Bogotá: Seix Barral. 2023. 328 páginas.
El lenguaje vale la pena cuando cuenta una buena historia
Mario Montalbetti
El minuto es la primera novela publicada del escritor colombiano Julián Mejía Tobón. Con un relato policíaco resultó ganador del Premio Gaceta de Cuento Negro (2005), un certamen promovido por el diario El País de Colombia. Julián Mejía Tobón es arquitecto con una maestría en Arquitectura, Energía y Medio Ambiente de la Universidad Politécnica de Cataluña. Este dato profesional cobra mayor sentido si constatamos que algunas acciones centrales de El minuto se desarrollan, precisamente, en Barcelona, Peratallada y Mataró, ciudades de la comunidad autónoma de Cataluña. Adicionalmente se puede mencionar que el autor ejerció diversos oficios alternativos durante su estancia europea, en su juventud, oficios que le han ayudado a comprender “cómo es el género humano”: ser vendedor de carteras, mesero, cargador de bultos, cuidador de adultos mayores, mensajero, “espía de inmobiliarias”. Todos estos trabajos de la llamada “economía informal”, junto con su labor como arquitecto, han estado al servicio de sus narraciones. Y en esa dialéctica aceptamos el “pacto ficcional y fingimos que lo que nos cuenta ha acaecido de verdad”, como ya dicho el filósofo y lingüista norteamericano John Searle.
Escrita con los recursos del thriller psicológico policíaco (en especial el capítulo “¡Bingo!”), El minuto se divide en cuatro grandes partes: “Génesis”, “Sirius”, “Nebulae” y “Exodus”. De estas cuatro partes, a su vez, se desprende una serie de subcapítulos o relatos emancipados y al mismo tiempo dependientes de una historia mayor que los acoge como un paraguas. La primera parte (“Génesis”) está constituida con los nombres propios de varios de los personajes medulares: “Jordi”, “Ana”, “Luca”, “Milán” y “Carlos y Antonia”, mientras que en las partes subsiguientes (salvo el caso de “María”, del tercer capítulo) los títulos son más perifrásticos y aluden a otros personajes no nombrados explícitamente, y a circunstancias u obsesiones íntimas que sólo se descubren luego de la lectura. Como si se tratasen de huevos de pascua virtuales, a la manera de algunos videojuegos o películas como Ready Player One: Comienza el juego, el lector debe estar atento a estas pistas o apariciones (tanto de quehaceres específicos, como de lugares y personajes supuestamente secundarios).
El minuto, “novela de relaciones e interacciones humanas”, como la ha llamado el propio autor, tiene el valor (o el atributo) de la estructura, la voluntad de contar, la oportuna aparición de los personajes e impone a dos protagonistas típicamente detectivescos: los inspectores García y Fauvreau. El segundo de ellos es un personaje femenino que tendrá una doble presencia en la novela, casi como tener dos personalidades originales. A decir verdad, me sentí identificado con la fortaleza no rebuscada de la inspectora oficial Fauvreau, pues me hizo recordar, salvando las distancias, al comisario Croce (Blanco nocturno, de Ricardo Piglia) y al sargento Lituma (¿Quién mató a Palomino Molero?, Mario de Vargas Llosa).
Las ciudades de El minuto son una excusa, pues se trata de un invernadero fragmentado, un espacio reducido donde inevitablemente los personajes tarde o temprano se involucran, se entrelazan. También es un laboratorio: el narrador ha pretendido entremezclar “girones” de estas vidas narradas. ¿Por qué el autor ha titulado esta novela negra de este modo? En un minuto (o en segundos) sucede una tragedia: un arrollamiento (“Y fue de esta manera como Jordi abandonó la escena de un accidente para convertirla, de inmediato, en la escena de un crimen”). Y en este acontecimiento delictivo crecen otras historias y otros personajes, no sólo humanos, sino humanizados (como sucede con el perro de Susana, en el capítulo “La balada de Fosc”). La adjetivación, en ocasiones, logra ser un punto a favor: “–No, yo no, yo…–Susana sudaba a mares. García se recostó en la silla y dejó pasar un par de minutos para permitir que la mujer entrara en un pánico denso, pleno y agresivo” (el subrayado es mío).
