Rosario: Beatriz Viterbo Editora. 2023. 236 páginas.
Todo libro de ficción propone, a veces de modo deliberado por parte del autor, a veces de modo inconsciente, un concepto de literatura. Interiores (Beatriz Viterbo, 2023), segundo libro de cuentos de Juan Vitulli, parece afirmar que la literatura es, ante todo, más que una historia narrada. Para Vitulli lo que importa es la presentación de un sistema de símbolos anclados a la narración, a partir de los cuales resuenan otros mundos que parecían ocultos. Incluso Interiores propone que la cualidad de la literatura, su valía, está siempre más allá de lo contado, acaso en los intersticios, en aquello que escapa del entendimiento, de la comprensión absoluta.
El libro está compuesto por nueve cuentos largos. Si bien no están organizados en secciones, destaca la ubicación central del cuento homónimo, el quinto de los nueve, que sintetiza con exactitud las características temáticas y formales que los otros anuncian. En ese sentido, no se trata de un mero conjunto de relatos sino de un cuentario, en la medida que las historias establecen contacto entre sí desde distintos puntos. Dicho esto, se puede afirmar que los personajes de Vitulli comparten, entre otros, el dilema de la lengua, la búsqueda constante del sentido, la perplejidad y el movimiento perpetuo por distintas geografías.
El grupo inicial está formado por los siguientes títulos: “Uccello”, “Tres versiones de Eliseo Yáñez”, “El nadador de noviembre” y “Ferocidad”. En todos ellos, narrados desde la primera o la tercera persona, se presenta a personajes devorados por la rutina, migrantes en su mayoría, jóvenes o viejos, cuya vida cambia cuando entran en contacto con una realidad incomprensible, inasible. Por su parte, el segundo grupo lo conforman “Tres botellas de aceite”, “A veces parecen tres” (finalista del Concurso Municipal de Narrativa “Manuel Musto”, 2021), “Descolorido” y “Fuga”. En este grupo, predominan sobre todo los espacios y las acciones: el supermercado, un atraco, un hospital, una visita, un bar.
Por otra parte, es posible destacar elementos metatextuales en algunas de estas historias. Es el caso de “Uccello”, cuya descripción de unas galerías cavadas por mineros, hacia el centro de una montaña, dialoga de forma directa con un bagaje borgiano ya instalado en el imaginario latinoamericano:
[…] sabíamos que ahí debajo se extienden, como los tentáculos de un pulpo monstruoso, decenas de caminos que otros, antes de nosotros, cavaron, pero que ya nadie se va atrever a explorar otra vez. Cada túnel terminaba en una cámara circular a la que se entraba por una mínima apertura tallada también en la piedra.
Este diálogo no se limita, por supuesto, a la mención de ciertos laberintos o ciertas ruinas circulares, sino principalmente a las búsquedas inciertas, muy humanas, que representan. En esa línea, “Uccello” es quizá el cuento que más apela a lo simbólico. Tras su lectura, se evidencia que la montaña no es un cuerpo geográfico sino la vida misma, con sus bifurcaciones y sus dramas. La búsqueda de un metal precioso –descrito con el color violáceo de los cuerpos muertos–, además de representar las típicas codicias capitalistas, muestra el sin sentido de ciertas acciones humanas, cuyo único fin es la muerte.
En el caso de “Tres versiones de Eliseo Yáñez”, el personaje central es un ingeniero civil, migrado muchos años atrás, ya establecido, que viaja para supervisar el estado de los puentes en la costa de Estados Unidos. Es un personaje carcomido por la rutina como los mineros de la historia anterior. Leemos entonces: “Tres décadas pasaron siguiendo el curso predecible de la vida en el norte de Indiana”. Pero, de pronto, su vida sufre un quiebre repentino: “algo comenzó a inquietarlo y ejercer en él una influencia desconocida”. La figura del puente, ese elemento que une un extremo y otro, destaca sin duda en esta historia, en la medida que el personaje principal, de pronto, dominado por alguna fuerza, decide quitar una pieza y alterar para siempre su equilibrio.
