Escribir afuera. Cuentos de intemperies y querencias. Raquel Rivas Rojas, Katie Brown y Liliana Lara (compiladoras). Madrid: Kalathos Ediciones, 2021. 382 páginas.
Una mujer viaja a Francia para buscar raíces familiares en un pequeño pueblo, que le permita conseguir un pasaporte extranjero para escapar de Venezuela; otra visita el Museo de la Inocencia en Estambul y al ver los objetos que recorren las vidas de una novela de Orhan Pamuk, recorre en su memoria los múltiples objetos dejados atrás, que poblaron los tránsitos de su propia vida; tres hermanos venezolanos, cada uno viviendo en un país distinto, deben reunirse en Alemania para sembrar las cenizas de su padre; un migrante “sudaca y rarito” en España intenta calcar a Caracas sobre Madrid. Estas historias de migrancias, de Silda Cordoliani, Raquel Rivas Rojas, Alberto Barrera Tyszka y Lena Yau, son apenas una breve muestra de la antología de cuentos Escribir afuera. Cuentos de intemperies y querencias, compilada y editada por Raquel Rivas Rojas, Katie Brown y Liliana Lara, que acaba de ver la luz en 2021, gracias al trabajo entusiasta de estas tres autoras y a la feliz apuesta de David Alejandro Malavé, quien está a la cabeza de Kálathos, editorial venezolana en España.
La edición de la antología Escribir afuera cristaliza un fenómeno que hemos visto surgir en los últimos años, en los que las migraciones y los exilios han llevado fuera del país a más de 6.000.000 de venezolanos debido a la grave situación social, política y económica que ha afectado a Venezuela en el siglo XXI. Históricamente, esta crisis migratoria ha sido la más grande de América Latina. Esto significa que por primera vez el país tiene a una notable cantidad de escritores e intelectuales fuera de sus fronteras. Por lo tanto, se está visibilizando la literatura venezolana; se está regando por el mundo. Actualmente, como nunca antes, poetas y narradores de dentro y fuera del país son conocidos por los lectores extranjeros. La literatura venezolana ha captado la atención internacional, que ha descubierto y galardonado la densa trayectoria de Rafael Cadenas y Yolanda Pantin, o ha premiado la obra joven de Eduardo Sánchez Rugeles, Rodrigo Blanco Calderón y Karina Sainz Borgo. Sin embargo, con la gran vitalidad que el cuento ha tenido siempre en Venezuela, ha sido menos reconocido en el exterior que la poesía o la novela. Esta magnífica antología nos recuerda que el cuento ha sido un género de gran vigor en el país. Recordemos nombres emblemáticos como Julio Garmendia, Guillermo Meneses, Alfredo Armas Alfonzo, Adriano González León, Laura Antillano, Antonieta Madrid, de altísima calidad y poco o nada conocidos fuera de Venezuela, entre otras razones, porque no hubo durante el siglo XX una política editorial que llevara libros venezolanos a otros países.
Esta antología salda la deuda con el cuento. Reúne a 31 autores que viven y escriben en nueve países distintos: Desde Argentina escriben Gustavo Valle, Gabriel Payares y Salvador Fleján; desde Escocia, Raquel Rivas Rojas; desde Estados Unidos, Miguel Gomes, Dinapiera Di Donato, Israel Centeno, Raquel Abend van Dalen, Naida Saavedra, María Dayana Fraile, Keila Vall de la Ville y José Luis Palacios; desde España, Juan Carlos Méndez Guédez, Lena Yau, Juan Carlos Chirinos, Rodrigo Blanco Calderón y Freddy Goncalves; desde Israel, Liliana Lara; desde México, Alberto Barrera Tyszka, Gisela Kozak y Fedosy Santaella; desde Perú, Mariana Libertad Suárez; desde República Dominicana, Federico Vegas; desde Venezuela, Krina Ber, Kira Kariakin, John Manuel Silva, Hugo Prieto, Carolina Lozada, Marianela Cabrera, Silda Cordoliani y Rubi Guerra.
Esta antología explora la migración venezolana en distintas vertientes temáticas: la fractura de la identidad del migrante —en varios casos, de manera violenta—, la tensión entre la nostalgia y el rechazo al país de origen, el encuentro con la alteridad, los espacios en contraste, la reflexión íntima y el desgarramiento frente a las vivencias de la migración.
En estos textos encontramos la ficcionalización de nuevos espacios en distintos países. Es significativo que de los ocho escritores que escriben desde Venezuela, cinco hayan desarrollado como espacios principales de sus cuentos los espacios extranjeros. Además, varios de ellos han vivido en el extranjero, aunque han vuelto ya al terruño. Por su parte, Carolina Lozada, que escribe desde Venezuela, elabora un lugar ficticio sin nombre que puede adivinarse como un pueblo de Los Andes, pero podría estar en cualquier parte del mundo. De alguna manera en estos relatos se ha desdibujado el territorio del propio país. Solo dos cuentos se han referido a los que se van desde la perspectiva de los que permanecen, que parecen ir mostrando la situación del insilio, el refugio en la propia interioridad de los personajes, el extrañamiento del lugar donde habitan.
En la antología, hay una marcada preponderancia a la exploración de la intimidad, al mundo interior de los personajes: las sensaciones, las pesadillas, las percepciones, los desencuentros y los afectos en los nuevos territorios, los de la Venezuela dejada atrás, de sus propias maneras de estar en el mundo. En los cuentos se ve cómo la migración les da un vuelco total a sus vidas. Por ello se buscan las nuevas identidades. Hay un distanciamiento del tema político que ha estado presente en buena parte de la narrativa del siglo XXI evidentemente, no en todos los cuentos, pero resulta bastante atenuado en general. En la mayoría de los casos se infiere a partir de las pequeñas historias particulares de los personajes o se adivina en sucesos difusos. Resulta más abierto en los cuentos de Rubi Guerra, Silda Cordoliani y Marianela Cabrera, que viven en Venezuela.
Hay novedades en el lenguaje en estas escrituras, menos locales, para nuevos públicos. Está presente la apropiación de vocablos de otros países hispanohablantes (coches en lugar de carros, pisos en lugar de apartamentos) o de frases en inglés, como en “I beg your pardon”, de Naida Saavedra. Hay menos expresiones idiomáticas venezolanas y casi han desaparecido las llamadas groserías. Nuestros escritores apuntan a un público más amplio que el de los lectores venezolanos, pero también buscan construir una nueva comunidad literaria venezolana que comienza a articularse en el ciberespacio. Esto no es un detalle menor. Los blogs, las redes sociales, la posibilidad de la comunicación inmediata que nos da internet han permitido la creación de una red de escritores que comparten sus textos, que se leen unos a otros y que, como en este caso, han podido converger en una antología.
Para finalizar, hay que destacar la calidad de toda esta producción, de gran riqueza y variedad. Una antología como esta nos da una perspectiva plural de la nueva narrativa venezolana y, como hemos visto, a pesar de las distancias, las obras parecen estar en sintonía, así como sus autores, formando nuevas redes temáticas, nuevas sensibilidades, nuevas formas de narrar.
Luz Marina Rivas