Madrid: Amargord, 2021. 347 páginas.
La reciente publicación de la antología Entre el aliento y el precipicio: poéticas sobre la belleza / Between the Breath and de Abyss: Poetics on Beauty, editada por la escritora venezolana Keila Vall de la Ville, en dos tomos, en Amargord Ediciones (2021), es una gran noticia por todo lo que implica. En primer lugar, porque reúne a treinta y tres poetas de gran talla, la mayoría latinoamericanos, quienes elaboran lo que es para ellos la belleza, ese “valor esquivo”, como lo llamó en El libro de la belleza otra venezolana, María Elena Ramos (2015). En segundo lugar, porque la obra tiene una amplia dimensión temporal, pues el tema elegido va más allá de la historia inmediata del día a día, de las urgencias que convocan las sufridas y cortoplacistas sociedades latinoamericanas. Se aproxima a la exploración de una sensibilidad diferente hacia lo bello, propia de la época actual, pensada en el largo plazo. De acuerdo con la introducción de la editora, se busca superar el encasillamiento de la belleza iniciado en la edad moderna bajo la tiranía de la razón, que la separó de lo sublime e inefable para domesticarla como lo agradable y lo placentero. En tercer lugar, porque esta obra tiene un alcance internacional: aspira a tener lectores de muchos países, pues la antología es bilingüe. Encontramos los textos en español y en inglés, vertidos de una lengua a otra por un grupo excelente de traductores, poetas también con obras reconocidas, ya que para lograr traducir poesía es necesario ser poeta, como bien lo demostró Rafael Cadenas, maestro de la palabra, en sus traducciones de El taller de al lado (2005).
Finalmente, esta antología se trata de una iniciativa de una escritora venezolana migrante, Keila Vall de la Ville, quien, aunque es más conocida como narradora, con premios importantes dentro y fuera de Venezuela, ha explorado diversos géneros y fundó el Jamming poético. Ella es un ejemplo de que es posible constatar que los escritores venezolanos migrantes están siendo visibles por sus creaciones y que, con ellos, la literatura venezolana despierta interés más allá de las fronteras. También es importante subrayar la capacidad de convocatoria de este importante proyecto que propicia el diálogo de los poetas venezolanos con poetas de diversas latitudes.
Los grandes temas concernientes a lo más profundo de la experiencia humana, como el bien, la verdad, la belleza están más allá del razonamiento lógico, de los discursos estructurados, de las definiciones cerradas. Hablar de la belleza es necesariamente hacer una conexión con el lenguaje más allá del lenguaje, es decir, la poesía, con las imágenes que provienen de lo más íntimo del sentir y que sugieren múltiples significados: tocan, retan, conmueven al lector, pero sin saciarlo del todo. Como bien lo expresa el venezolano Igor Barreto, la belleza es “un habla a medias”, “un sonido que no alcanzo”. Los poetas de este selecto grupo escriben breves ensayos sobre la belleza y los acompañan de sus propios poemas en una suerte de diálogo consigo mismos y con los demás, pues toda la obra en su conjunto entreteje un concierto de voces que conforman un exquisito tapiz para perderse en las más diversas visiones de lo bello y para que se produzcan encuentros, sincronías, coincidencias.
Los autores antologados son: Raquel Abend (Venezuela), Odette Alonso (Cuba), Octavio Armand (Cuba), Edda Armas (Venezuela), Mary Jo Bang (EEUU), Igor Barreto (Venezuela), León Félix Batista (República Dominicana), Charles Bernstein (EEUU), Piedad Bonnett (Colombia), Eduardo Chirinos (Perú), Sonia Chocrón (Venezuela), Antonio Deltoro (México), Mariela Dreyfus (Perú), Jacqueline Goldberg (Venezuela), Darío Jaramillo Agudelo (Colombia), María Gómez Lara (Colombia), Silvia Guerra (Uruguay), Patricia Guzmán (Venezuela), Darío Jaramillo Agudelo (Colombia), José Kozer (Cuba), Juan Luis Landaeta (Venezuela), Chely Lima (EEUU), Gonzalo Márquez Cristo (Colombia), Amparo Osorio (Colombia), Yolanda Pantin (Venezuela), Cristina Peri Rossi (Argentina), Mercedes Roffé (Argentina), Adalber Salas Hernández (Venezuela), Charles Simic (EEUU), Diane Wakoski (EEUU), Enrique Winter (Chile), Lila Zemborain (Argentina) y Raúl Zurita (Chile).
