Teoría y práctica de La Habana. Rubén Gallo. Barcelona: Jus, Libreros y Editores. 2017. 288 páginas.
Dividido en ocho capítulos, este conjunto de crónicas busca retratar de forma lúdica una de las múltiples realidades que, en la actualidad, sigue caracterizando ese frenesí incesante que marca el ritmo habitual de la vida habanera. Y más allá del abuso del estereotipo a la hora de retratar personalidades, ambientes y lugares, o de la reflexión íntima del cronista, la vida nocturna de La Habana se impone como personaje central del libro, dejando ver la complejidad sociocultural que se desenvuelve en este espacio capitalino. Como bien lo menciona la contraportada, “La Habana…es un gran espejo” y es precisamente esta pulsión entre deseo y realidad lo que se desprende de cada una de las páginas de esta obra. Después de su lectura, el contenido deja también tras de sí un aroma de difícil descripción; un aroma que se esparce entre el afán por romantizar una realidad dura y el aura melancólica que intenta fijar el cronista a través de su testimonio.
Desde un primer acercamiento, que corre el riesgo de pecar de reduccionista, el libro se lee como una serie de impresiones, pericias y travesuras, que el autor, un profesor mexicano-estadounidense confiesa después de realizar una estancia de seis meses en la Cuba postsoviética. Pero siguiendo fielmente las imposiciones que han marcado el devenir histórico de la llamada Perla del Caribe, habrá que reconocer la relación existente entre deseo y otredad, influenciando fuertemente así la construcción y explotación del capital cultural que de la isla se realiza en esta obra. Dicho de otro modo, Cuba constituye un juego de espejos que permite la proyección del deseo de todos aquellos que han vivido en carne propia “la maldita circunstancia del agua por todas partes”, como lo advertía Virgilio Piñera en La isla en peso (1943). En el marco de la obra, La Habana es un reflejo de los deseos más íntimos del autor. De esta manera, habrá de leerse este libro aun con mayor cautela a fin de sortear lo que venía deseando en su imaginación.
Es también en este sentido que las crónicas nos posicionan dentro de un espacio privilegiado que restringe, pero, a la vez, dinamita la infinidad de posibles relaciones que el escritor establece con su medio, sobre todo, alrededor de efebos, agentes culturales, travestis y demás representaciones de la fauna nocturna habanera. De un estilo libre que no logra del todo emular una característica coloquial del habla cubana, la descripción de aventuras erotiza al tiempo que cosifica los símbolos que se entienden ya como lugares comunes de la prostitución, el carnaval nocturno y los choques culturales mediados por la precaria economía, la corrupción gubernamental y la materialidad corporal. Entretejidas entre saltos temporales, diálogos y particularidades personales, estas colusiones literarias pasan por un proceso ineludible de comodificación: el que paga es el que desea. Y aquel que paga más, puede darse el lujo de desear más; en este caso particular, de poseer, aunque sea por un instante, el cuerpo escultural de aquellos jóvenes cubanos que despliegan una masculinidad altamente cotizable frente a las fantasías de Occidente.
David Tenorio
University of Pittsburgh