Lima: Literatura Random House. 2023. 443 páginas.
Peter Elmore, en La fábrica de la memoria (1997), recuerda una reflexión de Stephen Dedalus, el héroe de Ulysses de Joyce y, según su tenor, la historia es una pesadilla de la cual no es posible despertar. Elmore afirma que regresar desde la ficción hacia el pasado es algo que no ocurre de manera gratuita o arbitraria, sino que responde a la necesidad de poner en práctica una exploración, desde la escritura novelesca, de momentos significativos, acaso traumáticos, de ese pasado. La novela histórica en América Latina ha servido, muchas veces, para representar un pasado que reverbera en el presente y le da sentido. Eso explica que los dos periodos históricos que aparecen con mayor frecuencia en esta tradición narrativa sean la experiencia colonial y el proceso de Independencia, dos momentos en los que nacen las profundas fracturas sociales y culturales que han permeado la vida de nuestra región.
La mayoría de estas ficciones se sitúa en un horizonte crítico y activamente cuestionador de discursos oficiales y falsas conciliaciones con el pasado. Un reciente viaje por este territorio es la novela Francisca, princesa del Perú (2023), del peruano Alonso Cueto, donde se narra la vida de la hija del conquistador y el cruento trato que recibe su madre por parte de este. Hay que notar que Francisca Pizarro no es un tema nuevo en el archivo histórico nacional y que sobre su figura hay un canon historiográfico. Guillermo Lohmann, José Antonio Del Busto o Waldemar Espinoza le han dedicado estudios, despejando muchas dudas y sombras sobre su existencia, llena de azares y dolores. María Rostworowski es quien la ha asediado con abnegada insistencia, en Doña Francisca Pizarro. Una ilustre mestiza (1989).
Precisamente Rostworowski aventura una comparación entre Francisca y el Inca Garcilaso: “Ambos representan toda una época de profundas transformaciones. Mientras Garcilaso quedó marcado por el ambiente andino, Francisca creció rodeada del mundo hispano. En su caso pareciera como si lo indígena hubiera sido cuidadosamente puesto a un lado para fortalecer, en su persona, las costumbres y tradiciones españolas”. La historiadora apunta que la reivindicación de Francisca remedia en parte el olvido que se ha cernido sobre el resto de mujeres mestizas en un siglo “fatídico” como el XVI.
Pero aún estamos en la orilla de la historia. A estos esfuerzos de investigación, se suma ahora una propuesta literaria, la novela de Cueto que aquí comentamos. Debido a antiguos prejuicios, la ficción quedaba en entredicho frente a la construcción del discurso histórico, que en teoría ofrece mayores garantías, dando pie a una separación casi incontestable. Mientras la historia compulsa documentos y fatiga archivos para demostrar cada afirmación, la ficción se toma libertades que, sin embargo, pueden provocar un efecto marcadamente distinto: invitar a (re)pensar y (re)interpretar a los personajes, por actuar allí donde la historia no penetra con tanto afán: la subjetividad y su tejido de relaciones con el tiempo y el significado.
Sin embargo, en los últimos tiempos pueden notarse más puntos de contacto y menos divergencias entre ambos órdenes textuales. Lo cierto es que entre historia y literatura hay complejas zonas limítrofes y que, al menos en nuestros países, la denominada novela histórica o ficción historiográfica resulta siendo una vía para dialogar con la historia y confrontarla. En el caso de Cueto, el ejercicio del lenguaje permite penetrar en una imaginada intimidad del personaje, pero no como invención, sino como interpretación de su trayectoria vital, lo que demostraría, de paso, que esas fronteras tienen límites precisos. Uno de ellos es la verosimilitud.
“Cueto ha escrito una novela que significa un aporte trascendente a la tradición narrativa peruana. Se apodera del alma de Francisca, hace suyo el dolor de Inés y nos devuelve a la vida contemporánea la historia de una herida”
Y Francisca es, en lo fundamental, un personaje verosímil, alguien que en la ficción mantiene rigurosa coherencia con lo que se ha dicho sobre ella desde la historia. Es el mismo caso de Inés Huaylas, hija del inca Huayna Cápac y madre de Francisca, que se presenta ante su hija con este significativo parlamento:
Yo soy una princesa inca y de princesa me convertí en la mujer de Francisco, el conquistador. Y en su ramera. Ahora tu padre me ha entregado a otro hombre. Dicen que soy su esposa. Pero no soy la esposa de nadie. Soy tu madre. Soy la hija y hermana de un inca. Soy la heredera del imperio, la hija del sol y de la tierra. Tengo en mi cuerpo la fuerza de una madre. Y tú eres el motivo de toda mi fuerza. Eres mi hija.
Pasaje muy interesante y revelador, que simboliza acaso el inicio de una fractura que acompaña hasta hoy a la siempre incierta vida peruana: la imposibilidad de un proyecto mestizo que sea capaz de integrar a la nación. Entre historia y ficción hay, pues, una tensión creadora. La narración destaca por su agilidad y la manera elocuente en que se emplea y desplaza el punto de vista narrativo. Francisca Pizarro Huaylas Yupanqui es quien nos guía por un intrincado laberinto de anécdotas y observaciones que, aunque basadas en la historia, cobran vida propia en el lenguaje novelesco.
Los fragmentos de la vida de Francisca que conforman el relato corren la misma suerte. Francisca es vigilada de manera extrema por su padre pues éste desea para ella la vida de una ciudadana española plena y, dado su origen, tratará de promover su presencia y su movilidad en el seno de la vida cortesana. Madre e hija son colocadas en planos opuestos. Doña Inés es víctima de los vilipendios del conquistador; Francisca, en tanto, vive en conflicto su nueva condición, sus linajes gemelos:
¿Pero quién era yo? Salía a la ciudad con miedo. Por las noches imaginaba que alguien entraría a mi casa para matarnos. Por las mañanas pensaba que debía rezar mucho antes de ir a la plaza. Solo Inés y Catalina me podían proteger. Necesitaba el cariño de mis madres y estaba marcada por el orgullo de ser la heredera de dos estirpes. Me sentía marcada, sí. La pena, la incertidumbre, la dignidad, no sé cómo decirlo. Pero también la fe. Estaba hecha para seguir.
Uno de los aspectos más valiosos del personaje es precisamente su conciencia de ser mestiza. Ya instalada en España, Francisca recibe noticias de otro mestizo como ella: “En esos días supe también del otro mestizo, apenas más joven que yo, que había llegado a Montilla. Era el hijo del capitán Garcilaso que había acompañado y abandonado a mi tío Gonzalo. El hijo de Chimpu Ocllo, mi prima. Un hombre tan fino como discreto, según me contaron”. Un encuentro imposible, que cifra la imposibilidad del tejido nacional. El pasado nos devuelve al presente y su dramática desarticulación.
Cueto ha escrito una novela que significa un aporte trascendente a la tradición narrativa peruana. Se apodera del alma de Francisca, hace suyo el dolor de Inés y nos devuelve a la vida contemporánea la historia de una herida que, lejos de haberse cerrado, se mantiene viva. Solo vale la pena mirar al pasado cuando de él se extraen lecciones para el presente. Esta novela es un caso ejemplar.