España: Editorial Pigmalión, 2024. 96 páginas.
Un país se desangra en palabras. La poesía no oculta la herida, la abre para señalar sus sombras, sus meandros, sus accidentes humanos. La muerte, más que la vida, atravesada en un libro donde se debate el silencio con los gritos. Un país en medio de un poema sangriento, doloroso, salpicado de angustias, luto: sus cicatrices son el almanaque de las pérdidas.
Tan breves son los días que caben en el ahogo, en la detención cardíaca de quien es ajusticiado, derribado, martillado por la fuerza de la muerte. Es la muerte un personaje vivo en una mirada zigzagueante. En La brevedad de los días, donde abunda la historia de una tierra acosada, la poesía no puede ser la lírica de otros tiempos. Aquí está el desgarramiento de varias generaciones envueltas por los versos que la poeta colombiana Martha Cecilia Ortiz Quijano vierte como conjura. Martha Cecilia también es autora del poemario Desde la otra orilla (2020) y curadora de la antología Luz al vórtice de las palabras: cartografía poética de mujeres colombianas (2022).
La brevedad de los días se recorre en cinco estancias que recogen una realidad punzante, terrible, tan visible a los ojos del mundo que se presenta como una postal de desolación, toda vez que la fuerza de la violencia ha hecho de Colombia una suerte de mapa zurcido. Desde las palabras que se entregan en estas páginas se advierte el dolor, la imagen más violenta de unas facciones que han convertido ese bello país de grandes pensadores y escritores de América Latina.
Así, “El estallido de los gorriones”, “Álbum familiar”, “Los destellos del relámpago”, “A los otros” y “Las mujeres que me habitan” conforman un tejido en el que esa figura que insiste, la muerte, y el destino de los migrantes, los seres con su carga de voces en huida y “los muertos y los desaparecidos de la patria”, los arbitrados por el abuso, por la fuente de una política criminal, son el contexto de esta muestra poética.
“Ortiz Quijano escribe sin adornos: su poética es un zarpazo, un rasguño gramatical, una vertiente ambulante de la queja de quienes tienen la muerte de los parientes ante los ojos.”
Entonces, la poesía interviene, se hace cargo de quienes no pueden hablar, de quienes han perdido el acento, el tono, la tesitura de sus lamentos.
Esta es una poesía de la familia, la que se reúne alrededor de los recuerdos, pero también de la desmemoria. Ortiz Quijano escribe sin adornos: su poética es un zarpazo, un rasguño gramatical, una vertiente ambulante de la queja de quienes tienen la muerte de los parientes ante los ojos, en el cuerpo, en los cadáveres que hablan desde estos versos, desde la ecuación que se traduce en la casa abandonada, en la mirada perdida de la madre, en el hermano muerto, extraviado o desterrado, hasta atinar a decir una plegaria, un poema angustioso, volcado hacia el término eternidad.
Desde esta maceración de sentimientos, Raúl Gómez Jattin y Alejandra Pizarnik aparecen como estandartes de esa realidad que acontece tanto en la vida urbana, en la del monte, como en el alma de las tantas mujeres que son Martha Cecilia Ortiz Quijano, expuesto su contenido a través de una prosa rica en imágenes, en tensión y en un paisaje que no deja de ser el plural de una sociedad verbal convertida en poesía.
Breves son los días, como eterna es la muerte. Y breves son los poemas que aquí se conjugan con la singular manera de decirlos, de rezarlos, de cantarlos frente a todas las ventanas, frente a todos los pueblos. Esta poesía seguirá hablando mientras siga vertiéndose la sangre de quienes desean habitar en una geografía más amable.