Cámara nupcial. Jorge Esquinca. Ediciones Era/Instituto Veracruzano de la Cultura, México. 2015. 139 páginas.
La mariposa en la nieve
Del otro lado de la noche
la espera su nombre
su subrepticio anhelo de vivir
Alejandra Pizarnik.
La última inocencia (1956)
Emily Dickinson forma parte de esa extraña familia de escritores que ejercen una atracción irresistible. La extrema brevedad de sus poemas habla de un alma concentrada, en tensión, entregada a una escucha íntima e intransferible. Su obra, los más de mil quinientos poemas que escribió son un signo de interrogación que más que ser respondido, espera ser comprendido. No es otra la actitud de Jorge Esquinca en Cámara nupcial, quien entabla un diálogo pasional con la figura de la poeta norteamericana. Luego de hacer una peregrinación a Amherst, el pueblo en que vivió Dickinson, Esquinca nos entrega este libro que continúa y prolonga el cambio operado en su escritura a partir de Descripción de un brillo azul cobalto (Pre-Textos, 2008), un cambio más bien proyectado por el corazón sin que eso implique dejar de escuchar la mente.
Entre la imagen inicial del libro, la foto del vestido de Emily Dickinson, y la reproducción de un manuscrito suyo al final, con la presencia constante y sensible de la nieve al fondo, la aventura verbal de Jorge Esquinca en Cámara nupcial no desconoce la forma. Así, las ocho secciones en que está conformado este texto son ocho caminos recorridos de manera distinta, pero todos orientados al mismo punto: “el corazón de Emilia”.
La primera parte, “La maquinaria del glaciar”, es un poema largo que posee motivos constantes a lo largo del libro, lo cual hace pensar que este poema fue escrito cuando el libro ya le había revelado quizá su imagen al autor: “Y voy dejando rastros, zarpas del que avanza/por ti, hacia ti, cazándote”. La segunda parte, “Epistolario”, es un brevísimo diálogo de dos cartas en el que por única vez en todo el libro, escuchamos plenamente la voz de Emily Dickinson; la tercera sección, “Tratamiento del espacio fotográfico”, el autor nos revela la figura de Dickinson como si se tratara de un prisma para al final verla de frente, sentada justo en el momento en que va a ser retratada a los dieciséis años. Sin embargo, aquí pudiera haber un dato erróneo. La foto de Emily Dickinson “con un lazo de sangre en torno al cuello”, que aparece en la portada del libro de Esquinca, no fue tomada por Louis Jacques Daguerre, como se sugiere en este apartado: “Emily llega a la puerta da un aletazo suena la campanilla/avanza a donde monsieur Daguerre la espera”, y más adelante: “Míreme ahora qué otra cosa soy sino el espacio abierto la novia de nadie la espiral del miedo monsieur Daguerre”. Al final de esta sección leemos un monólogo que podríamos pensar que pertenece al mismo Jacques Daguerre por su apellido citado antes: “Le pido que sostenga unas flores […] Le pido que apoye su brazo derecho sobre la mesa. Que se mantenga erguida […] Ahora no se mueve No sonríe”. Esta foto, hecha en 1846, no fue tomada por Daguerre, sino por un tal William C. North, a quien por cierto Jorge no cita en ninguna parte del libro.
Nota: (imagen): Daguerrotipo de Emily Dickinson por William C. North (1846-1847)
Hay dos cosas más que quisiera señalar de este apartado. La primera es la inclusión de una traducción, sin duda mucho mejor que otras (que la de la señora Margarita Ardanaz Morán, por ejemplo), del poema “On the Marriage of a Virgin” de Dylan Thomas, hecha por el propio Esquinca; la segunda es que el poema “Del otro lado de la noche la espera su nombre” sea “un collage elaborado con dos versos de Alejandra Pizarnik”. Este poema es también y sobretodo un brevísimo manual alquímico para asir esa Materia (Dickinson) que piensa en la eternidad. El poema de Pizarnik dedicado a Emily (del que parte Jorge Esquinca para escribir el suyo), publicado en su libro de 1956, La última inocencia, aparece al lado, en la edición de su poesía completa preparada por Ana Becciu y editada por Lumen, de uno de sus poemas más intensos y crípticos que pudo haber escrito:
alejandra alejandra
debajo estoy yo
alejandra
Enigmático, breve, intenso, como los de Dickinson, su hermana espiritual.
