Primavera Indiana. Juan Vitulli. Buenos Aires: Tren instantáneo. 2020. 84 páginas.
Primavera Indiana (2020) es el primer poemario del escritor argentino Juan Vitulli. En este libro, el clima primaveral no es el eje más importante. Es usual atribuir a esta estación un aura de juventud, de vida que empieza y que juega, velozmente, sin antagonismos. Pero, hay en su fondo también un halo de otoño, de frío blanco, aunque no invernal. En Vitulli identificamos una sustancia de contrastes y una constante actitud del observador lejano e inmerso a la vez. Ejemplos de ese contraste se observan en el primer poema, “Daisy Chains”, que resume, con mayor acierto, la tonalidad del texto en conjunto. “Se eligen siempre las flores/ con más vida” leemos al inicio del poema. Estos versos parecieran ser una apuesta por la vida, aunque en su recorrido se asomen sensaciones contrarias. El título alude a la figura de la conexión y a la unión de vidas elegidas, aquellas con mayor energía, “con más vida”. Pero esta apuesta implica un proceso doloroso, acaso violento. La unión involucra un ejercicio en el que hay que “aplastar el tallo/contra la mesa”, pero “sin romperlo del todo”. Es un proceso que lastima esa vida elegida, pero la vitalidad también hiere; es un recorrido que inquieta, pero que no puede sentirse en quietud.
En Las raíces psíquicas del odio, el filósofo Cornelius Castoriadis alude a esta condición de la psique del hombre: rechazar “todo lo que no es ella misma”. Nos cuesta aceptar algo diferente a lo que ya hemos construido y asimilado. Es un proceso doloroso que intentamos evitar, aunque parte de ese dolor es también la destrucción de toda amenaza. En el poemario, luego de estas tensiones, el resultado final es la unión. Pero para llegar a ese estado debemos esperar el viento del reposo antes de mostrar una forma acabada. Hay una inquietud, no obstante, que pareciera perturbar la aparición de nuevas formas de vida que ya anunciaban su plenitud y que nos avisa que el viaje aún no ha acabado. Una última tensión nos interroga en los versos finales de “Daisy Chains”, como si el resultado de este viaje doloroso fuera aún más angustiante.
En los poemas el observador suele ser extranjero. No obstante, hay un elemento que lo complementa o acompaña: la soledad. Esto puede percibirse en el segundo poema, donde el yo poético reconoce su “otredad”:
qué hacía ahí
en ese patio de una universidad ajena,
en un país,
en otro país
casi también para él
extranjero
El resultado de este viaje que le ha dado la condición de extranjero es revelar quién es, mostrar su yo ante su “poeta preferido”. El autor no devela los motivos de su viaje y busca “las palabras precisas” para mostrarse. Busca que un tipo de verdad pueda ser retenida con palabras ajenas, ocultando su verdad más personal, demostrando la imposibilidad de mostrarse desde las palabras. Una segunda lectura nos invita a pensar que estamos ante el mismo poeta que se habla a sí mismo, que ha viajado largamente para encontrarse. Es la voz cansada de articular el fracaso de hallarse, una voz poética “sin ánimo de escuela ni de mármol”, que se abre paso a un nuevo nacimiento. Podríamos decir que se ha reconocido como tal. La poesía ha revelado su ser, pero solo en parte: este sujeto sigue permaneciendo aún oculto para nosotros, quienes ignoramos cuáles son esos estados de los que habla. La poesía juega entonces ese papel de tensión entre lo cerrado y lo abierto, aquello que se muestra oculto, pero que al mismo tiempo se deja sentir dentro de su propio lenguaje.
Quizás donde mejor se aprecie esta condición del observador extranjero y su soledad es en el poema “Zamboni”. Ahí el autor refuerza la idea del observador como un intruso y a la vez partícipe, un contraste entre la alegría y su opuesto. Su mirada se detiene en lo mundano para darnos nuevos significados acerca de su apreciación de la vida. Es atributo del extranjero también observar con otros ojos, mostrarnos aquellos que los habitantes del lugar han invisibilizado como consecuencia de tanto mirar. Por esto, el hielo tiene otro sentido para ese poeta que observa. En “Zamboni”, la gente feliz patina y deja su huella sobre el hielo. Para el observador, para ese extranjero, que somos los lectores, la felicidad deja marcas, cicatrices, pero toda cicatriz tiene su origen en una herida. Leemos:
van dejando marcas en la superficie,
secas señales sobre el hielo,
o heridas que cicatrizan al instante
En estos versos, Vitulli asocia dos sensaciones opuestas: la alegría de un paseo al parque y la tristeza, en un ambiente que pareciera destinado únicamente para el placer (una pista de hielo). Sin embargo, estas cicatrices se borran para nuevas felicidades que, a su vez, dejarán nuevas marcas. Atendamos esta escena:
Son, creemos, señales
que nos empeñamos
en leer, en buscarles
un sentido que, quizás de lejos,
tengan, pero que no se muestra
desde la oblicua
orilla en que miramos
La mirada del observador es ajena a la lectura de los otros, en su condición de extranjero, pero no indiferente. Por esto, se va adentrando y va buscando significados en esa pista de hielo, que es una memoria que se borra y vuelve a construirse para dibujar nuevos recuerdos. El hielo así no es una tristeza eterna o inmóvil, pues la vida es una primavera Indiana, que prosigue su camino.
Este nuevo libro de Vitulli no puede reducirse a una unidad temática. Por esto, he comentado dos motivos recurrentes, que son los contrastes que interactúan para construir algo nuevo y la presencia del observador extranjero, que es al mismo tiempo la condición del poeta. Su primavera es una desmitificación de lo monocromo, de lo claro, para mostrarnos sus fondos oscuros como el abril primaveral y cruel de T.S. Eliot. En este poemario, Vitulli nos invita a adentrarnos en su mundo de claroscuros, a ese mundo habitado por tensiones que es la esencia de toda poesía.
Martín Carrasco Peña
Universidad Nacional Mayor de San Marcos