El país de Toó. Rodrigo Rey Rosa. Madrid: Alfaguara. 2019. 304 páginas.
En 2004, el escritor guatemalteco Rodrigo Rey Rosa publica una crónica en la revista Granta con el título El Tesoro en la Sierra, el cual se enfoca en la destrucción de comunidades en el departamento de Huehuetenago, una destruccion que resulta de las prácticas de compañías internacionales que explotan la región por su oro. La novela más reciente de Rey Rosa, El país de Toó, publicada por Alfaguara en 2018, da seguimiento a este mismo tema al iniciar una nueva vertiente en la narrativa centroamericana. Su indagación que gira en torno a la polémica del extraccionismo de riqueza mineral de subsuelo en Centroamérica, y el esfuerzo por las comunidades indígenas por proteger sus comunidades y recursos naturalescomo las fuentes naturales de agua, y la salud del medio en general.
Por otra parte, la nueva novela de Rey Rosa destapa la profundidad de la corrupción histórica e institucionalizada en este país imaginario de Centroamérica, un fenómeno que ha dado lugar a que se plantee que los países del Triángulo Norte son, en efecto, “estados fallidos” que carecen por completo de instituciones democráticas al extremo de que éstas requieren ser ampliamente revisadas y reestructuradas. También alude plenamente a la exclusión histórica de la mayoría indígena de la esfera política en este país, una realidad que ha resultado en la marginalización y desempoderamiento de este grupo.
Un grupo de personajes diversos y emblemáticos que se mueve en la novela dan a conocer una trama de corrupción y violencia impenetrable, discriminación étnica y los privilegios de clase y la manera que se entrecruzan y operan dentro de esta república contemporánea centroamericana, la cual, por las abundantes referencias conocidas, sólo puede ser Guatemala. De muchas maneras, los tropos presentados en la novela siguen perpetuándose en la Centroamérica actual: empresas imperialistas que explotan los recursos naturales, oportunistas locales, y los civiles ingenuos que acaban enredándose en diversos niveles de corrupción, y, su contraparte: los opositores que se atreven a desafiar a los poderosos, personificados como una masa impotente de marginalizados. Y, como se espera, la reacción de la oligarquía contra los que cuestionan su dominio también coincide con la historia real de Centroamérica donde abundan los ejemplos de opresión dirigida desde arriba y su resultado: la impunidad.
Además de sondear la complejidad del activismo, la marginalización indígena y su enfrentamiento con las enraizadas estructuras del poder que propician el extractivismo extranjero, la novela de Rey Rosa también da una cara humana a esta lucha, sus complejidades y vicisitudes, sus posibilidades de un cambio genuino. La cantidad diversa de personajes que entran en la contienda por los recursos en Guatemala —que podría ser por extensión cualquier país centroamericano— permite que Rey Rosa despliegue un armazón narrativo que encierra la diversidad lingüística y cultural de los grupos opuestos y sus metas distintas: lucrarse en el medio o avanzar la justicia social.
El personaje clave de afiliación ladina (no indígena) que desafía las estructuras de poder es Polo, un activista conocido que promueve la idea de la soberanía en las comunidades mayas, cuyas tierras son amenazadas por los intereses de las compañías mineras internacionales. Como es de esperarse, Polo entra en conflicto con la élite política que pactan clandestinamente con las mineras para enriquecerse. La causa de Polo, que nos remite a la trayectoria del activista Adolfo Mijangos en la década de los setenta, pone en tela de juicio los intereses económicos que controla la oligarquía, tiene antecedentes históricos en Guatemala, remontándose a la década de los cincuenta con las inversiones de la compañía canandiense Exmíbal y la oposoción a ella por los activistas. Al mismo tiempo, los esfuerzos de Polo, junto con el trabajo investigativo de CICIG —El Comité Internacional Contra la Impunidad en Guatemala— empiezan a recibir una publicidad mayor que a su vez presiona y destapa las acciones corruptas del gobierno, vinculadas éstas a los intereses mineros que amenazan la soberanía de las comunidades mayas.
