Mejor el fuego. José Carlos Yrigoyen. Lima: Literatura Random House. 2020. 174 páginas.
Su vida ya puede excusarse,
porque ha muerto del todo;
su trabajo ahora cuenta,
domesticado para el mundo de ellos,
como otro objeto vano,
otro ornamento inútil;
y tú cobarde, mudo
te despediste ahí, como el que asiente,
más allá de la muerte, a la injusticia.
Mejor la destrucción, el fuego.
Luis Cernuda
Mejor el fuego es una historia construida sobre arena movediza. Una historia fragmentada y dolorosa. Turbulenta. La llegada abrupta de desencuentros sexuales, la búsqueda de una identidad elaborada a partir de momentos que marcan un camino sinuoso en la vida del narrador. La pérdida de la ingenuidad. La búsqueda de la armonía a través de imágenes que se retuercen entre un lirismo visceral y la belleza de lo sórdido: “la casta sensualidad de lo aborrecible”.
La historia transita entre la etapa adolescente y juvenil del narrador, el hijo único de un matrimonio tradicional que termina por separarse y dejarlo a merced del mundo, ya adulto. Durante los años previos, el protagonista no cesa de buscar una identidad propia en un mundo en donde no está permitido ser homosexual. El descubrimiento del deseo que se inaugura con una violación a los 14 años, y que continúa increscendo a lo largo de la adolescencia, para solidificarse con el sometimiento del narrador a los embistes de un poeta maduro y despiadado: “su cuerpo vestido era benévolo, casi ingenuo en su exageración. Pero su cuerpo desnudo estaba repleto de violencia”.
Entregas que lo empujan a buscar nuevas experiencias que generan un quiebre en el personaje, quien es presa fácil al inicio y luego, se convierte en cazador y hace con David lo mismo que Urrutia hizo con él. Se transforma finalmente en la víctima de sus propios desenfrenos. Amantes temporales acompasan una historia fracturada narrada a través de intensas figuras poéticas. Y entre escenas mezquinas de tortura, sexo brusco y fantasías incestuosas, hay momentos de extrema ternura, de cariño, y de algo parecido al amor.
“Todo. La gente, los animales, el aire y su mecánica silbante, mi casa, su departamento, la ruta entre ambos, el camino entre su cuerpo y el mío, sus atajos, sus desvíos, la maravilla de palpar su vientre, la luz cuando estaba prendida y cuando estaba apagada, su cama, donde estuvimos juntos, la mía, donde eyaculaba pensando en él, la foto enmarcada de su familia en la mesa de noche, sus discos compactos, su ropa deportiva hecha un revoltijo en una esquina, el despertar con él en medio de la tarde creyendo que era el amanecer, las toallas que usamos, su espalda desnuda, las plantas que a nuestro alrededor crecían, la hora en que debíamos separarnos, los días sin vernos, los días en que pudimos vernos y no lo hicimos, el miedo que nunca me demostró, como si no hubiera por qué tenerlo, como si después no nos fuéramos a acordar de nada. “
Los personajes están construidos sobre una marginalidad latente, en una ciudad arisca que representa un escenario oscuro y oportuno para las experiencias sexuales ocultas del protagonista, quien, a pesar de ser un chico acomodado y contar con ciertos privilegios, no deja de sentirse marginal debido a su inclinación sexual y sus pulsiones humanas: “Había algo apretado y nudoso donde debía estar mi corazón”.
Junto a Samuel, el último de sus amantes y tal vez el único del que se enamora, la historia cobra un nuevo sentido, el lenguaje cobra un nuevo sentido. Se difumina con la realidad del relato y se confunde entre la lírica de cada frase. La musicalidad estalla en silencio, entre la poesía y el constante cambio de perspectiva, de la primera a la segunda persona, lo que genera que el tono confesional se acentúe, y se vuelva más íntimo aún. El secreto que se nos revela: “Samuel abolía con su sola presencia los planos, blandos y numerosos oxiuros que invadían mi alma”.
El personaje principal de esta historia es, sin duda, el lenguaje, de un cuidado extremo y de una carga poética que nos estremece al narrar lo inenarrable. Imágenes potentes y luminosas que se intercalan con una realidad sombría y con escenas de crudeza descarnada. El derroche de sensorialidad a través de la palabra. El valor de contar lo que se considera prohibido. Se nos presenta un mundo narrativo que deslumbra al detallar con agudeza los aspectos más animales del ser humano. Una voz que logra trasmitir trasgresión pura y metafórica, y que construye un universo elegíaco en donde todo acto repercute, en donde toda mirada causa eco.
Poco a poco la historia nos devela a un hombre que es lenguaje y deseo a la vez, y que busca, como todos, eso que a veces nos cuesta encontrar: lo erótico en lo imposible de otra piel.
Daniela Ramírez