Somos luces abismales. Carolina Sanín. Random House. 2018. 203 páginas.
Un amigo me dice que el ensayo es un género de la poesía. Ensayo, autobiografía, relato de viajes; no podría decir con certeza qué tipo de libro es Somos luces abismales. Lo que sí podría decir es que en este, el último libro de Carolina Sanín (Colombia, 1973), hay un coqueteo con la poesía. La poesía entendida como misterio del lenguaje, como una “huida en la metáfora, esa persecución del alma”, que empuja a buscar el envés de las palabras para saber qué se dice cuando uno dice que nombra al mundo. “El sosiego”, el primero de los seis textos, ya revela una cierta mirada, una forma de pensamiento de la que la autora nos previene: “yo debería dejar de pensar que una cosa es otra cosa y que cada cosa es una casa y que todas son mi casa”. Como en la poesía, donde la cadencia de las palabras dicta el ritmo con el que se suman sonidos e imágenes, los textos de Sanín crecen. Crecen como crecería una cuidada colección de guijarros, por similitudes de forma o tono, crecen con la naturalidad con la que se extiende el tronco de un árbol y se vuelve rama y hoja.
“En ese misterio del lugar vivo sin descanso”, escribe Sanín en el primero de sus textos, una frase que podría ser una declaración de principios. Para encontrar el lugar, una casa que la abrigue, la autora recuerda viajes, lecturas, muertes, anécdotas o cicatrices de la infancia. Las escapadas imaginarias de su perra la inducen a divagar sobre el amor, y al recordar a unas cabras, acaba redactando un tratado sobre los virus. Sanín crea el lugar y la pérdida del lugar en la escritura: “ponerse en el texto es ubicarse”, escribe, y en el párrafo siguiente, sin corregirse, agrega: “ponerse en el texto es desubicarse”. La escritura es un lugar de confesión en el que el yo que crea (Sanín o cualquier otra), se inventa. Allí, en el lugar más real, tampoco es, porque buscándose uno se pierde. La pérdida, la incertidumbre, es el lugar definitivo. Como en la poesía, Sanín asume estas contradicciones sin reparos; sus textos saben que para que haya luz hace falta hacer la oscuridad, y en Somos luces abismales la oscuridad con frecuencia toma la forma de pregunta: “¿qué significa abandonada?”; “¿qué significa feliz? ¿Unos colores? ¿Todos los colores”; “¿Lo contrario del poder es la debilidad?, ¿la sujeción?”; “¿qué es lo que nos pasa a lo largo de la vida?”
En este libro que no es una novela ni una colección de relatos pero que tal vez es un libro de ensayos o un largo poema con estaciones, Sanín busca un vínculo, el cordón —los cordones— umbilical que la ata al universo. Como no está aquí, podría estar en cualquier parte: dentro de su perra, en el cabrito que le ofrecieron en un aprisco o en la pulga que la picó la noche anterior. El universo todo también podría estar en ella. En “Las alturas”, los accidentes geográficos que distingue durante una caminata en el páramo, se convierten en lugares que rastrea en su propio cuerpo: “En un recodo del tamaño de mi mano crecían tallos de pasto del largo de mis pestañas: un juncal. Había una playa del tamaño de mi pecho cubierta de guijarros como alubias, como huevos de colibrí”. Es también el juego de los vínculos el que le da al libro una fijación singular con la muerte: “en vida, cada cuerpo tiene por dentro la tiniebla. Lleva su oscuridad y va cubriéndola”. Para ser, para estar, no estamos, no somos.
Hasta aquí pareciera que Somos Luces abismales es un libro que resuma abstracciones, juegos mentales, erudición, y lo es. La autora se hace una tradición, traza el mapa de sus lecturas y de sus obsesiones: cita pasajes de la Biblia y del Corán, del libro de Calila e Dimna, de Madame Bovary, traduce trechos de Whitman y Petrarca. Pero es también un libro de lo cotidiano, de la vida de todos los días de una mujer que habita una ciudad gris y dura, Bogotá. Sanín no es un autor en abstracto, ni lo intenta; es una mujer, colombiana, heredera de una burguesía, alguien que conoce el nombre y título de sus antepasados desde tiempos coloniales. Como mujer y colombiana y burguesa, en ese libro suyo que podría ser muchas cosas nombra los miedos de la burguesía, las ridiculeces de la burguesía, los privilegios de la burguesía, el país de la burguesía, los racismos de la burguesía. El silencio recurrente sobre este aspecto ¿político? de su obra dice mucho sobre lo que en Colombia se considera o no una autora, sobre lo que debería decir o debería callar. Uno agradece entonces la franqueza y el humor, el guiño, con el que Sanín es capaz de burlarse de sí misma y de los que se le asemejan.
La búsqueda del lugar, el seguimiento de los vínculos, “de una cosa que se parece a otra cosa y que podría ser mi casa” dicta la forma de la escritura. Por esta misma razón, a veces el texto se vuelve infinito, el árbol desmesurado, y uno se pregunta si habría hecho falta una poda. Pero la búsqueda del lugar supone, en cualquier caso, la pérdida y el intento; y mediante el rastro de las pérdidas, de las imaginaciones agrupadas en Somos luces abismales, Carolina Sanín muestra otros caminos, otras posibilidades, para la escritura en el mapa de la literatura colombiana contemporánea: “imaginar es estar atento a lo que hay, buscar el lazo entre las cosas, reconocer y desbrozar los caminos que llevan de una a otra y abrir caminos diferentes, que llevan de otra a otra”. Y otra.
Nohora Arrieta Fernandez
Georgetown University
Nohora Arrieta Fernandez is a Ph.D. candidate at Georgetown University.