Buenos Aires: Halley Ediciones, 2022. 88 páginas.
Trazar con ojos cerrados un recorrido pulcro, ordenado y hacendoso por la soledad, reconocer sus bordes, sus recovecos, sus engranajes, leyes y secuelas, debería conferirse al ser humano como capacidad innata; una virtud consustancial de la que cada unx de nosotrxs pudiera jactarse y envanecerse. Así lo deja entrever Gustavo Tisocco en su más reciente poemario, El solo, cuyo título nos convoca a transitar por el camino de lo entrañable pero también de lo abrasivo, aquello que circunscribe de alguna manera —y un poco por antonomasia— al desamparo, al abandono, al desafío siempre apremiante del desvalimiento.
Gustavo Tisocco nació en la localidad argentina de Mocoretá, provincia de Corrientes, en 1969. Es escritor, poeta y médico pediatra. Desde 2006 dirige el sitio web Mis poetas contemporáneos, en el cual difunde obras éditas e inéditas de otrxs poetas. Por su labor en este sitio —y su destacada repercusión— recibió, en 2012, el Premio Puma de Plata, otorgado por la Fundación Argentina para la Poesía. Muchos de sus trabajos han sido traducidos al italiano, portugués, catalán, inglés, alemán y francés. Entre sus libros publicados se cuentan Entre soles y sombras (2004), Paisaje de adentro (2006), Desde todos los costados (2008), Hectáreas (2017) y Perla del sur (2019).
Los poemas de El solo —breves, rotundos, mordaces, carentes de títulos, categóricos reveladores de agudezas y certidumbres— dejan en evidencia los modos en que esa soledad opera desde lo genérico, pero también —y sobre todo— desde lo singular y definitivo: “a mordiscones / a latidos / a huesos superpuestos / y a pies agotados / uno se construye // después vendrá el amor / esa odisea / que nos condena / nos desmorona”.
Va gestándose así una pulsión interna, un tono íntimo e introspectivo, que hace coexistir lo que “se es” —“aquí habitaron pájaros y ciervos / leones entre langostas / (…) pero llegó el aire helado / y sólo quedo yo / el incurable”— con aquello que “se ha elegido ser” —“elegir la piedra / acariciarla / y ser parte de la historia”.
“El solo posa su mirada en el único reto esperanzador posible: revisar las posibilidades que cada ‘soledad’, en cada tramo, acude a ofrendarnos.”
Pese a todo, la “soledad” en este libro, como summum de una experiencia vital colectiva y como mapa esencial de una memoria que tensa acciones, espacios y cuerpos, parece tener una estructura, potestad y conciencia propias.
Los poemas aquí presentados son el resultado estupendamente calculado de la combinación entre lo que el diccionario se ha apurado a pormenorizar (“carencia voluntaria o involuntaria de compañía // circunstancia de estar solo”) y esa otra soledad —alegórica, novelesca, figurada— que viene a ser nada menos que la misma soledad que Gabriel García Márquez supo poner en lo más alto del podio y convertir en la metáfora por excelencia de la literatura universal.
“Pero hace tanta soledad / que las palabras se suicidan”, supo advertirnos muy convenientemente la gran poeta argentina Alejandra Pizarnik, en su libro Las aventuras perdidas. El recorrido, entonces, promete ser arduo, lacerante y tendencioso. Por momentos, será también estremecedor, incluso poco amigable. Así el horizonte, El solo posa su mirada en el único reto esperanzador posible: revisar las posibilidades que cada “soledad”, en cada tramo, en cada bifurcación y en cada intervalo, acude a ofrendarnos. Cualquier persona que haya experimentado este estado de las cosas debería enfrentarse a la lectura en silencio de este libro. En definitiva, se está solx porque estar solx sea acaso el gran destino último de la humanidad, “se está solo por elección / o no / pero siempre / se está solo”.