Te acuerdas del mar. Óscar Godoy Barbosa. Clarín Alfaguara. 2020. 288 páginas.
“Mala decisión”. Con esta sentencia abre la novela Te acuerdas del mar y resuena como un presagio más allá del primer capítulo; toca las decisiones de los personajes ante sus circunstancias y sueños. El taxista con el que inicia la historia se enfrenta a un evento de vida o muerte, “Cuántas veces, al observar a sus pasajeros ya acomodados en el puesto de atrás, percibir sus alientos y leer sus rostros, no ha tenido más remedio que darles la espalda, con un frío en todo el cuerpo, encarar la ruta y confiar en la suerte”. Va masticando la adrenalina del temor, como muchas veces lo ha hecho.
“Polvo y fragmentos de arena y barro se restriegan contra su nariz, su frente, su mejilla izquierda. Percibe el olor de la suciedad acumulada en el tapete de los pasajeros”. Es el sabor del destino en el que su vida ha cambiado. Está a merced de los delincuentes. Sus captores juegan a decidir sobre su vida, mientras él yace inerme de bruces en el puesto de atrás. La indefensión se percibe a través de detalles táctiles y olfativos, cuidado que perdura en otras situaciones similares, por ejemplo, en la particularidad de la mirada en las mujeres de una misma familia y diferentes generaciones. También los detalles son palpables en la comida o la música, a veces con significado positivo; otras nefasto.
El desarrollo de la situación novelesca se entreteje en dos líneas narrativas, la de don Luis y la de Diana. La de don Luis se compone de siete apartados, en los cuales se produce el encuentro significativo entre dos visiones de actores armados de la guerra, la del ex subversivo (taxista) y la de Don Luís, un hombre silencioso que oculta su pasado oscuro como actor de otra de las violencias colombianas. Mientras, la línea narrativa de Diana, con ocho apartados, genera complementariedad, contraste y ampliación de perspectivas. Equilibra el discurrir de Corso y Don Luís. Otro personaje femenino, Betzabé, también genera contrapeso a las revelaciones que se van descubriendo del pasado oscuro de su abuelo.
Ambos hilos narrativos transportan al lector a tres grandes momentos: la violencia de los años cincuenta, la violencia guerrillera, y la violencia que sufren los desmovilizados, que se parece a la que en la actualidad se vive en Colombia, después de la firma del acuerdo de paz con las Farc, como también sucedió con el exterminio de líderes de las guerrillas liberales y de otros amnistiados de procesos de paz diferentes. En ese sentido, se construyen memorias de diferentes violencias, que todavía tienen algo que decir.
El foco principal es dominado por la narración y el ritmo trepidante de Corso, un exmiembro de un grupo armado, que ha interiorizado las dinámicas de la clandestinidad viviendo como taxista. Revelará que su nombre es apócope de Corsario, de modo que se transparenta la identificación con el Corsario negro de la novela de Salgari. Marca, así, la conjunción entre las personalidades del pirata y del subversivo. Primer momento donde la metáfora del mar brota y con el correr de los capítulos se hará palpable a través de la interpretación personal del personaje que hace como lector de este tipo de género literario. Con lo cual, la narrativa de mar constituye el eje poético y estructurante de la novela.
Es muy importante resaltar que las visiones de los dos personajes centrales no son representaciones directas de paramilitares y guerrilleros específicos. Son interpretaciones humanizadas de actores de la guerra puestos en uno y otro bando, de tiempos asincrónicos, que han atravesado épocas distintas de la violencia “directa” en Colombia, sin la intención por promover más confrontación de la que ya existe. Las violencias estructural y cultural no entran en la narración, interesan los efectos de la guerra en las familias de los protagonistas, el impacto más allá de sus propias generaciones.
“—¿Cuándo ocurrió? —le pregunté, abrumada por el dolor que empezaba a formarse por dentro, un dolor que todavía me acompaña. Pero la llamada se cortó”.
Es la voz de Diana, víctima desde niña de un conflicto que no entiende. A través de ella conocemos la voz y la personalidad, ideales y temores de su madre, quien fue parte de la guerra. También de su abuela, quien ocupa el papel de madre. Con ella y la voz de Betzabé, nieta de don Luis, se produce el contrapunto a la perspectiva unidimensional que parece predominar en un primer momento. La una como hija y la otra como nieta tienen su propia versión de su familia, de estos hombres y de la guerra. En el caso de Diana, es esa otra generación de quienes han sufrido las consecuencias de la guerra, cuyo viaje de “desplazamiento forzado” en su infancia la lleva a conocer más sobre esta problemática. Tanto Diana como Betzabé develan su vivencia como niñas y jóvenes de la guerra, sobre todo, constituyen el recorrido final y la visión de salida de la novela.
En suma, el autor escapa a las soluciones obvias y evita el enfrentamiento fácil o predecible de las diferentes visiones ideologizadas de la guerra, en detrimento del oficio narrativo. Emplea recursos literarios para que sea el lector quien conjunte las historias de Corso, en su animada narración, y las experiencias de la interioridad reservada y oscura de don Luis, que se revela a través de sus recuerdos. Todo esto reevaluado por la presencia de Diana y Betzabé. No se trata para nada de un juicio en el que se debe tomar una u otra posición, se trata de adentrarse en la intimidad de estos actores de la guerra, que presentan contradicciones humanas y momentos de luz.
Vale señar que el tema la guerra en Colombia difícilmente se puede evadir por un escritor colombiano y pocas veces sale avante. Está presente en las venas de la atmósfera cotidiana, en sus dinámicas históricas y económicas desde la independencia misma. Cambian los nombres, las etiquetas para clasificar “las violencias”, pero la desolación persiste. La guerra cesa por un tiempo, viene algún acuerdo, se incumple, y en consecuencia se reactiva el círculo de desgarramiento. De ese modo, siempre persiste el reto: ¿Cómo escribir sobre la violencia en Colombia sin caer en formas que le digan al lector qué horizonte tomar?
Este reto se despeja con calidad, más allá del reconocimiento que la novela obtuvo con el premio Ñ-Ciudad de Buenos Aires, 2019, en su edición número XXII.
Alexander Castillo Morales