Santiago: Pez Espiral. 2021. 62 páginas.
Hay libros que se escurren entre las manos como la arena que, con el puño cerrado, tratamos de sostener hasta que, solo por efecto de la humedad, algunos granos quedan adheridos a la palma. Hay libros que se deshacen mientras los leemos. Se deshacen o se diluyen porque cada palabra, cada texto, cada imagen, se va introduciendo en nosotros como algo ya nuestro que nos aplaca y que reconocemos. Repite conmigo es uno de esos libros que se escurre, que se deshace, que se diluye y que nos refleja.
Escrito durante la cuarentena del covid-19 en Chile, pero con textos que ya eran propuestas del grupo poético musical “González y los Asistentes”, esta obra es signo de un malestar que ya estaba presente en Gonzalo Henríquez desde antes de la peste; porque la peste, claro, nunca fue una sola ni de un solo signo. Con él, Henríquez entra a formar parte de la biblioteca de poesía visual de la editorial Pez Espiral y, de su mano, de toda la poesía visual que hoy opera con fuerza en Chile, Latinoamérica y el mundo.
Sus códigos, como decimos, son los de la poesía visual y su estructura conceptual es una espiral que pone el énfasis en tres elementos: el pensamiento abstracto, por un lado; que da paso a la palabra-grito, por otro, y que luego toma forma de imagen textual. Finalmente, esta imagen remite al pensamiento abstracto que da como resultado más palabras-grito que se transforman, otra vez, en una nueva imagen.
El prólogo que abre el volumen, un escrito de Marcela Parra titulado “Recuperar contraseña”, da excelentes claves para leer el texto, no sin dejar otras fuera para que el lector pueda deleitarse tratando de descifrar esas contraseñas que hay que encontrar para lograr girar el cerrojo que abre la puerta y nos permite mirar hacia adentro, pero nos limita la visión si no es girado en el sentido correcto. Acá dejo otras claves mínimas para que vayamos, entre varios, complementando este libro a través de distintas miradas.
Desde el inicio, con la (h)ojeada rápida que todo lector da a una obra recién llegada a sus manos, podemos emparentar la estética de Repite conmigo con la poesía concreta. Sus formas, su composición y su estrategia visual así lo atestiguan. Sin embargo, también hay algo muy parriano (martineano, si se quiere) como la fórmula aritmética de la página 37; figuración o materialización aritmética del poema “Trainspotting”; o la ironía trágica que subyace a textos como el que da título al libro: una oración evolutiva que, como mantra, desearía deshacer lo mal que está todo en derredor al modo en que Huidobro, con su paracaídas, pretendió deshacer/se del lenguaje poético tal y como lo conocíamos hasta su llegada y, así, dejar de imitar a la naturaleza e inventar un lenguaje nuevo donde, como este poemario, el verso fuera como una llave que abre mil puertas. Se trata de una técnica que se utiliza también con la forma triangulada entre huidobriana y emariana, y que recorre el libro con los “etc.” que cierran “Enfermo”.
Carroll, por otro lado, hace velada aparición en textos como “Ya no ya”, donde la forma zigzagueante en que lo leemos remite al dibujo de la cola de ratón del capítulo III de Alicia en el país de las maravillas. O en el texto “Éteres”, donde, al modo de un “Jabberwocky”, las palabras desgastadas de una parte, la anversa, son el reflejo en el espejo que se visiona a sí mismo entre las páginas 42 y 43 del libro, complementando su reverso. Pero también en “Cecil hotel”, donde se repite la imagen de portada al revés, conteniendo el otro lado de las palabras que se vislumbran a través de la imagen recortada de la portada. Este poema se repite a modo de texto fragmentario en la solapa del libro y da, desde el principio, esa otra clave reiterada en varias ocasiones dentro de las imágenes intercaladas. A través de ella pueden leerse fragmentos que, a modo de palabras sueltas, nos dejan imaginar el tono y contenido del texto. Es decir, palabras como “insultan”, “no entienden”, “mañana”, “suena fuerte”, “el tono”, “que no le contesta”, “del vaso”, “Hotel” o “la última”; como anagramas (llaves, contraseñas o pistas) para la lectura de este libro visual.
Por otro lado, caligramas vaciados, como el megáfono, la cerradura o el ojo de “Chat”, invierten la técnica de Apollinare para ser, al modo de lo que proponía Mallarmé, blancos en la página, llenos de sentido y rodeados de ruido, un ruido ensordecedor que enmudece al fijar la vista en ellos y, que, sin embargo, también hacen gancho con los silencios privilegiados por el propio Mallarmé en el prólogo y la estructura de su Coup de des.
El último texto, quizá el más demoledor, “Lineamientos éticos”, nos sitúa en una realidad innegable y de penosa actualidad, la del covid-19 y, como en “Trainspotting”, Henríquez convierte el texto de la página 54 en la imagen de la 55 como un crecimiento de la angustia, el contagio y la mortandad que esta peste nos ha traído desde que llegó a instalarse en el mundo en 2020.
A nivel de contenido, los paisajes de un lugar en descomposición (al interior al sujeto y al exterior, en el ámbito social) hacen aparición constante; desde las remisiones a las rupturas de pareja hasta los declarados textos políticos se observa un descontento, una furia, un deseo de ponerle forma al derrumbe para no repetirlo; como ejercicio freudiano, lacaniano o surreal de darle vida al subconsciente para sacar el trauma afuera y ponerle un punto final que no significa más (ni nada menos) que el recomienzo, el deseo de dejar atrás un pasado que ahoga.
Repite conmigo se hace y deshace, busca una ruta para la vuelta al orden después del caos, para la apertura hacia el adentro, para la vociferación de un grito que, como su portada ya anuncia, queda truncado nada más lanzarlo: como un grito entrecortado de Gonzalo Henríquez.