Sophie La Belle and the Miniature Cities / Sophie La Belle y las ciudades en miniatura. Gisela Heffes. Traducción al inglés de Lorís Simón, Grady C. Wray y Kenneth Loiselle. México, D.F.: Literal. 2016. 98 páginas.
William Carlos Williams describió su poema épico en cinco volúmenes, Paterson (1946-1958), como “un poema largo sobre la semejanza entre la mente del hombre moderno y la ciudad”. Dicha semejanza no debería sorprender; la ciudad es, a fin de cuentas, el reflejo de la mente de sus creadores, y trazar la cartografía de una ciudad en particular representa un paso importante hacia la comprensión de sus habitantes. A unos veinte kilómetros de Buenos Aires —la ciudad natal de Gisela Heffes— se encuentra Ciudad Evita, de aproximadamente 70,000 habitantes, y cuyo diseño imita el perfil de Eva Duarte de Perón. Ciudad Evita fue fundada en 1947, es decir, exactamente cuarenta años antes de que David Foster Wallace creara, en La escoba del sistema, un suburbio que despliega el perfil de Jayne Mansfield. La realidad sigue siendo más extraña que la ficción. ¿Qué se esconde en los planos de París, de Buenos Aires, de Londres, de Nueva York? En Sophie La Belle y la ciudades en miniatura, Gisela Heffes traza el mapa de una metrópolis que acaso ya exista, al tiempo que produce el gráfico de nuestros prejuicios, fobias, y ansiedades.
Ubicada “en la frontera entre las antiguas Francia y Bélgica,” Ciudad Continental es una Interzona que la mayroría de los habitantes de cualquier metrópolis moderna reconocerán como la propia. Una orgullosa residente de esta ciudad que es todas las ciudades occidentales, Sophie La Belle trabaja en un proyecto personal: la creación de un archipiélago de ciudades en miniatura. Su meta es “representar una metáfora futurista en un momento en que el futuro ya no existe”. Los habitantes de Ciudad Continental están confinados a un Discurso oficial, que es a su vez moldeado y regulado por un Tono oficial. Su educación tiene lugar en centros conocidos como Casas Multimedia. La conversación se limita al arte. En un mundo en el que la discusión política está prohibida, el pasado —en especial el pasado vergonzoso— prácticamente ha desaparecido. Sophie La Belle vive en dichosa ignorancia hasta el día que recibe un sobre que contiene la foto de una ciudad en ruinas.
La obra de Heffes ha sido comparada con la de Jorge Luis Borges y la de Italo Calvino. La comparación es justa en ambos casos. Borges era el gran miniaturista, y su Aleph, una esfera de dos o tres centímetros de diámetro que contiene literalmente todo lo que existe, es la mejor metáfora de su propia obra. Como los relatos de Borges, Sophie La Belle y las ciudades en miniatura recurre a la sugerencia, que conduce a la expansión. Este mecanismo es también, dicho sea de paso, el que emplea la novela breve, un género que va mucho más allá del recuento de palabras, y probablemente el más apropiado para aproximarse al relato de Heffes. En cuanto a Calvino, las ciudades en miniatura que Sophie La Belle crea son visiones contemporáneas similares a las ciudades invisibles del autor italiano. La invención de Heffes, sin embargo, Ciudad Continental, representa un caso muy diferente. Como se ha señalado, Ciudad Continental es Toda Ciudad, una amalgama que no puede hallarse en el mapa, pero que no obstante existe. Lo más desconcertante de Ciudad Continental es que, a diferencia de las creaciones de Calvino, es demasiado visible: el lector sólo necesita rascar el barniz de la pulcritud urbana contemporánea para sentir el horror.
Aparte de evocar a Borges y a Calvino, Sophie La Belle y las ciudades en miniatura también traerá a la mente de muchos de sus lectores las visiones apocalípticas de J. G. Ballard, cuya obra explora —o prefigura— una psicología y un zeitgeist del futuro. El relato de Heffes es, entre otras cosas, un ejemplo memorable de ficción especulativa. En él hay ecos de George Orwell y de Aldous Huxley, y Ciudad Continental podría visualizarse como un ambiente similar al barroco infierno burocrático representado en la película Brasil (1985), de Terry Gilliam. Cuando la decadencia urbana comienza a corroer la vida de Sophie La Belle, ella nota que cada ciudad en miniatura que ha creado tiene dos lados, y que en tanto que un lado se hunde en la miseria, el lado opuesto prospera. Como es bien sabido, uno de los métodos de la ficción especulativa consiste en exagerar tendencias del presente. ¿Quién podría negar que vivimos en una sociedad en la que la explotación de los muchos produce la riqueza de los pocos? Presentando otro desarrollo de la doble sociedad de H. G. Wells en La máquina del tiempo, la visión de Heffes del futuro cercano ilumina el día de hoy. El futuro llegó hace tiempo.
La crítica ha señalado más de una vez la calidad de Latinoamérica como tierra fértil para las ciudades imaginarias. Los casos más notables son, por supuesto, el Macondo de Gabriel García Márquez, y más cercano a la Buenos Aires natal de Heffes, la Santa María de Juan Carlos Onetti. Este es un tema que Heffes ha explorado en detalle en un ensayo crítico, Las ciudades imaginarias en la literatura latinoamericana (2008). Una mirada cercana a las ciudades imaginarias revela la importancia de la atmósfera a la hora de evocar estas utopías urbanas. Es una atmósfera particular lo que hace que Macondo, Santa María, y Jefferson, Mississippi, parezcan más reales que los lugares que uno puede señalar en un mapa. Imaginaria o no, una ciudad es ante todo un entorno, y esto también lo confirma una lectura de textos que describen de manera memorable aquellas ciudades que llamamos reales. Todo gran autor crea su propia ciudad, su visión personal de “lo real”: la París de Patrick Modiano no es simplemente París, es París vista con los ojos —y sobre todo con la memoria— de Patrick Modiano, una ciudad que nadie más ha visto, y que uno puede visitar sólo a través de la lectura de la obra del novelista. Como los grandes autores recién mencionados, Heffes transmite con éxito la atmósfera que sus personajes respiran, en este caso, una atmósfera densa, la sensación de inquietud que precede al desastre.
Finalmente, un comentario sobre la traducción. Sophie La Belle y las ciudades en miniatura se ofrece en inglés, seguida de ilustraciones pertinentes y de la versión original del relato, en castellano. El lector puede así comparar los dos textos y confirmar que ambos son igualmente satisfactorios. Como cualquier traducción que se lee con placer, la que se presenta en este libro es fiel al original sin caer en el textualismo pedestre.
Contrario a lo que suele pensarse, el término “miniatura” no deriva de minor y sus variaciones, sino de minium, el plomo rojo que se usaba en la antigüedad para hacer tinta. El latín miniare significaba entonces “pintar de rojo”, y más tarde, en italiano, la misma palabra vino a significar “iluminar un manuscrito”. Ilustrar, iluminar nuestra realidad urbana es precisamente lo que Gisela Heffes hace en Sophie La Belle y las ciudades en miniatura.
Jorge Iglesias