Las novelas de Mayra Santos Febres proponen una estética caribeña. Sirena Selena vestida de pena nos habla de la negociación de géneros e intergéneros, Cualquier miércoles soy tuya lidia con los afectos trastocados, Nuestra Señora de la noche negocia la raza desde la marginalidad, Fe en disfraz desde la Academia y Yo misma fui mi ruta cuenta los avatares de nuestra poeta nacional Julia de Burgos. En su última entrega, en La amante de Gardel, la negociación se hace desde la Medicina oficial y desde la otra inteligencia de Mano Santa, herbolaria y curandera, la abuela de la doctora Micaela Thorné, cirujana, quien negocia a su vez con los que detentan el poder.
La figura del bardo Carlos Gardel (1890-1935) estructura la narrativa desde las ansias de su relación interracial con Micaela, con todos los problemas que esto acarrea en el Puerto Rico de los años 30. Cuando Gardel hace una gira por la Isla, canta en el Teatro Paramount de San Juan, y en otros pueblos. Su historia se toca con la de Micaela a medida que él le cuenta a ella, y ella nos narra, en síncopa, tanto su propia vida como la del cantante, actor y compositor franco-argentino. La carrera del artista famoso se explica a la luz de las palabras de Micaela, pero a través del prisma del Amor, y del origen humilde de Carlos Gardel en su barrio del Abasto en Buenos Aires. Nadie lo conoce como ella. Su encuentro es como un tango porque “el tango es negro”, como dice Gardel. La novela es la reescritura de “El día que me quieras”, “Sus ojos se cerraron” o “Volver” en ritmo caribeño. Esto da pie a la prosa, para embarcarse en la literatura erótica, porque La amante de Gardel es mujer de un solo hombre y el encuentro erótico de El Zorzal y Micaela aparece narrado en poemas autosuficientes de una belleza singular, como el del encuentro de sus cuerpos en la cadencia del tango: “Bailamos sobre el tiempo y no sobre la arena; o quizás sobre un reloj de arena, sobre una canción arenosa, qué sé yo. Su paso lento, chorreoso, se metió entre los huecos de mi paso. Luego Gardel dio un giro que me hizo perder el equilibrio, lo que aprovechó para inclinarse sobre mí. Pensé que me iba a besar, pero no: siguió con su cara tocando la mía, mirando por encima de mi hombro mientras me inclinaba”.
Lo más sorprendente de esta entrega de Santos Febres es la sencillez de su palabra, la exposición clara y precisa como en un tratado de Medicina, de los efectos de una planta medicinal para aliviar el mal francés que padece Gardel y que aquejará también a su amante Micaela Thorné al final de su vida. La contaminación de una sangre con otra, el intercambio de fluidos corporales malsanos es una metáfora de cómo la sociedad ve las relaciones interraciales de ambos y cómo más tarde la traición de Gardel es producto de las convenciones sociales de la Isla. Pero como dice Micaela hacia el final de la novela, en el momento de su triunfo profesional: “Me convertí en la única negra que no limpiaba pisos, que no servía comidas, que entraba por la puerta grande del hospital. La única que no estaba allí para que controlaran su capacidad de seguir pariendo hijo tras hijo, presa dentro de la bestialidad de la carne”.
El resentimiento esencial que marca el personaje de Micaela se explica como reacción a los espacios que se le han negado al mulato y al negro a lo largo de la accidentada historia puertorriqueña, resentimiento que se comparte en contrapunto con la historia del negro Ricardo, uno de los músicos clave de Gardel. La sabiduría de la abuela Mano Santo y de su nieta, la futura doctora Micaela Thorné, se comparte en las cualidades de una planta capaz de aliviar y hasta posiblemente curar la sífilis, pese a que en un momento de venganza absoluta y suprema, ella no le administra la dosis pura del extracto de la planta a Gardel justo en el momento de la despedida, cuando él le dice: “-Chau, negra, cuidate—me dijo y se fue”. Antes, la narradora nos había aclarado: “Estaba segura de que, si sobrevivía a la dosis, su garganta jamás volvería a inflamarse”. Pero la mayor traición, la que amarga la vida de Micaela, es la que ejecuta al momento de revelar el secreto de cómo destilar la planta a la doctora Martha Roberts en la Escuela de Medicina Tropical. Secreto que será la llave de sus saberes porque gracias a ello le darán la codiciada beca para hacerse doctora en Medicina en el Norte. Traición a Mano Santa, su abuela herbolaria y curandera, quien guardaba el secreto celosamente. Al traicionar a los suyos se traiciona a sí misma, pero logra acceder a los espacios del poder de los blancos de tú a tú. Es un toma y daca del personaje que al final de la narración, en una serie de preguntas retóricas, explica su posición como una mujer completa: “¿Acaso soy mujer ahora que muero sola en este rancho de La Doradilla? ¿Qué es ser mujer en estos tiempos: un juego con la muerte, un eco que resuena en la distancia? Después de todo aquello que viví, ¿acaso es posible el regreso? ¿Ahora que estamos liberadas del cuerpo, no es soledad el nombre de nuestro viaje?”.
Este libro marca los 15 años del arte de novelar de Mayra Santos Febres, desde que Sirena Selena vestida de pena inauguró su carrera como novelista internacional publicando en la Editorial Mondadori de Barcelona, en el año 2000, su primer éxito continental. Con ello se dio la internacionalización de la literatura puertorriqueña del siglo XXI, que ya había comenzado en el siglo XX con figuras como Luis Rafael Sánchez, Rosario Ferré, Edgardo Rodríguez Juliá, Mayra Montero, y más recientemente con la concesión del Premio Rómulo Gallegos 2013 a Eduardo Lalo.
La amante de Gardel es, pues, una novela perfecta. En ella se entrecruzan los discursos de raza, diáspora y género como en ninguna otra de las entregas narrativas de Mayra Santos Febres. Aquí la escritora se encuentra con su verbo de frente y, finalmente, escribe la novela que viene ensayando desde todas las anteriores, para darnos un producto completo y redondo. La carrera de Carlos Gardel y su paso por Puerto Rico marca el momento de la modernización de esta Isla del Caribe como base experimental de los espacios que el espectáculo va a tener en el resto de Latinoamérica. El encuentro de Gardel con la diáspora boricua en Nueva York va a internacionalizar su carrera y el cantante se da cuenta que ya no debe seguir cantando para Madrid, París o Nueva York, sino para toda nuestra América.