La casa devastada. Carlos Cociña. Santiago: Alquimia Editorial, 2017. 110 páginas.
Iba cruzando la cordillera cuando abrí este libro. Sobrevolaba las cumbres nevadas y las planicies horadadas tras milenios de la acción del agua. Entonces ahí, ante ese panorama, entre el blanco de la página y el negro de la letra, me vinieron dos preguntas: ¿qué es la poesía? ¿Qué es una casa? Varios meses después di con una respuesta a esa experiencia de extrañamiento; Goethe tenía una palabra para eso: apercu, es decir, el momento en que estando en plena contemplación de un objeto, surge en nuestra mente una intuición, una certeza que interrumpe todos nuestros procesos vitales. Ese relámpago no solamente nos impacta por su luz, sino que hace que de alguna manera nos sintamos inmersos en una totalidad: y a partir de ahí nos repensamos. Si un libro puede hacer esto es porque funciona con la intensidad del impacto de un bosque o una catarata o el momento anterior a la tormenta.
Pero vuelvo a la primera pregunta ¿qué es poesía? ¿Es poesía la escritura de La casa devastada? Lo que sabemos es que en un primer entronque nos encontramos con una prosa científica, técnica y maciza, con fragmentos separados por números y anexos, variaciones. Pero, ¿son realmente conclusiones científicas las que ahí se desarrollan? No lo creo, aunque se parezcan. Lo que Cociña ha venido practicando por más de 40 años de escritura es entroncar la percepción con un lenguaje objetivo, como una manera de vincular esas visiones con los elementos que las circundan, así de esta manera, y citándolo, “a la intemperie se pierden las diferencias”, se elimina el yo y todo resulta parte de un gran proceso:
“Las cosas se mueven, sin considerar la percepción. Aunque moverse es una categoría mental, ello no invalida el desplazamiento. El viaje a las zonas de impacto tiene coherencias estructurales independientes de cómo operemos o estemos en ellas”. [CASA | 02]
El mundo se mueve con y sin nosotros, pero es esa percepción la que nos vincula a un universo en constante transformación: la roca que tomamos en nuestra mano, aunque inmutable a la vista, se encuentra en pleno y continuo proceso de erosión, de sulfatación de sus minerales, de convertirse en polvo o en otra roca mayor. En cierta forma, creo que la propuesta de Cociña también tiene que ver con reescribir la biología sin ser biólogo, la física sin ser físico, el urbanismo sin ser arquitecto, en fin, materias afines al desplazamiento de este libro, para hacer un giro hacia el interior de la composición misma de la realidad, a la composición de los elementos, y quizás por eso podríamos vincular esta escritura a la poesía, por aquello que Enrique Lihn llamaba la “antiespecialidad” del poeta, es decir, su capacidad de inmiscuirse en cualquier lenguaje, en cualquier temática y esguinzar cualquier definición técnica y concluyente de lo real, para de repente decir:
“Es permanente la sorpresa del agua. Su capacidad de recuerdo, y de eliminar los contornos para ser parte de todas las cosas” [LÍQUIDOS | 03]
La voz de Cociña no surge entonces de un Olimpo o de las calles que lo circundan, para nada, su visión es más bien perimetral o similar a la de un dron, que sobrevuela poblaciones humanas o zonas descampadas y que, a la vez, puede enfocar de tal manera que se convierte de pronto en la visión en un microscopio: toda una galaxia de interactúa detrás de nuestros ojos. Él mismo declara “estoy en la fragilidad de los andamios” (1), o sea, desde una estructura sin cimientos fijos y firmes, sino desde un emplazamiento temporal, utilizado para tareas constructivas, de reparación o mantenimiento de un inmueble. Desde ahí luego nos dirá “me preocupan las fisuras que quedan tras los cierros”, un verso abierto (como todo en este libro) pero que también podría funcionar a la manera de poética, porque en esta escritura toda entrada en un desplazamiento y en los elementos permiten un giro reflexivo de su propia inscripción, incluso un espacio para la lírica, una “intimidad paradójica, contradictoria, misteriosa, vivificantes, distensa y lúdica” (06).
