Estrategias de combate. E.S. Ortiz González. San Juan: Instituto de Cultura. 2017. 80 páginas.
Poemas de la tensión, de la violencia y de la ternura. Poemas que encarnan una época de aniquilación y que precipitan desde la primera lectura un dejo filosófico del combatiente, del soldado vencido, que espera la muerte porque sabe que cumplió su cometido: luchar sin tregua y morir con honra. E. S. Ortiz-González escribe poemas de brillantez y precisión. También son de los miedos que el padre le esconde al hijo y los reserva, silencioso, al futuro. Poemas como imágenes escrutables que en la recopilación, aglomeración y reiteración fungen como guion de una película de samuráis, vaqueros o mercenarios en una visión apocalíptica de la Historia. Poemas que se deshacen al filo mínimo de la voz del hablante poético, quién, a pesar de su voluntad de aniquilación personal sufre intensamente en silencio y la posterga por no castigar innecesariamente al hijo, por darle esperanzas. En los poemas de Ortiz-González las palabras no sobran. No son poemas del recato pero sí del secreto, la responsabilidad dentro del deber asumido, y la brevedad. Por ejemplo, en “Al final del acero…” surgen una serie de emparejamientos (couplings) levinianos. La hoja de la espada y la hoja del árbol laceran, hieren y comienzan el proceso de envejecimiento y muerte:
Al final
del acero,
una gota de sangre.
Cae.
Hoja que al árbol
da comienzo
al otoño.
Lo más llamativo de este poema es que el cuarto verso (de siete) sirve de eje central y de bisagra entre dos planos conceptuales que se integran metafóricamente. El paralelismo da forma al combate mental. El “caer” funciona en la ambigüedad, sirve como enunciado indicativo o como una exhortación o mandato que también es una descripción certera dentro de un encabalgamiento en cámara lenta. ¿Qué o quién cae? ¿Qué o quién tiene que caer? ¿El enemigo? ¿La voz poética que usa el poema como espejo?
El arte poética de Ortiz-González es obviamente marcial, es el combate cuerpo a cuerpo absorbido desde un territorio o campo de batalla mental. Los poemas de Estrategias de combate (San Juan: Instituto de Cultura Puertorriqueña, 2017) son tan apropiados como el golpe certero, premeditado, a la mandíbula del contrincante y que lo tumba pero no lo deja sin sentido. La estrategia no es sino el combate del hablante poético con la página en blanco. Los combates son personales incluso cuando se refieren a Nagasaki, Berlín o Auschwitz. También son guiños de ojo a Kant, Heidegger y la tradición filosófica occidental contrapuesta a una estética que se podría asumir orientalista pero que quizá le deba más a Borges y a Georges Bataille que a los poetas medievales japoneses. Los poemas del libro son signados por la testosterona, lo no dicho o silenciado, y el fracaso arropador que se respira en todos los resquicios, mientras que son mediados (quizá quintaesenciados) por mecanismos que el propio poeta inventa y acata. Estos mecanismos subrayan el carácter artesanal del libro que se trabaja como el orfebre que lentamente le va dando forma al metal para convertirlo en espada.
La preocupación por vincular cada poema del libro comienza en su propia distribución interna. El índice apunta a ciertas claves de lectura y señala —como mapa de forma— el contenido como conjuntos que deben ser leídos de un tirón. El poemario se divide en tres grandes secciones: “Desplazamiento. Meditaciones del ronïn Hiroshi Akatagawa”, “II, I. Desplazamiento. Penumbra” y “III, I. Envío. Segundo Puente”. Cabe destacar que estas secciones son precedidas por “Plataforma. Investiduras” que es una suerte de declaración de principios y propósitos simultáneamente bélicos y estéticos y donde comienza la metáfora extendida del poeta como soldado, vaquero o bandido, mercenario, o samurái. También el lector debe notar que la segunda sección incluye una subsección, “Envío. Primer puente”.
Los poemas de Ortiz-González son provocación y ésta comienza desde sus títulos. Por ejemplo, los poemas de la segunda sección, “Desplazamiento. Penumbra”, están ligados a objetos, fechas y sitios del horror Nazi de la Segunda Guerra Mundial como “lieu” de la memoria que impulsan el vuelco estético-poético en el hablante único del libro. La voz poética busca situarse en medio del horror y la voluntad estética y estetizante para mostrar la paradoja del soldado: el regocijo en el batallar y la aceptación de la muerte.
Aquí surgen puentes entre la violencia y el exceso que llevan al hablante poético al destino difuso de la figura fantasmática del padre. En “Cocaine” el encuentro con la pieza clave de la parafernalia de consumir drogas convierten el descubrimiento póstumo en un objeto evocativo:
Cocaine:
La cucharilla
de plata
encontrada
entre las cosas
del padre
después de muerto.
Lo que evoca el poema es el secreto del padre y el desconocimiento del hijo. No debe sorprendernos que este poema sea precedido por un retrato de la niñez de la voz poética. El poema “Cuando pequeño…”, dividido en tres secciones termina con la posibilidad de la muerte tanto del padre como del hijo (probablemente saliendo de la niñez o justo en la adolescencia temprana). Los emparejamientos constituyen formas de la nostalgia y la disolución del tiempo de acción dentro del poemario. Pero también sirven de advertencia futura. En “Juego con mi hijo…” (que no cito por cuestiones de espacio) de la última sección del libro, la voz poética como padre se da cuenta de su propia monstruosidad y el poder de la palabra que asume su hijo. El juego revela el miedo del padre y las potencialidades de la violencia como herida y cicatriz, y la muerte al instantáneamente ligarse intertextualmente con la épica homérica.
El poema más tierno del libro se lo dedica el poeta a su hijo. “Bookstore Driver” pone en relieve los usos de la violencia como significante de la totalidad del libro y del arte poética de su autor. En el poema se deja a un lado la testosterona del guerrero y solo se percibe la imagen lúdica y afectiva de la relación con su hijo. Los primeros dos versos resumen el deseo secreto del personaje poético: “Hijo, te pido perdón / por lo que callo.” La posibilidad de suicidio se mantiene a través del poema pero se subsuma por proteger al niño. Asimismo, el poema marca la razón de la estrategia: dominar los impulsos más bajos y seguir batallando aún cuando el combatiente está agotado y no se concibe la posibilidad de recuperar las fuerzas y la voluntad. El edicto que queda después de la lectura es saber que no hay más ley que proteger siempre lo que se ama. Que hay que encarnar la derrota por quien se ama. Que hay que dar la vida, y más, por quien se ama.
Ortiz-González marca un hito en la literatura puertorriqueña. Sus poemas son para ser leídos más que escuchados. Estrategias de combate se expresa internamente como una experimentación metatextual entre su contenido, la posibilidad de violencia en varios niveles, y la capacidad de redención del amor por el hijo.
Ángel Díaz Miranda
Hollins University