Erótica: Yarawis Aymara. Chana Mamani. Buenos Aires: Ediciones La Marronada Cuir. 2018. 24 páginas.
Para sobrevivir en la frontera
debes vivir sin fronteras
ser un cruce de caminos.
Gloria Anzaldúa, Borderlands
La literatura de sesgo andino en Argentina tiene cierta tradición un tanto más antigua que cualquier otra literatura indígena en el país. Se entronca con la producción musical folclórica y con la oralidad que se practica en ese ámbito. Supone, así, desde sus orígenes, un carácter performático, lo cual le suma también un aspecto coral y la incluye dentro del cancionero popular. Las voces salientes de esta literatura del norte del país han sido solo hombres. De antiguas y patriarcales costumbres, la andina es una cultura que, al menos del lado argentino, tiende a ser fundamentalmente hablada en masculino.
Es en esa tradición que irrumpe Chana Mamani en 2018 cuando presenta su Erótica: Yarawis Aymara. Este libro está compuesto por nueve yarawis, cuyo significado en aymara comprende un carácter dual de la obra, que es a la vez poema y narrativa. Están escritos en una lengua pidgin entre el castellano y el aymara. Desde esa mixtura lingüística y desde la irrupción de las fronteras que allí se desbordan, es que la autora resignifica y condensa una historia que va desde la inauguración de la literatura indígena argentina contemporánea, alrededor de la década del 60, hasta su transnacionalización. Esa operación es la que aparece en la voz poética de estos yarawis aymara, que son en realidad escritos en castellano y pensados a media lengua entre dos cosmovisiones.
Si se los lee por separado solo harían alusión a un encuentro sexual entre dos chicas. Si en cambio se los lee todos juntos lo que muestran son distintas escenas (nueve), porque cada uno de los nueve poemas-narrativas es una parte distinta de la historia. Esta lectura de cruce de los yarawis presenta la historia que se quiere entre-tejer. Yarawis: como si esa sola palabra aymara estuviera dotada ella también de dos espíritus, que redoblan la apuesta de estos textos: “Porque no es poesía, es otra cosa”, dice Chana. No es migrante o residente la primera persona, es ambas cosas a la vez; no es ancestral o contemporánea, tiene ambas naturalezas. Los poemas pueden entenderse casi perfectamente sin comprender el aymara y sin mirar el glosario en la parte de atrás, como se entiende cualquier pidgin, a media lengua. Pero cuando se pone en juego la significación “velada” —en principio— del glosario aymara, comienza a manifestarse la trama. Una lectura lineal es la de cada yarawi como texto independiente con una significación recortada del resto. Otra transversal propone ya no una poética aymara en algún rincón de la ciudad de Buenos Aires, sino una narrativa aymara-migrante-residente-mujer-dos espíritus, desplazándose a través de Buenos Aires, entre el Buenos Aires rico y el Buenos Aires pobre, entre el Buenos Aires pomelo-blanco-clase media y el Buenos Aires marrón-migrante-pobre. Así podemos leer en el prefacio:
Se cruzarán palabras surgidas entre los márgenes más fríos, las estaciones más hostiles, los espacios segregados y racializados; situadas y habitadas en lugares cálidos, historizadas desde las cavidades, calentando paredes de las villas, las tierras conurbanas, fronteras limítrofes, tocando las curvaturas preciosas de cada biografía y danzando eróticamente sonrisas transfronterizas.
Como si el desafío fuera combatir al sistema con palabras de amor, pero con un amor periférico, intercultural, lesbiano, que se atreva a cruzar sin más los barrios que Arlt solo era capaz de transitar en sus ensoñaciones, porque hay que hacer de este mundo, migrante y precario, racista, un mundo vivible, al fin y al cabo. Se trata de una conversación entre mujeres que como en alguno de los banquetes griegos, o esos que se hacían a mitad de la guerra, supone que dos culturas se sienten a poner las cartas sobre la mesa, la cultura prehispánica aymara y el occidente porteño, Once y Belgrano R. Ese es el escenario en el que inicia la acción que se poetiza-narra en estos yarawis.
Sus lenguas en contacto intercambian algo más que una charla: una discusión política-poética que las re-posiciona, que trastoca sus fronteras, para pasar a decirlas de otro modo. En ese espacio íntimo demarcado por un mueble (la cama), se cuelan, también, las territorialidades: Latinoamérica, Buenos Aires, Bolivia, Jujuy, Perú, el conurbano —la periferia de la ciudad— y algunos barrios de la capital, Belgrano R, barrio pomelo-blanco; Once, lugar de trabajo de buena parte de la colectividad andina migrante en la ciudad. Porque todo eso es lo que sucede en un encuentro sensual-sexual-amoroso. Ese encuentro con la otra supone también un encuentro con su parte del mundo y es también una invitación a desandar esa historia, una propuesta.
Quizás el punto álgido sea cuando las manos crucen el último muro, bastante elástico al fin y al cabo: el de la bombacha. No hay espacio más político que una cama. Allí es donde los tópicos “conquista” y “guerra” pueden trastocar-se en otra cosa. La poesía de Chana tiene la intención de interpelar distintas fronteras a la vez. En ese punto, la migrante ya no es más una “categoría política emponchada”, sino una cuerpa deseante. Porque es así: la categoría emponcha, tapa, esconde, disfraza, miente, exotiza. Hay que sacarse de encima el poncho de la teoría. Así se da el ingreso a ese otro mundo, residente dentro de Buenos Aires, a uno de los otros tantos Buenos Aires que no aparece en los libros —pero ahora sí—; a un Buenos Aires que no es el del turismo, aunque ahora parece soportar el tour de la pomela, que seguiría “desconocedora” de esa diversidad de no ser por haber compartido el espacio de la intimidad con la marrona.
En la cama se cruzan todas las fronteras, la de las tetas, la de la bombacha, la de la censura, cómo no se va a cruzar la frontera que aleja Belgrano R, del barrio de Once, límite mítico de la literatura argentina del siglo XX. En esta literatura de cruce de fronteras se tiene también que cruzar la frontera más profunda entre la ciudad y los barrios obreros del conurbano, que desde siempre hace de los dormitorios de las marronas —las negras, las migrantes, las indígenas, las villeras, las amas de casa, las empleadas domésticas—, que no solo “somos procreadoras de aparentemente 1 millón de niñxs-negrxs-marrones-indígenas-extranjerxs ¡sí todxs! ¡que circulan hasta en las verduras de tu sopa!”.
Para el mundo occidental el entendimiento es solo lo relativo a la razón; en cambio, para el mundo andino, así como para otros pueblos preexistentes, este se compone de razón y de sentimientos. Por eso no suena raro pensar que una mujer quiera convencer a la otra primero haciéndole el amor, para después recién plantearle una discusión política que va a terminar, de hecho, en manifiesto, con el poema “Lengüetazo marrón”. Producida en territorio argentino es literatura transnacional, transfronteriza. Esta operación le da nacimiento a una discursividad hipercontemporánea que luego replicarán otrxs, políticamente.
Melina Sánchez
Universidad de Buenos Aires