Bogotá: Editorial Planeta Colombia. 2021. 121 páginas.
Con mi boca en tu sexo / o tu sexo en mi boca
se vuelve, al fin, inteligible / el idioma en que se cifran
los organismos vivos
Juan Diego Otero
la flor, decía alguien, / es el cerebro de las plantas
pero hay que decir / es un cerebro que se expande
en el plano del sexo (…)
como la flor del borrachero, / como la del brócoli,
ejemplifican una tarea / impensable en otros reinos:
moverte sin ir
hacia lo que deseas
Eliana Hernández
Hay libros que son como la selva mayor, como el corazón de la Pachamama, que son una casa al aire libre. Y en esas casas, por ser tan grandes y mantenerse abiertas sin techo fijo, cabemos todas las rarezas, los marginados sociales y también los excluidos poéticos. Pero para que exista un afuera tiene que haber un adentro, y las casas que nos enseñan a habitar en casi toda la Tierra —en esta casa común que es el tercer planeta después del sol— son las del buen ser y el buen sentir, en donde lo normativo (que es hétero, cisgénero, blanco y de clase privilegiada) repta como ADN cultural para convertirse en la píldora azul que nos titula como ciudadanxs de bien. Es decir, que eso “bueno y bello” —la kalokagathia griega— solo sucede en casas pequeñas en donde muy escasamente ha podido entrar, por alguna rendija, la conciencia social o el amor.
Entonces la literatura, como lomo de dragón o de yegua, como resguardo de mantarraya, como malahierba o maleza, está, existe, reaparece, se reinventa, se hace material de arquitectura para “desfigurar los hábitos lingüísticos” (Vélez, 37); y también para cimentar columnas con la esperanza de que un día estas también desaparezcan y tengamos que volver a empezar, y que en esa otra oportunidad, en ese mundo más vasto que un simple Edén, nadie se quede por fuera; que nadie sufra de un deseo que “navega sin rumbo” (Salgado, 35). Pienso así, que en esa casa a la que el adjetivo grande ahora le queda chiquito, fue creada al octavo día, cuando murió el dios que no existe y lxs poetas germinaron de la semilla.
Sí, Como la flor es uno de esos libros casa, es una antología queer / cuir / weird donde yo misma como poeta encontré mi propia hectárea. Es la primera antología de poesía cuir contemporánea editada en Colombia, y más que ser solo un libro es la evidencia de una comunidad: una colmena, un cardumen, una bandada, el rebaño, la parvada, una yeguada de poetas. Eso es lo que termina siendo este libro, hábitat; pero fauna y flora también.
La editora, Salomé Cohen, y la compiladora, Alejandra Algorta, reunieron a treinta escritoras y escritores de diferentes trayectorias literarias; autorxs que del vacío interior (que deja vivir en el borde) crearon un arca que parece hecha de dolores, con “la lluvia, con el llanto, con el agua de un río dulce (Alonso, 56), con “carne destajada / valle de lágrimas” (Barbosa 63), con “explosión por el pecho y saliva en la cabeza” (Ardila 73). Pero ese barco, que parece flotar en la historia de lxs marginadxs, también tiene cuartos de látex en la encía (Lemus, 69), besos de cereza (Castillo, 93), piñas, nenúfar y tinto (Sanín, 80), musgos, líquenes y cabellos de ángel (Enciso, 84).
Este barco, casa, paraíso perdido, tiene palabras lujuriosas, sentimentales, ansiosas, irónicas, rebeldes; pero más que palabras hay sentires que se escapan a los adjetivos y solo los que hemos estado allí conocemos. Así que este libro devuelve la afrenta a esa sociedad establecida, porque todos los poemas son una sentencia, casi una premonición: la multiplicación de las tortas y los gays, de las travas y maricas, de lxs bi y no binarixs. Es un libro semilla que abre caminos en la selva y el asfalto, es la reproducción anormal de frutos, animales y flores, es un bestiario pasional que nos recuerda, a ustedes y a nosotrxs, que compartimos la misma mota de polvo, y que al aberrarnos y aferrarnos, al elegir ser como somos, lo hacemos en contra de la norma que hoy es la excepción y colaboramos a disolverla.
¿Qué más decir? Quizás que esta reseña, como el poemario mismo, es una manera de exponer públicamente el placer como una forma política de hacer el amor entre raritxs. Ahí está lo cuir, lo weird. Pero también, en pensar la poesía como microbio infeccioso que obliga a usar inhalador a los asmáticos o tanque de oxígeno a los enfermos, la poesía como “sustancia escasa y viscosa” (Angueyra, 60), como “una silueta que se confunde” ((Múnera, 38), como la única voz que quedará hablándonos al cuello “después de ser todos / los animales (…) todos los animales enterrados (…) y aunque extrañamos / los esqueletos / nos quisimos para siempre” (Ganitsky, 47). Lo cuir como creatividad y resistencia; también como afecto gestándose al borde de un abismo, siempre.
Lo que quiero decir, después de tantas vueltas que confunden esta reseña con un manifiesto del placer y la digna rabia, es que lo cuir (como extrañeza sexual pero también poética) no tiene una esencia, sino una historia. La historia de quienes nos vemos obligadxs por una pulsión inmanejable a inventarnos una vida con el cuerpo y con la palabra; la historia de unos seres que insistimos en crear formas radicales de vida que en vez de separar (lo humano de lo animal, lo hetero de lo gay, el cuerpo de la palabra) sean fuente de creatividad y libertad, en donde todo tipo de existencia en sí misma sea digna de ser vivida. Entonces, sí, también, Como la flor es una hermandad de inconformes —sexuales, genéricos y literarios— en donde se tejen lazos más allá de lo sanguíneo, el encuentro entre una familia de desconocidxs solidarios. Es un libro y un barco y un jardín que es un potrero y también una selva, es una casa donde “no le dejaré poner cosas en mis paredes / por más papeles que sean /por más bautismos o sentidos / que nos quieran dar” (Tengono, 97).
Así que de esa inconformidad que nos convocó salieron pistilos, hojas, caricaturas híbridas y monstruos, como la rebelión de una criatura viva que no es humana, pero también —de lo que algunos llamaran los bajos fondos de los aberrados— se construyó este libro, como una nueva forma de poesía y de dignidad.
Y como nombrarnos es otra forma de existir, un rito de iniciación, un testimonio explosivo, acá estamos: Alejandra Lerma, Alejandro Múnera, Amalia Andrade, Ana López H., Andrea Juliana Enciso, Andrea Salgado, Andrés Ardila, Carolina Dávila, Cris Tengono, Eliana Hernández, Estefanía Angueyra, Fátima Vélez Giraldo, Francisco Bárcenas Feria, Ivonne Alonso-Mondragón, Johanna Barraza Tafur, Juan de Dios Sánchez Jurado, Juan Diego Otero, Kirvin Larios, María Luisa Sanín Peña, Paula Alejandra Castillo, Pedro Adrián Zuluaga, Pedro Carlos Lemus, Pedro N. Villegas, Rodrigo Marel, Sebastián Barbosa Montenegro, Solara Sosa, Tania Ganitsky, Tina Pit, Violeta Gómez y Yenny León.