Cadavers. Néstor Perlongher. Cardboard House Press. 2018. 35 páginas.
En su continua voluntad de introducir parte de la literatura latinoamericana más interesante al mundo angloparlante, Cardboard House Press publica otra muestra más de poesía valiente y significativa de resonancias políticas. Como ya es habitual en el catálogo de esta editorial, este pequeño volumen viene en edición bilingüe, con una traducción acertada de Roberto Echevarren y Donald Wellman. Cadavers de Néstor Perlonguer es en realidad un largo poema con reminiscencias a Walt Whitman y su estilo libre de poesía. Sin embargo, si el gran bardo norteamericano tendía a situarse a sí mismo en el centro de la poesía, Perlongher está mayormente ausente en Cadavers; la voz poética del poema actúa más bien como un médium esotérico, un vehículo para que otras voces (vivas, muertas, o tal vez silenciadas) se materialicen en formas que no están del todo claras. La razón de esto se debe al trasfondo político y social del poema: la perversa junta militar de derechas que trajo violencia y opresión a la Argentina de los años setenta, un régimen brutal que asesinó a miles de personas en su determinación de silenciar a la oposición. A aquellos que fueron asesinados o secuestrados por el estado se les conoce hoy en día como “los desaparecidos” y este poema puede leerse al mismo tiempo como un homenaje a estos y como un recordatorio del clima de represión y miedo durante la dictadura. Su autor, Néstor Perlongher, fue él mismo objetivo de la junta por su activismo a favor de los derechos homosexuales y tuvo que escapar a Brasil donde continuó escribiendo hasta su muerte.
Cadavers se articula en torno a dos contraposiciones: lo que se puede/no se puede ver y lo que se puede/no se puede decir. Ambos binarios están interrelacionados y constituyen el tapiz de opresión y terror que el poema reproduce. El mayor ejemplo de la primera oposición sería la repetición de “Hay cadáveres” al final de cada estrofa. Su aparición actúa como una especie de brutal recordatorio que determina la escritura e inunda la vida. Al principio, estos cadáveres asoman en lugares posibles como “Bajo las matas/ En los pajonales/ Sobre los puentes/ En los canales” pero a medida que avanza el poema, la sentencia aparece de forma inesperada, más como una interrupción del discurso que como un lugar: “En esas circunstancias, cuando la madre se/ lava los platos, el hijo los pies, el padre el cinto, la/ hermanita la mancha de pus, que, bajo el sobaco, que/ va ‘creciente’, o/ Hay Cadáveres.” Aquí, el aciago estribillo emerge de repente entre las acciones mundanas de una familia, suspendiendo la gramática e insertándose en el discurso. La reiteración constante del directo “Hay cadáveres” (un total de treinta veces) invita a la lectora a comprender cómo la muerte y la pérdida impregnan la vida durante una dictadura. Aunque uno no pueda verlos, los cadáveres están ahí, literal y figuradamente.
La materialidad y resonancia de la palabra “cadáver,” que en el poema se introduce como una interrupción del día a día (y del lenguaje), nos lleva a la segunda contraposición sobre la que el poema construye su significado: lo que puede/no puede decirse. Al final del poema, leemos “No hay nadie?, pregunta la mujer del Paraguay./ Respuesta: No hay cadáveres” Pareciera, pues, que el poema acabara con una negación del enunciado que se ha venido repitiendo una y otra vez, simbolizando, tal vez, una toma de control por parte del discurso oficial de la dictadura, con un último verso que tiene mucho de nota gubernativa. A lo largo del poema, vemos ejemplos de un cierto y progresivo deterioro del lenguaje que imitarían a un ejercicio en auto-censura. Las estrofas más largas y discursivas al principio se tornan poco a poco en versos que contienen una sola palabra o incluso sin palabras, usando guiones a modo de elipsis en un intento de significar aquello que no se puede decir. El poema en sí parece consciente de esta degradación y en una especie de aviso de lo que está por venir, declara: “En el decaer de esta escritura/ En el borroneo de esas inscripciones/ En el difuminar de estas leyendas (…)/ Hay Cadáveres”. La auto-censura simulada en el poema no aparece sólo como un mecanismo autorreferencial, sino que se muestra también a través de personajes y voces que pueblan el texto, en retratos más directos y realistas de la vida bajo la dictadura:
“Ay, no le digas nada a Doña Marta, ella le cuenta al nieto que es colimba!
Y si se entera Misia Amalia, que tiene un novio federal!
Y la que paya, si callase!
La que bordona, arpona!
Ni a la vitrolera, que es botona!”
Sin duda, estos son los versos más explícitos en su condena al régimen de miedo. Al introducir nombres propios y conversaciones plausibles, los ecos políticos del poema adquieren una naturaleza dramática y realista. Con todo, no sería acertado asumir que Perlongher entiende el compromiso político a la manera de Sartre, es decir, a través de una denuncia clara y llana. Su compromiso con lo social está más cercano al de un Bataille, con una predilección por lo escatológico y lo erótico como formas de transgresión del orden establecido. El dolor, el sexo, los excrementos y las pústulas aparecen en el poema tanto como un contrapunto vital a los cadáveres retóricos y como invocación a la existencia corpórea de aquellos que son víctimas. Es precisamente en esta descripción gráfica de las vidas privadas que desafían al control del estado donde el estilo de Cadavers brilla:
“El feto, criándose en un arroyuelo ratonil,
La abuela, afeitándose en un bols de lavandina,
La suegra, jalándose unas pepitas de sarmiento,
La tía, volviéndose loca por unos peines encurvados:
Hay cadáveres”
En resumen, el poema se siente como un necesario exorcismo de sentimientos y miedos, como una expresión de rabia e impotencia ante la verdadera cara del horror. Cadavers es una lectura altamente recomendada y un testamento poderoso de los destrozos emocionales y físicos causados por la dictadura de Videla.
Vincent Moreno