Cali: El Taller Blanco Ediciones. 2023. 80 páginas.
En el libro de José Manuel López D’ Jesús, Diario de una huella (Colección Voz Aislada, El Taller Blanco Ediciones, 2023), las imágenes se erigen desde la cotidianidad. El sentido de la contemplación marca un ritmo predestinado en la piel y el oído. Afirmamos esta cualidad porque el poeta López D’ Jesús es músico y doctor en Filosofía. Bajo esta premisa intuimos que su acercamiento a la literatura tiene otro matiz que se mueve entre aquel ritmo que se lee. En consecuencia, lo que se escucha y su cadencia es primordial. Siempre la musicalidad estará en la búsqueda de un compás que acoge a la palabra. El libro es breve, se lee rápido y deja mucho en el lector para la figuración y para reflexionar. Punto de inflexión para redescubrir un universo de imágenes.
Vemos que el sentido del lenguaje se reconoce en el habla cotidiana, cada vocablo contiene su furor; como una suerte de teorema entre el sentir y el pensar, entonces esa mecánica segmentada se regodea en el otro abrigar de la vida: “…Entendí que la mirada extraviada / es el único corazón”. La palabra se arraiga en un argumento que acaricia lo imaginable alejado del concepto elegido. Los poemas van hacia un diálogo que se origina desde la algarabía de la imagen en movimiento. La quietud no tiene cabida, es inexistente ante la conexión del deseo por el término infinito, dicho esto, la imagen también es música. Si se mueve la vida, se debe mover la palabra. Así sucede con Diario de una huella. Afrodita, Ares y Atenea se plantan en la habitación para preguntar por los cuerpos en un tiempo marcado por el silencio y el vuelo del colibrí. Luego gaviotas y pájaros se suman al intercambio de esas imágenes, siempre en la habitación.
Cada vocablo “comulga” con la poética de López D’ Jesús. Va ella, la palabra, en ascenso hacia lo imaginario, se le confiere otro ángulo a las experiencias para re-escribirse en el poema: “Suficientes las cifras eufóricas / en el devenir / estrellados los cielos /porque había que parir/el umbral de la memoria”. Con todo esto, queremos apreciar la presencia de los opuestos: se unen en el ensueño de la voz poética para contarnos, para decirnos, para cautivarnos desde un alfabeto imaginario. Es la invitación que nos plantea el poeta en Diario de una huella.
“DECIR VIAJES ES MENCIONAR EL DIARIO COMO CONTINUIDAD DE UNA TENTACIÓN POR LAS IMÁGENES QUE ANIMAN A LA VOZ EN SU CANTO”
La recurrencia de palabras como “sueño”, “vocales”, “agua” con sus variantes: lágrima, lluvia, mar/mares, río/ríos—, “soledad, “silencio/silencioso”, entre otras, dan cuenta de una necesidad por encontrar una consonancia en la edificación del verso para que se deslice como la humedad. En el poema “Basta estar en el agua”, el sentido mitológico da cabida al poema que fluye con su ritmo. Si en la descripción mitológica se llega a lo más lejano del mundo, en este caso, el poema recorre, con sus matices, la certeza en las profundidades del ensueño. Será entonces, la valoración con otro sentido desde el verso.
Decir viajes es mencionar el diario como continuidad de una tentación por las imágenes que animan a la voz en su canto. No se trata de verdades absolutas, eso creemos, vamos por el camino de la existencia de sensaciones materializadas por vía de la palabra. La movilidad desde lo contemplado hasta lo que se une en el horizonte de las percepciones. El encanto con lo inaudito de lo vivido que se traslada a otro ámbito, el de lo inasible.
Las huellas son compatibles con el afuera, luego reconocidas en la atracción del adentro. Es un recorrido sin reducciones, pues cada canto vivifica el espacio de la experiencia sujeta a lo dinámico de las imágenes. La voz emprende su recorrido desde su nacimiento, pernoctar con la huella de la vida. La experiencia se deleita con la clave sin extravíos para unirse a lo perceptible, lo sensible, luego deviene la reflexión que ilumina el “espacio interior”. Es la otra historia sin testigos que se cuenta en “el vacío primordial junto a la huella”.
¿Somos conscientes de nuestra propia existencia? ¿De lo que nos rodea? ¿De lo que acontece? ¿Nos permitimos esa licencia? Basta de preguntas. Acá lo que nos importa es lo que nos devora por dentro. La lluvia, las lágrimas, los mares o los ríos, no importa qué sabor tenga el agua; quizás ella, el agua, lo suaviza todo, hasta la debilidad por los fantasmas de los recuerdos y experiencias de vida.
Diario de una huella debe ser una experiencia lectora que descubre un suceso poético. Seguirla es lo justo. Los lectores emprenderán el recorrido por las habitaciones como una suerte de cuadros cinematográficos, aquella mínima imagen para captar el detalle de lo que acontece. Respiremos cada verso como un primerísimo primer plano para desentrañar la huella, el vestigio o aquello que se rehúsa a ser borrado por aflicciones del alfabeto. Todo significa en los poemas, ellos concurren en un diálogo con la intención de componer el ritmo con la intermitencia de los vocablos. Las figuras creadas nos ofrecen una contundencia en el trazo poético.
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