“EL LIBRO PRESENTA AL PEQUEÑO PUEBLO, TODO LO ALEJADO DE LA METRÓPOLIS, TODO AQUELLO QUE, EN APARIENCIAS, HA SIDO DEVORADO POR LA RUTINA”
Además, resulta atractivo que, ante la imposibilidad fonética de ser llamado por su apellido español, Eliseo disfrute de ser llamado “Mr. E”. Las resonancias de ese, mister i, o mistery, sin duda, adelantan su progresiva transformación en un sujeto que altera sus rutinas, su aspecto físico y que, principalmente, empieza a ver el mundo diferente: “ver hilos de plata en todas las cosas que toca”. Consideramos que con este cuento Vitulli abre una problemática ya anunciada en el cuento anterior: ese “ver el mundo de otra forma” es justamente lo que sugiere el autor.
En “El nadador en noviembre”, se cuenta la historia de Carla y su padre, un hombre atípico, excéntrico, que goza de tomar baños en una playa desierta, en pleno invierno, en medio del hielo. No es una actitud que cuente con una razón específica, pero, alrededor de esta actividad, se teje la relación entre ambos. La ternura con que se abordan algunos pasajes, en contacto con este joven personaje femenino, contrasta con otros cuentos en los cuales se presenta la relación padre e hijo.
También “Ferocidad” explora una relación familiar, aunque en otros términos. Presenta a un técnico en enfermería, encargado de trabajos esforzados y penosos en un hospital, y a su joven hijo. Se describe cómo varía la rutina de su pueblo, Gladstone, tras el “ritual” de ver a unos osos alimentarse de salmones antes de la hibernación. De forma progresiva, la narración aborda la degradación de animales y humanos: los primeros se tornan ciegos, pierden sus pieles, partes de sus cuerpos, mientras que los segundos desean, casi al final, solo cazarlos o celebrar la decadencia física de manera violenta: “Debían estar a la altura de la ferocidad que de ellos todos esperábamos”. El personaje central, el padre, migrante, quien debió hacerse un lugar en ese pueblo, lamenta los sucesos. Su hijo, nacido allí, sin otra memoria que haber vivido siempre en ese espacio, celebra la rabia, la ferocidad que se apodera de todos.
Por su parte, la centralidad de “Interiores” obedece a la conjunción de todos estos elementos. El cuento desarrolla la historia de un migrante dividido aún entre su lengua natal (el español) y la lengua que debe adquirir, que le parece, aun luego de varios años, “un enigma difícil de resolver”. La primera parte del cuento presenta la rutina de este personaje: sus desplazamientos por una ciudad que no termina nunca de hacer suya. La aparición de Darío, un sujeto que, acompañado de su esposa, busca recoger su testimonio, marca el cambio de la narración.
En este cuento, la prosa de Vitulli alcanza nuevos picos estéticos. El autor presenta una loable variedad técnica que incluye otros recursos. Por ejemplo, una película inglesa que proyecta el drama de un inmigrante hindú, en el cual se reconoce nuestro personaje principal, y sobre todo el testimonio que éste ofrece, y que clarifica la oscuridad de su origen. En ese sentido, en “Interiores” destaca la diferencia entre “el mundo de afuera”, al que pertenece siempre el migrante, el que jamás se adapta, aun cuando establezca rutinas específicas, y el “mundo de adentro”. En un desplazamiento final por la ciudad, en el auto de Darío, mientras va del refugio donde trabaja al pequeño cuarto donde vive, nuestro personaje consigue ver por primera vez la ciudad a la que trata de incorporarse con una perspectiva definitiva: “[…] Los interiores son muy hermosos y se nota el contraste con el frío de afuera, pero también hay algo que no le atrae de esos lugares que parecen fuera del tiempo que ellos están atravesando ahora en las calles de Dayton”.
Ahora bien, en la búsqueda por este origen donde el personaje se sienta cómodo, en verdad establecido, Vitulli recurre a la tradición literaria, a una geografía sutil. Se conecta de forma directa, por ejemplo, con Juan Carlos Onetti, autor que resuena de forma constante en sus páginas: “Valeria sonríe de inmediato cuando escucha el nombre, sintiéndose un poco engañada, pero al mismo tiempo parte de una historia mayor que se vino escribiendo desde Salto o quizás desde Santa María”.
En Interiores, aun cuando no existe una localidad propiamente fija, es posible verificar una anécdota mínima que se extiende, migra y se universaliza. El libro presenta al pequeño pueblo, todo lo alejado de la metrópolis, todo aquello que, en apariencias, ha sido devorado por la rutina; pero que bien mirado –mirado con lupa– en realidad esconde otros mil universos. Juan Vitulli ha escrito un libro que se instala, con mucho mérito, en una historia literaria mayor.