La cuarta parte, “Libro de adivinanzas” es, para mi gusto, una de las mejores versiones de Jorge Esquinca: textos breves escritos en una prosa suelta, distendida y lúdica que remiten a varios poemas, en cuanto al tono, de Teoría del campo unificado. “Invernadero” y “Gabinete de curiosidades” son la quinta y sexta parte respectivamente.
El gabinete plantea una relación digamos extraliteraria con el mismo libro: la portada es un collage hecho por el propio Esquinca. En la parte superior vemos un frasquito que contiene un barco pequeño y a la manera del agua, “[…] la arena/de un mar tan azul que hiere”. De hecho, esta relación es más orgánica y personal, atraviesa y envuelve todo el libro: el viaje a Amherst, la foto hecha también por Esquinca en su visita al Emily Dickinson Museum, la obra de la portada, la versión del poema de Thomas y la reproducción parcial de un fragmento manuscrito de la poeta. Por último, Cámara nupcial no oculta la otra pasión de Jorge Esquinca: el arte pictórico italiano, que en este caso funciona como una ventana a través de la cual puede mirar de manera indirecta a Emily Dickinson: “…una tarde/en los Uffizi noté cuán parecida/eres a Flora en aquella pintura […] no en cuerpo tal vez, sino en ánima /y, como ella, guardas bien tu secreto”.
La séptima parte, “Viaje al centro de la nieve”, es otro poema largo que describe el viaje que el poeta hizo desde Manhattan hasta Amherst. Este texto es quizá el momento más intenso del libro, por la concentrada fuerza expresiva que lo recorre de principio a fin —a pesar de algunas fisuras: un lejano eco paciano escuchado al inicio pero sacudido después—, por la rápida concreción de las imágenes y también, por qué no, por las pinceladas de humor amargo que lo atraviesan:
No hay un alma
entro para protegerme
de la nieve
¿es esto Amherst
es aquí finalmente he llegado?
Tras el mostrador, Catulo
asiente con un gesto
al tiempo que sirve un vaso
de mezcal
“Tenga, tómese
esto para el frío. Luego
siga calle abajo, encontrará
la casa de ladrillo”,
añade
“si la nieve le da permiso”
Suelta una carcajada
Dejo un par de sestercios
en el mostrador
“aquí no vale su dinero”
me dice al tiempo que recoge
veloz las monedas.
“La vía negativa” es la última parte del libro, que más que ser una negación, es una afirmación desesperada por horadar esa “roca en el centro del paisaje”. Y para lograrlo, Jorge Esquinca tuvo que ser otros: el que emprende una peregrinación a Amherst; el destinatario de una carta que la poeta remite un domingo; North que la retrata en 1846; el que nos plantea su enigma a manera de adivinanzas; un cuervo que revolotea y grita en la casa familiar de Amherst sin que sea notado; una de las personas que cargan el ataúd de Emily. En suma, el que se aferra a ella “como hace el leopardo/ sobre el lomo de la gacela”.
“¿Debemos buscar con insistencia/la imagen de Miss Dickinson?” se pregunta el Segundo Testigo en Una forma escondida tras la puerta, libro que Francisco Hernández consagró a la misma poeta. En cuanto a estructura y concepción, el de Hernández es un libro menos ambicioso que el de Esquinca, pero no menos revelador y libre (libre en tanto espíritu), como toda su poesía. En Una forma escondida tras la puerta son dos testigos únicamente quienes nos hablan de Dickinson mientras espían sus movimientos, además de la hermana Lavinia (a quien la costurera del pueblo le tomaba las medidas para confeccionar los vestidos que eran para la tímida Emily) que aparece al final para decirnos que “la vida eterna de los poetas/tiene también los días contados”; el libro de Esquinca, en cambio, despliega vías de expresión y traza varios caminos para alcanzar esa “flor fantasma”, además de incorporar experiencias y discursos afines a la poesía.
The Gardens of Emily Dickinson es un libro que Francisco Hernández regaló a Esquinca, quien ahora nos entrega esta Cámara nupcial, en donde encuentro una bella “mariposa vibrátil”, imagen a partir de la cual me gusta pensar que la figura enigmática que fue y sigue siendo Emily Dickinson se le ha revelado a Jorge Esquinca para posarse en su corazón que la aguardaba.
Audomaro Hidalgo