Todo, menos morir. Alina Gadea. Lima: Emecé, 2020. 100 páginas.
Otra vida para Doris Kaplan (2009), Obsesión (2012), La casa muerta (2014) y Destierro (2017) son las primeras cuatro novelas de la escritora peruana Alina Gadea. Las cuatro tienen en común la brevedad y responden a la poética de la nouvelle y, como veremos luego, comparten también la preferencia por examinar el cosmos íntimo de las criaturas que pueblan sus páginas.
En el aspecto temático, hay que resaltar pues la profunda coherencia de su universo narrativo, ya que cada una de estas piezas constituye un acercamiento a la intimidad de sus personajes y todas, en mayor o menor medida, se internan en su oscuridad emocional, en sus experiencias más perturbadoras y traumáticas, superando así el riesgo de unas narraciones puramente confesionales.
La introspección —a través de focalizaciones y un adecuado manejo del punto de vista— es un procedimiento de uso frecuente y efectivo en Gadea. Motivos como la enfermedad, el trastorno, la ruptura, la pérdida, los límites entre la cordura y la insania o la exaltación de los sentidos, configuran un horizonte de preocupaciones que resulta común en el mundo de otras escritoras contemporáneas suyas como Margarita García Robayo, Ariana Harwicz o Jennifer Thorndike, por mencionar tres autoras interesadas en indagar, desde distintas concepciones, en los linderos de la enfermedad y los límites de lo normal.
En Otra vida para Doris Kaplan, la pérdida del padre resulta una experiencia central, a lo que hay que agregar otro componente de la trama: el contexto del conflicto armado que padeció el Perú durante las décadas de 1980 y 1990. Este doble relato establece un tejido intenso en el que lo íntimo y las aristas de lo público dialogan dramáticamente a través de las vivencias de los personajes.
Obsesión presenta la construcción de una relación amorosa entre una paciente y su siquiatra, pero esta situación se vive desde orillas eminentemente contradictorias: mientras que ese vínculo representa para el siquiatra una alteración de su existencia y estilo de vida, para ella la relación es el ingreso a un ámbito de equilibrio largamente deseado.
En Destierro, el tópico que aborda la narración es la inminencia de una ruptura sentimental (una variante de la pérdida, podríamos decir). Apelando a la fragmentación, Gadea va ofreciendo pinceladas de ese umbral que antecede al descalabro sentimental y todo el mundo de sensaciones que se produce en esa suerte de duelo de la intimidad que marca la vida de los personajes.
La casa muerta representa una variante en este intenso viaje hacia lo íntimo que pone en escena Gadea en cada una de sus nouvelles. Con un lenguaje aún más pulido (más cercano a lo poético y su capacidad de síntesis), Gadea traza, en medio de la opresión de la casa cerrada, un espacio en el que memoria y fantasía, extrañeza y asombro, obsesión y melancolía lo gobiernan todo.
Todo, menos morir, título más reciente de la escritora, no es una excepción a estos rasgos de estilo y tematizaciones presentes en su universo narrativo. Por el contrario, confirman no solo un dominio del género, sino además la madura plasmación de un lenguaje que no esconde su relación con el pathos ni renuncia a la sutileza de un lenguaje que en más de un momento se acerca a la poesía.
La novela pone en relación de convergencia tres líneas narrativas claramente expuestas. Una de ellas es la historia de una pareja en crisis que acude al célebre hospital limeño Larco Herrera en busca de ayuda siquiátrica, lo cual equivale a acudir a “ese resto de antiguo esplendor creado para albergar a los desheredados de sus mentes” (11). La presencia del nosocomio mental más conocido del Perú no es una mención gratuita o gaseosa, pues es el espacio propicio para que Sandro Tasso, pareja de Emilia, establezca el nexo con una figura excéntrica y notable de nuestra tradición poética: Martín Adán, quien, como se recuerda, pasó varias temporadas en dicho hospital por crisis alcohólicas.
La segunda línea, que acrecienta sin duda el interés en la lectura del texto, es su dimensión metaliteraria y autorreferencial, confirmada en las palabras finales de la narración, que nos revelan que hemos asistido a la lectura del manuscrito del libro que escribe Tasso sobre el poeta, y es allí donde sus biografías se entrelazan.
La tercera línea tiene que ver directamente con el tejido interior de la nouvelle y su estructura, que debe mucho al collage y a la idea de interpolar textos diversos, desde fragmentos de un ensayo de Tasso sobre Adán hasta la narración de su encuentro con el poeta beatnik Allen Ginsberg y el ascenso de ambos por las escaleras del hotel Europa, a pocos metros del bar Cordano en el centro histórico de Lima: “Creo ver la escena en que el poeta y Ginsberg suben del Cordano al hotel Europa. Una escalera rota de un vetusto mármol vencida por el paso del tiempo y las pisadas de pobres marchantes los lleva delante de la puerta de palo de una habitación maloliente. La puerta chirría y ellos pasan. Poetas” (73). Dos lugares que tienen talla de mito en la historia bohemia de Lima y, acaso, uno de los momentos más logrados de esta narración.
Tasso y Adán tienen mucho en común. En primer término, comparten una vocación por la literatura; ambos viven atormentados por el alcoholismo y un pasado familiar ominoso; finalmente, los dos personajes viven su homosexualidad de manera problemática, pues esta no llega nunca a asumirse plena y libremente. No se trata en modo alguno de establecer entre ambos una relación derivativa o casual, es más bien un mecanismo de revelación. Vidas hasta cierto punto paralelas, amenazadas por la locura y la soledad, por los fantasmas del pasado y un presente ensombrecido.
La relación entre ambos personajes plantea, naturalmente, un horizonte híbrido, pues supone el uso de algunos referentes fácticos, desde las clarísimas alusiones a la biografía de Adán, como el recuerdo de la abnegación de Juan Mejía Baca, el editor de su poesía, pagando por las servilletas escritas por el poeta a los mozos del Cordano, o su propia historia familiar. A todos estos detalles se suma la alusión a críticos como Andrés Piñeiro, destacado estudioso de la obra de Adán. Lo ficticio aquí, en todo caso, es el aporte de la escritura que emprende Tasso.
Todo, menos morir es una novela breve con un diseño narrativo eficiente y una trama cautivante. Su lenguaje, no exento de pasajes de honda poesía (además de la interpolación de versos del propio Adán), refresca intercambios y relaciones entre la ficción y la realidad, el sueño y la pesadilla, la escritura y sus secretos mecanismos de fingimiento. Lograr eso en pocas páginas no es, definitivamente, poco y coloca la obra de Alina Gadea entre las más interesantes del contexto latinoamericano último.
Alonso Rabí Do Carmo
Universidad de Lima