Los traductores poetas son Aníbal Cristobo, Mariela Dreyfus, Israel Domínguez, Patricio Grinberg, Adalber Salas Hernández, María Vásquez Valdez, Enrique Winter, Anna Deeny Morales, José Delpino, Judith Filc, Adam Giannelli, Ellen Jones, Kelly Martínez Grandal, Carol Maier, Robin Myers, David McLoghlin, E.M. O’Connor, Guillermo Parra, Annabel Petit, G.J. Racz, Margaret Randall, Mary Ellen Stitt, Nicolás Suescún, Will Tamplin, Keila Vall de la Ville, Christian Viveros-Fauné y Christopher Winks.
Algunas reiteraciones encontramos en las voces de los poetas: la belleza como una comprensión súbita se repite con frecuencia, la asociación con el asombro, con destellos, como vislumbres de lo profundo de la realidad, aunque un poeta separa lo bello del conocimiento profundo de lo real. Repetidamente aparece la belleza concebida como gracia. Es probablemente una idea en la que hay mayor consenso, aunque algunos de los poetas la contradicen. La belleza es también la iluminación, el desprendimiento del yo, felicidad absoluta y total percepción, conciencia del ser, pero es también desconcierto, alelamiento, revelación, encuentro con el Vacío. La belleza es sublime, efímera; es también silencio y tiempo. Para algunos poetas, la belleza está en el ojo que mira más que en el objeto mirado, en la subjetividad del poeta que la busca, en el conocimiento de sí mismo. Ciertos poetas no conciben la belleza sin la fealdad, lo terrible o lo atroz. Puede haber belleza en el horror. La belleza entraña luces y sombras.
Llevada al poema, algunos la perciben como una práctica del lenguaje, la palabra correcta, un afinamiento de los sentidos, la búsqueda del conocimiento, hacer de lo cotidiano algo poetizable, tanto de los sufrimientos como de las alegrías, la totalidad de la vida. Se repite mucho la concepción de la belleza en lo cotidiano en las voces de los poetas. Eso nos recuerda a Julio Cortázar, que hablaba de que en lo cotidiano se podían ver fisuras de la realidad. En esas fisuras, los poetas ven la belleza. Es “el momento más alto, en la lograda cumbre del poema”, “partitura que canta” o “poema que duele”, “golpe de lenguaje”, “excavación”. La poesía restaura algo perdido. El contenido del poema determina la forma del poema. Para uno de los poetas, la belleza es un orden que se construye. Para otra poeta la belleza es algo vivo, activo, que respira, y esto está entrelazado con el ritmo del poema.
La belleza entraña armonía e, igualmente, inarmonía, imperfección; puede ser disonante, chirriante. Hay quien dice que es una música seguida de palabras. Puede aturdir. No puede ser poseída, pero se reconoce porque también es memoria. La belleza provoca emociones, no siempre gratas. Puede provocar angustia. Es también la forma de expresión de la verdad del poeta.
En sus búsquedas, algunos poetas recurren al diálogo con otros poetas como Rilke, Breton o a los filósofos, desde Platón hasta Nietzsche. La belleza se escurre, se hace evanescente, se escapa, pero los poetas la rodean, la interrogan en esta fascinante antología y la plasman en los poemas que siguen a sus pensamientos y sus intuiciones sobre ella. El lector se encuentra con el asombro de las confluencias. Cada poeta, desde su íntima experiencia, se encuentra con los otros para afirmar o disentir. Finalmente, todos se encuentran con la belleza.