elis o teoría de la distancia. Lucas Margarit. Buenos Aires: El Suri Porfiado, 2020. 50 páginas.
Inevitablemente, al ver por primera vez la portada sencilla pero macabra de elis o teoría de la distancia, el nuevo poemario de Lucas Margarit, uno se pregunta: “¿Quién será este Elis?” El epígrafe del libro menciona a Elis por nombre, citando un poema del poeta austríaco Georg Trakl: una figura trágica, nacido entre una familia de músicos, que murió de una sobredosis de cocaína ee 1914, traumatizado en las trincheras de la Primera Guerra Mundial. La referencia que hace Trakl a Elis se puede rastrear hasta “Las minas de Falun” de E.T.A Hoffmann, cuento en el cual el llamado Elis es un hombre recluido figurativamente en la grieta entre lo real y lo imposible, y atrapado literalmente en una mina encantada.
Más concretamente, y más importante aún, el Elis de Hoffmann es preservado inmutable en dicha mina, emergiendo décadas después para reencontrarse con la mujer que iba a ser su novia, ya envejecida, y desintegrarse en sus brazos. Dos poemas de Trakl hacen referencia directa a este relato; el epígrafe de Margarit es sacado del poema titulado “Al niño Elis”, el cual cita en italiano, inglés, francés, catalán, dos traducciones al español más el alemán original. En las afligidas manos de Trakl, el Elis muerto-viviente se desempeña simultáneamente como observador y como encarnación del mundo expresionista que lo rodea. La figura borrosa de Elis y las evocaciones monumentales del mundo natural compuestas por Trakl empiezan a mezclarse, formando una sola unidad; en esta entidad fantasmal se vislumbra un destello del personaje folklórico de Hoffmann (“Se escucha un espino, / allá donde vuelan tus dos ojos de luna. / Ah, hace cuánto tiempo que eres de la muerte”). Sin embargo, este Elis se ha alejado radicalmente de su punto de origen. Trakl convierte al cautivo trágico de Hoffmann en una presencia etérea y penetrante.
Margarit, a su turno, toma otro paso más. Como afirma Dolores Etchecopar en su breve preámbulo, el Elis de Margarit no es “Elis” sino “elis”: “Escrito en minúsculas: elis, como si no fuera un nombre propio sino un pronombre múltiple que cambia según la distancia que lo interpela.” Etchecopar acierta al indicar que, poética y ortográficamente, el elis de Margarit se distancia de sus antecedentes: elis ya no es un personaje, sino un centro de gravedad, el “conductor de una corriente de palabras que circulan por el paisaje”. El elis de Margarit es un ser adánico: sin contentarse con su recorrido fantasmal por el mundo, prefiere concebir la tierra, como si él estuviera hecho de ella o ella de él, sin sostener que las dos posibilidades no puedan ser válidas en igual medida.
“Las minas de Falun”, el cuento publicado en el 1819 en donde nació el primer Elis, es un relato marcadamente elemental. Su protagonista, un marinero vuelto minero, se encuentra obligado a elegir entre una vida en el mar, con toda la amplitud y soledad que esto implica, y una vida subterránea, no más allá sino dentro de la tierra, en un espacio claustrofóbico repleto de maravillas geológicas no imaginadas por los que pisan la superficie. Este relato de Hoffmann, como muchos escritos por el autor que inspiró a Freud a formular Das Unheimlich, es también onírico en su forma y contenido: su protagonista duerme un sueño imposible en las minas, y el mismo texto huele a sueño en su evocación de paisajes subterráneos supernaturales y su asignación de importancia semántica a los detalles más irrelevantes del mundo natural.
Los poemas de Margarit son elementales —y oníricos— en similar sentido. Presentan una secuencia galopante e interconectada de escenas, vinculadas por motivos, muchos de los cuales consisten en los mismos elementos naturales que percibe (y concibe) su elis: los pájaros, las piedras, el agua, los árboles; un paisaje oscuro, húmedo y arbolado que se despliega en sus versos. Estas imágenes guían a lo largo de los poemas al lector, quien se familiariza con ellos a la vez que se desplaza a través de inesperados matices de significado, los cuales aumentan de peso semántico en la medida que avanzan los poemas. La impresión general es la de un mundo cohesionado, forjado en esta poesía, y la del esfuerzo de construir ese mundo a lo largo de las páginas de Margarit.
Dicho esto, el motivo más importante en este mundo construido —el que yace en su centro, dejado deliberadamente vacío por el poeta— no es una presencia sino una ausencia. El cuestionamiento metafísico de la distancia es, en verdad, el tema central del libro, como sugiere su título secundario. ¿Es la distancia literalmente el espacio vacío entre un punto y otro, o más bien una cuestión de quién mide dicho espacio? Aquí, la distancia —como las piedras, los árboles y los pájaros— es todo menos literal. “La distancia más vasta de un punto / es quien lo observa”, leemos en “segundo diálogo”. En este sentido, la distancia es simultáneamente infinita e inexistente, capaz de asumir varias formas dependiendo de las necesidades figurativas del momento, y difiriendo de una perspectiva a otra: como escuchamos en “las rutas de elis”: “un animal ve la distancia / como otro velo / que la estepa repite”.
Finalmente, volviendo a la idea que propone Dolores Etchecopar de “elis” como pronombre, concluyo con una última revelación respecto a esta figura, tan gramatical como temática. En efecto, en el poemario de Margarit, elis juega un papel universalizado como una suerte de avatar cósmico a través del cual el mundo se presenta y se construye. Sin embargo, elis no está enteramente despersonalizado. De hecho, elis aparece al lado de un elenco mínimo pero significativo de otros pronombres (“tú” y “yo” son los que más se destacan), los cuales ponen a su figura nebulosa en contacto con otros seres humanos. Dicho contacto es sensual, erótico, corporal; leemos en una sección de “la distancia o el resto”: “en mi espalda tu barba / se desliza y se detiene / se modifica / mi cuerpo ya no implora / se sumerge ciego entre / las imágenes de un sacrificio / sin sangre”.
Quizás el aspecto de este libro que más me impresiona, con todo su cosmicismo y su vista aérea de un mundo cohesivo, es que también se trate en gran medida del cuerpo —un cuerpo humano en forma esquelética, como el que vemos en su portada— no figurativo sino sensible, con ganas de ser tocado a través de la distancia.
Arthur Malcolm Dixon