La derrota de lo real. Pablo Brescia. Miami: Librosampleados, 2017. 146 páginas.
En La derrota de lo real, Pablo Brescia ha escogido apuntalar el libro como arma, el signo de una sintomatología de un malestar cultural contemporáneo. Al respecto, la portada funciona como presentación de los umbrales. El hombre que da la espalda con un traje espacial se encuentra dentro de un paisaje limitado, hombre y traje símbolos de resignación marcados por ese cuerpo paralizado. Pero a la vez, en el gesto de dar la espalda, advertimos una línea de fuga que se traza entre lo gris y más gris. No es el poder visionario de lo maravilloso o fantástico, sino la capacidad para ver detalles cotidianos, partículas, márgenes. Brescia sugiere que solo podemos derrotar lo real viéndolo en sus niveles más prosaicos. Esta operación, en su vocabulario, equivale a calibrar los absurdos, contradicciones y tensiones que acontecen dentro de un mundo. Es así como entiendo la contraportada: el autor —Pablo Brescia— convertido en personaje; un hombre que mira con una prótesis en los ojos. La visión se potencializa cuando acontece en lo cotidiano o familiar.
Si bien algunos cuentos presentan un halo fantástico, es siempre un detalle mínimo lo que marca las peripecias y tensiones. “Takj” y “Las que lloran” tienen conexiones con un estilo borgeano, ya sea por la creación de una atmósfera lejana o de una forma narrativa cargada de erudición. No obstante, Brescia logra que lo borgeano sea un impulso hacia la configuración de su propio sistema. En “Takj” lo determinante va a ser el descuido de no ver las huellas de sangre y la locura que crece en el esfuerzo por detener la muerte. En “Las que lloran” el cuerpo cobra relevancia en los intentos de Rajiv, el protagonista, por negar el placer y luego buscarlo incansable. Las formas de sentir y mover el cuerpo alteran la realidad a través de viajes, desdoblamientos o excesos (como aquella escena en que Rajiv es masturbado durante tres meses por los hombres y mujeres de su aldea).
Aquí, la materialidad cumple una función mundana. Es decir, lo material surge a través de la sangre, el sexo, la placenta y los cuerpos fragmentados (como la prótesis de Randy en “El valor de la poesía”). Brescia percibe que la realidad puede abolirse no solo apelando a un más allá sobrenatural, como hiciera en sus libros anteriores. La potencia de la creación se enfatiza por la búsqueda de la inmanencia. Si antes Brescia traducía mundos invisibles, acordes con una estética fantástica, en La derrota de lo real presenta cuerpos invisibles y a la vez tan familiares hoy en día —héroes mediocres y cuerpos racializados y violentados. Al respecto, resulta emblemático el cuento “El valor de la poesía”. La poesía es despojada del aura de las bellas letras, de su mundo de aristos, y es enunciada desde el cuerpo, desde los espacios oprimidos, desde las incapacidades. El valor de la poesía, para Brescia, no radica en decorar la realidad sino en descubrirla en lo mundano y usarla en defensas concretas. De este modo el autor sigue la noción de poesía manejada por Enrique Fierro. Randy y el Uruguayo resisten ante ese hombre de traje y maletín negro, ícono de una ideología liberal. Pero la resistencia no es a través del discurso sino desde la violencia. La derrota de lo real plantea así entender la literatura como una toma de posición política capaz de materializarse en acciones, en contagios de afectos, en impulsos vitales.
Por esto mismo el libro pierde algo de potencia en los cuentos metatextuales que recurren a referencias pictóricas o literarias. No se puede vencer lo real desde lo “literario, demasiado literario”. Así “Gestos mínimos del arte” o “El señor de los velorios”, parte del segundo segmento del cuentario, “El resto es literatura”, quedan como ejercicios anecdóticos. Pero en dicho segmento aparece una confrontación entre un tipo de esteticismo (tan criticado por Huidobro en versos de Altazor, “Basta señora poesía bambina”) y una desmitificación de la literatura. Por un lado, decidir por la afectación y erudición; por otro lado, optar por una crítica de la ampulosidad o el vacío de la escritura. Brescia escoge confrontar a la crítica literaria en “Pequeño Larousse de escritores idiotas”. El narrador va a solazarse en datos sin importancia, va a exagerar en sus juicios y le va a buscar los cinco pies al gato a un cuento que no tiene ninguna defensa ni riqueza. Se ataca aquí al crítico salvatrucha (Luiselli dixit), al reseñismo como quien hace churros. En una parte se cita un verso de Witold Arcé: “Escupa para abajo”. El comentario que sigue es vacuo y exagerado: “los críticos destacan la crisis de la subjetividad y la búsqueda de la propia expresión” (63).