“El discurso narrativo desplegado por Julián Mejía Tobón está consagrado al desarrollo de las historias. Es un discurso casi siempre directo, llano, aunque a veces su ojo se acerca para darnos detalles más elaborados de las intimidades de sus personajes”
El minuto juega con la simultaneidad y con los tiempos narrativos. De ahí su temperamento lúdico de puzle o rompecabezas. El autor se apoya en el vuelco inesperado y en el sorpresivo desenlace de sus personajes. Plantea el recurso de la metaficción, la autoficción y la alteridad (Carlos Bernal pudiera ser el heterónimo de Julián Mejía Tobón). A propósito, menciono uno de los pasajes más introspectivos, precisamente el encuentro entre Carlos y la francesa Marion, que en ese escenario funge como una crítica literaria:
Un par de horas transcurrieron lentamente. Carlos terminó el plato con las vituallas que había servido para los dos y bebió media botella de vino. El vaso de Marion permanecía intacto mientras ella pasaba páginas sin apenas hacer un gesto. Ya cuando Carlos iba por el cuarto vaso de vino y estaba a punto de cortar el silencio a como diera lugar, ella cerró el libro de golpe, lo puso a un lado y se puso a liar un cigarrillo.
–¿Y bien?–preguntó intrigado.
–No está mal, eres bueno, pero no has sufrido, o quizá no pones tu alma en lo que escribes. No hay dolor en estas páginas, hay esprit.
–¿Qué es esprit?
–Cerebro, cabeza…comment dit-on? Inteligencia, pero no alma.
El minuto es un lienzo narrativo en el que un personaje se dibuja a sí mismo y esboza la presencia de los otros, quienes también intervienen en las tramas paralelas. Un ejemplo de ello lo tenemos en Jordi y dos personajes femeninos: Antonia y Luca; y del mismo modo con Marion y el inspector García. No es fácil mencionarlos sin caer en spoilers, así que me limitaré a nombrar sólo a una: Luca Slovensk Ramírez, hija de Filomena Ramírez, madre de Esteban (¿Esteban Conrado?), amiga de Susana, pareja fortuita de Jordi y de José. Este mismo procedimiento se implementa con todos los personajes: se descubren sus intenciones y se complementan sus identidades.
El discurso narrativo desplegado por Julián Tobón está consagrado al desarrollo de las historias. Es un discurso casi siempre directo, llano, aunque a veces su ojo se acerca para darnos detalles más elaborados de las intimidades de sus personajes, especialmente en los espacios de fiesta y celebraciones nocturnas. No hay rebuscamientos ni excesivo énfasis en la forma; en su estilo hay relieves controlados. El vocabulario es mayoritariamente peninsular, salvo en los escenarios relacionados con la ciudad de Cali, en Colombia. La novela va ganando interés a medida que los capítulos se desarrollan. De hecho, el primer capítulo deja algunos orificios que posteriormente se llenan o se complementan. Jordi (y “El Impostor”, su otra personalidad), aunque da pie a los argumentos de la novela y es quien desencadena las acciones por el arrollamiento de un niño, es un personaje que plantea pocas oportunidades para empatizar con él. Más entrañables y trascendentes en lo ficcional y en lo humano nos resultan Ana, Luca, Milán, García y la propia Susana.
El minuto, como ya se mencionó, no es la primera novela escrita de Mejía Tobón pero sí su primer libro publicado. Su primera novela escrita e independiente se titula El caso de la alcantarilla. El minuto, junto a dos novelas inéditas (El administrador y una más sin título definitivo) forman parte de una trilogía en construcción titulada Opus hominum. No estamos al tanto de los argumentos y personajes centrales de las obras que no se han dado a conocer, pero como lectores creemos que la inspectora Fauvreau debería tener una segunda aparición más abarcadora.