La casa dentro de este esquema es el lugar donde todas las posibilidades de la materia se hacen patentes: el humo, el concreto, los circuitos de agua, acantilados, bosques, campos, los riscos y su diversidad vegetal, las modalidades del viento, la vida mineral, las moléculas, la humedad o su falta, el sonido, la actividad cerebral. La casa es el mundo circundante, ese que el biólogo Jacob von Uexkull definía como: “un baile incesante e infinito de átomos”, un todo donde “hasta lo más pequeño, muestra un orden, un sentido y un significado. Todo produce formaciones crecidas a tal punto que desaparecen para dar lugar nuevo a otras”. La casa es el espacio de la transformación y de la afirmación. Cada parte de este libro se abre al espectro de esas posibilidades:
“La sensación es silencio, estrellas en axones”. [Materiales en el lugar equivocado | 1]
“Cuando es largo el camino de regreso no se llega al lugar”. [Materiales en el lugar equivocado | 14]
“Todo asentamiento es del agua”. [LÍQUIDOS | 02]
“Las cosas tienen el silencio del agua”. [LÍQUIDOS | 03]
“La realidad está en otra parte, estamos en ella”. [Aterrizar en palabras | 03]
“En vuelo los pájaros marcan el aire con el calor y viento que desenganchan los árboles”. [Esquina | 01]
La casa devastada despliega una escritura que va entre la poesía y la técnica, por algo que es fundacional en ambos tipos de lenguaje: la definición. Tanto la ciencia como la poesía se dedican, en su esencia, a decir que las cosas son algo; la primera para llegar a una ley o verdad, la segunda según Cociña “construye una realidad verbal, en que las relaciones que se establecen en esa escritura son homologas a la verdad de la realidad”. Este es el valor radical de esta propuesta, en un tiempo donde el arte ha abandonado las certezas y cada vez se valora más una obra por su estado de indeterminación. Esto no quiere decir que en estos fragmentos lo nebuloso y lo indistinto no sean también parte de sus cimientos, pero todo un paisaje mental se compone aquí a partir de que el verbo “ser” da existencia en medio de una cadena de montañas envueltas por la niebla: la realidad se simula y en esa simulación se define.
En este sentido no creo exagerar al decir que la contundencia del trabajo de Cociña podría ser puesta en paralelo con otro cambio paradigmático en el uso de lenguaje en la poesía chilena, hablo ni más ni menos de Poemas y antipoemas de Nicanor Parra o también La Nueva Novela de Juan Luis Martínez, ya que confronta y abre un surco (trabajado desde hace mucho por Cociña) que se vuelve inevitable a la hora comprender el poder deconstructivo de la poesía frente a los discursos predominantes. Al menos, esos dos libros, al igual que este, nos vuelven a poner ante las preguntas “qué es un poema” y “qué es la poesía”, y también poseen esa misma intensidad corrosiva y recicladora.
Por último ¿por qué la casa está devastada? Si la casa es el territorio físico y el territorio de la percepción, el código utilizado para construirla transgrede desde ya nuestras preconcepciones, el lenguaje es el primero en ser devastado. Pero hay un sentido más importante de este término y que me parece más atingente, porque no sólo la casa se construye a partir de la devastación discursiva, de la ruina, sino también a partir de una devastación patente de los ecosistemas, de una pregunta por la ausencia de un elemento en la cadena trófica, o por el futuro del mar envuelto por el plástico, el crecimiento irregular de las ciudades, la intervención de los movimientos del agua, la sequía provocada en las tierras, la preocupación por el ruido y el encierro: “Las sociedades disciplinarias organizan los espacios de encierro […]. Es la violencia el sentimiento mismo y la homogeneidad la fomenta”. Las cámaras nos observan y ejercen su violencia en los espacios urbanos y con esa violencia terminamos edificando nuestra visión torcida del mundo. Cociña, aunque ingeniero en la ruina, ofrece una propuesta:
Plantar árboles. La mayoría te sobrevivirá. A algunos podrás subir, mientras puedas. Extenderán sus raíces, mientras caminas, casi siempre, alrededor de ellos. Como sean sus hojas, cambiará el horizonte y la luz desde donde mires. Casi no tendrás que cuidarlos, sólo dejarlos libres, inmóviles en la tierra y aleteantes en el aire. Les impondrás un idioma que olvidarás, y tendrán preguntas en lo que crees certezas. [CASA | 08]
Creo que esa es la cabeza de lanza que nos deja La Casa Devastavada de Carlos Cociña, la posibilidad de construir a partir de todos estos retazos un lenguaje transparente, hecho de preguntas, con certezas que a ratos nos pueden parecer imposibles, pero que son a las que nos debiera de abrir la poesía, como una manera de trastocar nuestra mirada del entorno y su composición; hay algo de nosotros en la roca y en el liquen, en el cerebro y los axones del otro, porque aunque no los percibamos, “aún así, vibran los prados, las aguas, los aires, en una luz suave e inestable que transluce materia cambiante”.
Diego Alfaro Palma