Los años sin juicio. Federico Vegas. Madrid: Kálathos. 2020. 428 páginas.
Hay ficciones que se instalan en la realidad con cuatro patas, como animales feroces empeñados en rastrear y señalarnos los males que padecemos. Ese es el caso de Los años sin juicio, la novela más reciente de Federico Vegas, en la que el lector se encuentra con un artefacto que le sirve para interpretar los absurdos de la realidad, procesar las arbitrariedades y contrarrestar las injusticias a partir de la historia de un hombre caído en desgracia. Un testimonio tan vívido que somos incapaces de resistir el artilugio y no nos queda más remedio que dejarnos llevar por la ficción hacia la realidad.
Es una novela que se inscribe en la dilatada tradición de ficciones testimoniales escritas durante las dictaduras de Juan Vicente Gómez y Marcos Pérez Jiménez. Una literatura carcelaria que en Venezuela surge con fuerza ante cada régimen opresivo y que cuenta con textos fundamentales como Puros hombres, de Antonio Arráiz, que advertía al lector en su pórtico que al pasar esa página estaba entrando en la cárcel. En diálogo con esa tradición, Vegas elabora un relato tan convincente, tan lleno de detalles y tan rico en referencias, que resulta casi imposible reconocer que estamos delante de una construcción ficcional. Es una novela que bien podría incluirse en ese tipo de relatos que se elaboran con la expresa intención de borrar el límite que los separa de la realidad. Son textos que construyen presente, como sostiene Josefina Ludmer, y al hacerlo nos obligan a transitar de otra manera por el mundo que nos rodea.
Se trata de un recurso que Vegas ha venido perfeccionando desde Falke (2005), su primera novela histórica, en la que se adueñó de la voz de su tío Rafael Vegas para contar la invasión fallida de un grupo de opositores al régimen de Gómez. Es un mecanismo que exploró también en sus dos novelas históricas posteriores, Sumario (2010) donde se cuenta el asesinato de Carlos Delgado Chalbaud y Los incurables (2012) que se concentra en los últimos meses del pintor Armando Reverón. Los años sin juicio también está basada en un hecho real. En este caso de trata de la detención arbitraria de cuatro directivos de una empresa financiera acusados, por orden directa de Hugo Chávez, de una serie de delitos que nunca fueron probados. Los empresarios estuvieron tres años detenidos, asistiendo a audiencias que no llegaron a ninguna parte y esperando una sentencia que nunca se produjo.
A partir de la experiencia de Herman Sifontes, uno de los detenidos, se desarrolla un relato en primera persona en el que el protagonista cuenta los tres años que pasaron los empresarios en la cárcel, sometidos a la voluntad del caudillo y a la arbitrariedad de un régimen corrupto hasta los tuétanos. La novela se despliega sobre una estructura fragmentaria y pendular que va saltando de un tema a otro, para luego volver a algunas obsesiones que dan cuenta del estado mental de los presos cuyas conversaciones giran una y otra vez sobre los mismos temas. Aunque en los primeros capítulos se narra de manera secuencial la serie de acontecimientos que llevaron a la detención, una vez en la cárcel el tiempo parece estancarse. Entonces las historias se suceden de manera episódica y el narrador va contando, en pequeñas viñetas, anécdotas sobre cada uno de los personajes que lo acompañan en la cárcel, recuperando esa mirada costumbrista que tuvieron en su momento los relatos carcelarios del siglo pasado. En muchos de los casos, se trata de personajes que el lector puede ir buscando en la red para verificar su identidad real.
A partir de esas historias es posible observar la gama de delitos, pero también de irregularidades, que configuran la población de una cárcel en la que se juntan un predador sexual con un traficante de drogas, una paramilitar irredenta con dos profesionales de la salud víctimas de la furia de un militar de alto rango, guardias decentes con esbirros psicópatas. Aunque la ficción marca con claridad los extremos de crueldad a los que son capaces de llegar algunos funcionarios policiales, el resultado general es un universo en el que los confinados terminan formando parte de un mismo grupo humano que sólo establece diferencias entre los que están adentro y los que están afuera. Cada uno de los personajes es presentado en todas sus dimensiones humanas, sin caricaturizarlos ni condenarlos.
La novela se distancia así de representaciones maniqueas, polarizantes o simplificadoras, mostrando un microcosmos donde conviven personajes complejos y contradictorios. Un escenario que bien podría leerse como la metáfora del país mismo, en el que están atrapados por igual los que gobiernan y los que padecen bajo el régimen chavista. Las privaciones, la escasez, la falta de comodidades y la ausencia de esperanzas alcanzan a todos por igual. De este modo, en Los años sin juicio se muestran los muchos puntos de encuentro en los que se disuelven los límites entre el gobierno y la oposición, los que están dentro o fuera de la ley, los delincuentes y los que no lo son, en franca oposición con el imaginario excluyente que prolifera en la literatura venezolana reciente, donde todo parece resolverse en blanco y negro.
Pero Los años sin juicio es también una ficción que apela a una condición universal, la del hombre impotente frente a un poder absoluto, la del sujeto atrapado en una red kafkiana a la espera de que otros decidan su destino. En el último tercio de la historia, ya en una segunda cárcel y bajo un régimen aún más restrictivo, la narración se vuelve intimista y surgen los grandes temas: la soledad, la culpa, la desesperación, la revisión de la vida entera para explicarse el presente, la incapacidad de imaginar el futuro. Pero, tal como sucedió en la vida real, el hombre fuerte que los mantuvo presos muere y del mismo modo arbitrario en que se produjo la detención, los empresarios son liberados con un mínimo trámite legal. Pero al salir de la cárcel nada es igual y la historia se cierra así con un hombre solo en una casa sola, que es como decir con el drama universal de un hombre preso de su propia libertad.
Vegas ha logrado con Los años sin juicio una novela en la que nada sobra, donde la ficción alcanza un estado de transparencia tal que se convierte en un certero retrato de la realidad. El acierto se debe a que el autor ha sabido combinar su capacidad de indagar en la historia con su innegable don de construir con palabras el presente, utilizando al mismo tiempo el oficio de novelista y la mirada atenta del cronista. El resultado es una novela que muerde y olisquea, que rastrea y escarba en nuestras ambiciones y en nuestros miedos más profundos, mostrándonos que cuando se vive bajo una dictadura el país entero se convierte al mismo tiempo en un botín y en una cárcel. Lo que esta novela nos muestra es que, bajo un régimen totalitario, nadie es del todo inocente y, al mismo tiempo, todos estamos siempre a un paso de ser sometidos a la más escandalosa arbitrariedad.
Raquel Rivas Rojas