Por otra parte, Emilio,un empresario con un pasado desconocido, se va convirtiendo en el blanco de un operativo contra la corrupción por CICIG que le aprieta, y se ve obligado a huír del país, dejando su legado a su hijo único, Jacobo. Su fuga de Guatemala y su decisión de mandar asesinar a Polo explica su intención de liberarse de una denuncia formal por sobornos y asesinatos. Este conflicto de Emilio con Polo y sus resultados forman el nudo de conflicto de la novela al nivel de personajes, a la vez que abre múltiples espacios complementarios en la novela.
El Cobra, un huérfano de El Salvador cuya lealtad resulta variable en distintas coyunturas, demuestra fieldad a su patrón, Don Emilio, al comienzo de la novela. Como chofer de Don Emilio, el Cobra resulta clave como el enlace entre los que tienen poder y la oposición. También es un personaje emblemático en la medida que respresenta cómo los ladinos de su clase pueden ser persuadidos a colaborar con las redes de corrupción pese a su integridad. El Cobra acepta el papel de sicario de Emilio, accede en intentar matar a Polo por medio de mordedura de alacranes, un veneno que no deja huellas pero que calla la oposición. Posteriormente, una gran parte de la novela se enfoca en el remordimiento de el Cobra y su búsqueda de redención, la cual logra alcanzar en la última sección de la novela.
A pesar de su presencia limitada en la novela, la transformación y toma de conciencia gradual de Jacobo – el hijo de Don Emilio- ilumina la decadencia de las estructuras socio-económicas que impiden que la sociedad retratada avance hacia un estado más igualitario. La evolución de Jacobo es el resultado de la instrucción espiritual y política que le brinda Dona Matilde, su nana. El cariño y afecto que ella le da en la novela recordarán al lector de la dinámica parecida en la novela clásica de Rosario Castellanos, Balún Canán. El lazo entre ellos se estrecha con el tiempo, ella nunca pierde contacto con él, y logra su recupercaión de un trastorno cognitivo como resultado de un accidente en una piscina por medio de los Ixtantlalok, hongos alucinógenos empleados por los mayas. Mientras la agencia que alcanza solo puede logarse bajo la tutela de Doña Matilde, ella también le informa de las realidades corruptas de su país y de las actividades ilícitas de su padre Emilio. Jacobo,enterado de las actividades de su padre y su alianza con el presidente ahora encarcelado, llamado irónicamente “el Futuro,” opta por distanciarse. Esta separación entre padre e hijo, junto con la influencia de Matilde como madre postiza que le instruye, subyacen las fuerzas confrontativas que entran en juego en la novela.
Las transformaciones y reposicionamientos que los personajes experimentan en El país de Toó son corolarios que refuerzan el tema central de la necesidad de cambios sustanciales. La denuncia contundente de las instituciones ladinas que detentan el poder en Guatemala las retrata en decadencia, en declive total. Al mismo tiempo, la novela de Rey Rosa revela la aparación de espacios alternativos y fundamentalmente distintos, los cuales podrían servir de modelo para la re-estructuración necesaria en Guatemala. En las últimas secciones de la novela, el Cobra logra su redención en su solidaridad completa con Toto, Jacobo, Doña Matilde y con el pueblo maya en una región de los estados lejanos de Huehuetenago y San Marcos, los cuales salen retratados como espacios semi-autónomos dentro de la nación de Guatemala, en otras palabras “El país de Toó”. Con su hijo y otros activistas mayas, el Cobra acepta este espacio nuevo, integrándose y ayudando a proteger la soberanía maya de sus tierrras ante los intereses mineros internacionales, los cuales son respaldados por el estado neo-liberal en la capital, centro de poder ladino en el país. En efecto, los habitantes de este nuevo espacio; Jacobo, el Cobra, Doan Matilde, y Goya, una mujer maya que ha llegado a ser abogada, exigen cambios radicales dentro de esta república frágil y polarizada. Pero este espacio utópico, “El país de Toó”, sólo puede hacerse realidad y emerger en base a la compresión inter-étnica, y por medio de un reconocimiento de la autoridad intrínseca que tienen los mayas en cuanto al uso de sus tierras ancestrales.
William Clary
University of the Ozarks