Córdoba, Argentina: Alción Editora. 2021.
Con un título evocador y singular con forma de aforismo, El silencio es una bailarina, se publica en una nueva edición revisada. Sus poemas después de leerlos no nos dejarán impasibles ya que indagan e invitan a reflexionar. Parece que dibuja con trazos suaves y medidos toda una cartografía y geografía de la existencia, por donde pasean pensamientos, inquietudes, que resuelve a través de un lenguaje conciso, enigmático y evocador.
Su autora, Geraldine Gutiérrez-Wienken, nacida en Ciudad Guayana, Venezuela, en 1966 y afincada en Heidelberg, Alemania. Es poeta, traductora y editora. Cursó estudios de doctorado en Filología Alemana en la Universidad de Heidelberg. Ha publicado los poemarios Espantando elefantes (1994), Con alma de cine (2007) y Castañas de confianza (2013). También, las traducciones de Hilde Domin: Canciones para dar aliento (2018) e Inge Müller: Que no me asfixie de hacer tanto silencio (2021). Así como la edición de obra de numerosos poetas.
En este volumen son muy significativas las citas con las que se inaugura el libro: de Vicente Gerbasi, Maurice Blanchot, Edmond Jabès, Giorgio Agamben e Ida Vitale; dichas citas dialogan con sus versos y en donde el silencio es protagonista, ambientando así el desarrollo del poemario.
El libro reúne treinta poemas que van sin título, numerados (del I al XXX), y seguidos de dos textos que denomina “Partituras bogotanas [Carrera 13/ Calle 63]”. Son frases secuenciadas temporalmente que van desde las 5.00 horas hasta las 8.32 horas, en donde cuenta y describe un paseo en un día de lluvia por calles, mientras “se me vienen tantas cosas a la cabeza…”, dice la poeta. Y “Maneras de provocar pequeños incendios [Manual de primitivos auxilios]”, compuesto por mínimas pistas que comienzan con guiones. Estos dos textos finales aparecen a modo de epílogos. Se completa el volumen con “Fuentes”, en donde aparece una bibliografía consultada personal.
Ya en el primer texto con el que comienza el volumen, nos avisa: “El relato es corto. Cortísimo. El silencio de la naturaleza se renueva como la sed (…) La exigencia de un sentido. Banalidad y sed. Infinita sed de contar estrellas. Sin paradero”. Es una declaración de intenciones que la poeta nos entrega para emprender una búsqueda que nos pone en guardia y trata con el faro de su palabra darnos luz y guiarnos por una naturaleza repleta de árboles y de personajes.
Y en el último poema que cierra el libro acentúa la metáfora de la vida que va tan acorde con el título, El silencio es una bailarina: “En la espera siempre estamos/ en movimiento/ y danzamos porque no entendemos/ por qué las estaciones desaparecen/ por qué el cascanueces de los sueños”. Como escribe Néstor Mendoza en el párrafo final de la contracubierta:
La poeta, gracias a su contacto de dos lenguas (casi como decir dos mundos), ha logrado una propuesta expresiva basada en la extrañeza, en la perplejidad rizomática de lo que se nombra por primera vez. Lo que tenemos frente a nosotros es una presencia provocadora, en apariencia inconexa, capaz de extraer otras asociaciones de apreciable riqueza.
La poesía de Geraldine Gutiérrez-Wienken es sugerente, evoca cierta extrañeza y nos deja expectantes. Responde su escritura a un viaje por la existencia, por donde su voz transita en diálogo constante con otras voces como la de Perséfone, con autoras que recuerda como a Santa Teresa, a artistas como Louise Bourgeois, Barbara Suckfüll, Anna Selbdritt, Anne Carson, entre otras. También nombra a Goethe, Kafka, Da Vinci, a Thomas Bernhard…, son personajes que la poeta intercala entre sus versos, guiños que son verdaderos homenajes. Sus poemas parece que fluyen a la vuelta de sus viajes al exterior, hallando cobijo en su “habitación propia” donde les da forma y cuerpo.
Las ciudades de Bogotá, Berlín (poema VIII: “Si oyes tu idioma en Bogotá o en Berlín. Camina/ sereno junto a él/ (…), de Salamanca (poema XVIII: “Recorriendo los pasillos de la Universidad de Salamanca/ vi por primera vez un globo celeste un/ mapa esférico. (…)”, están presentes por estos versos, a modo de revelaciones personales, pero poéticas.
Tiene poemas memorables como el III: “Indefensas se han ido las tragedias autoanexando”; o el XVII: “Mi casa es un árbol de cabeza”. Y, también, versos como “Mujeres que a la sombra venden invisibles ramilletes de lirios…”; o “A donde van mis ojos me topo con él”, “Los pájaros con mi danza en todos los sentidos/ contrarios”, entre otros.
La poeta trastoca la sintaxis, los signos de puntuación, todo lo envuelve con un toque surrealista en donde se respira naturaleza: “el ginkgo biloba”, “franja de aves migratorias”, “efecto de loto”, “árboles de mango”, “grullas de papel bajo un castaño”, “cipreses callados”, “el sigilo de la naturaleza”, en donde no hay ruido, sino “sigilo”, “silencio”, “sed de naturaleza”. Así lo expresa con numerosos recursos, entre ellos, la elipsis, creando misterio y potenciando la reflexión.
Tiene este libro una edición cuidada y con una significativa ilustración de portada de Alfonso Suárez-Kurz. Geraldine Gutiérrez-Wienken escribe una poesía terapéutica en donde la experiencia y el diálogo que entabla son requisitos esenciales. Sus poemas son hilos que unen el tejido del poemario, en donde los silencios son presencias y no ausencias. Cura con palabras nuestros sueños y para ello se vale de una naturaleza plena y del poder que tienen las palabras. Lo expresa con un lenguaje sugerente, sutil y diferente, casi extraño, en donde se cifran sus inquietudes que son las de todos.