Frente a este modelo de prosa bizantina, Brescia apuesta por un estilo sobrio. Siempre hay un ritmo que sostiene la calma incluso en los momentos más álgidos. No estamos ante explosiones (acaso la única excepción sea “Putas, o Las Lenguas”), sino frente a esperas, concentraciones que luego van desplegándose conforme el narrador opta por la sobriedad. Este estilo no implica una disminución de intensidad, sino una regulación que aspira a una mayor profundidad y sorpresa. Así, “Un problema de difícil solución”, donde el descuartizamiento o lo grotesco se cuenta en una prosa sin patetismos: “Beso ese cráneo que ya casi no pertenece al cuerpo y le meto la lengua en una oreja. Creo advertir una mueca de placer. Me muevo despacio, me deslizo rítmicamente para llenarme de sangre, para que me sienta”; “Abro los ojos. Acaricio eso frío, mutilado, potente, que está debajo de mí. Enciendo otro cigarrillo, pero esta vez el gesto no es de nerviosismo, sino de descanso” (18).
Me pregunto si esa sobriedad de los narradores es expresión de una sensibilidad adormecida en tiempos globalizados. ¿Brescia articula el estilo que señalo como una forma de enfatizar modalidades quebradas de sentir? Hay una tendencia por focalizar realidades quebradas, condiciones de vida controladas por violencias hegemónicas. Esa sintomatología del mundo contemporáneo de la que hablaba intenta detectar problemas sociales e interpelar violencias contra cuerpos femeninos ( “Puta, o Las Lenguas”), o contra los migrantes en USA (la imposibilidad de Jonathan de escribir sobre los hispanos en New Jersey en “Melting Pot”, o los comentarios xenófobos de Wilson en “Código 51” —“Usted, comisario Torres, no deja de ser un mexicano de mierda ¿entiende? Esta no es su tierra ¿entiende? Hay que acabar uno por uno con ustedes, son como las cucarachas. Hay que limpiar esto, empezando por usted” 114).
Asimismo, se observa una necesidad por analizar una vida reducida por el capitalismo. “Un día en la vida de Mr. Black” se concentra en los reveses de un héroe caído, icono de un white trash, reducido a una cotidianidad impotente. El esfuerzo de Mr. Black por realizar actos heroicos no solo se debe que le queda poco tiempo antes de morir. Lo que busca, sobre todo, es existir, hacerse visible en un sistema que no le reconoce ningún valor. En este sentido, la idea de “ser” solo es posible a través de la absorción de las reglas del capitalismo. Esto es lo que sucede en “Mr. White pierde y recupera”. El protagonista usa un pene desmontable en momentos precisos. Es decir, el cuerpo se desecha para las acciones cotidianas, cobrando solo valor en el sexo. Este sistema-mundo se quiebra a través de un sentimiento de abyección, cuando el cuerpo se reconoce ya no desde la objetualidad o la asepsia, sino desde su materialidad más íntima. Otra forma de derrotar lo real, y con ello la ideología que la sustenta, es reconocer la mundanidad del cuerpo, su propia suciedad o límites. Mr. White logra recuperar su pene desmontable pero Ms. Lancaster, que intenta colocarse su Vagina Portable, “tira el aparato contra la pared sin pensarlo demasiado” (127). Brescia nos recuerda que es posible confrontar el modus vivendi impuesto por la globalización capitalista.
Conforme mayor mundanidad, más firme la toma de posición del autor. Volver a lo sencillo para desmontar lo real. El relato inaugural, “Un problema de difícil solución” anuncia en su primera línea: “Hay una historia” (15). Narrar no desde ficciones cosmopolitas, no desde lo artístico, narrar desde el aterrizaje. Volvemos a las tensiones de la portada: el hombre en traje del espacio no está en alguna galaxia, existe pisando la realidad, en un íntimo aquí. Y desde allí enunciar, hablar, criticar. En el relato que cierra el volumen, “El valor de la poesía”, dentro de una vida agrisada, los sueños de Randy enfatizan su incompletud, la pérdida de una pierna (hecho concreto en el mundo representado del cuento). Sin embargo, cuando ocurre la liberación de la resistencia, cuando la poesía ha cobrado una intensidad inmanente, solo entonces los sueños de Randy le otorgan plenitud: recupera la pierna y ríe con su amigo el Uruguayo. Y de esta manera su afirmación de la realidad es mayor sin caer en negaciones o artificios. Lo real es derrotado siempre desde lo mundano, partículas, interferencias. Estas experiencias, a veces imperceptibles son, quizá, la muestra más cabal de las múltiples dimensiones de La derrota de lo real.
Christian Elguera