva –en plano picado– para valorarlas, y sobre todo para comunicarlas y hacernos copartícipes, dejándonos llevar “como todo lo que ocurre a media distancia”. Alejandro le habla a su padre, casi siempre –¿siempre?– como en una conversación retomada al vuelo, frente a unas cervezas (no en un soliloquio o discurso póstumo ante la despedida funeraria). Alejandro no espera respuesta porque sabe que él sigue atento, en silencio encubridor. Esa compañía, así lo hemos entendido, no es recurso retórico para generar un retorno ficticio del progenitor.
No ansiamos, refiriéndonos al poeta, una muerte por amor como el hijo de Lola Flores. Morirse en vida por amor o de amor (en ambos casos da igual) también es permitido.
Néstor Mendoza