Lengua de señas. Enrique Winter. Santiago: Alquimia Ediciones. 2015. 88 páginas.
Porque la mudez impide el decir y la sordera no sirve de espaldas, es con los ojos que se ven los mensajes. Así en Lengua de señas de Enrique Winter (Premio Pablo de Rokha, 2014), es la imagen lo preeminente de la estructura y, la ausencia de sentidos, lo fragmentario del lenguaje. Por ello se activa una escritura de sujetos que teniendo las partes rara vez pueden conformar el todo. No es el ejercicio de oponentes que explotan hacia un final, es la intervención de espacios y planos los que van provocando la lectura hacia un sentido que a veces carece y otros es sugerido de tal forma que la completitud sea parte esencial de esta metonimia, incluso al nivel más radical del amor en pareja:
la mayoría emigra por la noche
en que dos mariposas son de nuevo una
sus cuerdas apretadas como pasta oriental
instantánea la vibración de quienes
no pueden encontrarse como si no se conocieran
todos se oyeron desde antes
en otras cuerdas flojas los funámbulos
y a falta de un lugar tampoco
habrá un lugar común
las aceitunas son los ojos
(“Dos son las personas”, p. 19)
Los espacios de Lengua de señas se registran meticulosamente como un fotógrafo o un pintor que sabe finalmente que lo visto en la distancia no será lo mismo cara a cara, pues aquel movimiento generará forzosamente otra visión. Eduardo Milán nos dice de esta escritura que “elide el yo y la sintaxis para liberar lo que queda de los sentidos” por cierto, guiñando ciertas premisas del objetivismo, que si bien está presente a lo largo de sus 88 páginas, no es lo preeminente, sino la intimidad que desde diferentes ángulos podemos apreciar con la escritura. Quizás, si debiésemos discutir su sinestesia sería más apropiado hablar de la tensión que los textos generan a partir de la confrontación de diversos espacios, como las obras de Lucio Fontana, que cuando corta la tela pintada de forma monocroma, lo que genera es una expresión situada más allá de los materiales utilizados. Siendo, efectivamente, una sintaxis guiada hacia lo conceptual, Winter no olvida que el poema debe, además, contener vida. Está la imagen, la representación de la imagen, pero también lo que sobre ella se reflexiona.
ojalá las imágenes se basten a sí mismas
pero lo que dicen es y debe ser
otra cosa
(“Aquí se esculpe con los ojos oídos”, p. 8)
Otro Enrique, Lihn, también convergió a través de su experiencia como precoz dibujante y luego estudiante de Bellas Artes, en una poética donde la arquitectura es la anécdota, pero lo entregado entre líneas es, finalmente, el poema. El mismo Lihn en las conversaciones que sostuvo con Pedro Lastra recordaba a su vez la sagacidad de Hernán Loyola al opinar sobre La musiquilla de las pobres esferas: “una conciencia poética vuelta sobre sí misma, examinándose en el proceso mismo de su quehacer”. Las frases me parecen, no solo exactas en su momento, sino que también extensibles a este comentario. El marco de referencias de Lengua de señas puede ir desde artistas plásticos conceptuales, hasta autores de la tradición chilena contemporánea o movimientos literarios de Norteamérica como L=A=N=G=U=A=G=E (recordemos esa estupenda traducción que hizo de Charles Bernstein: Blanco inmóvil). Mas, si hay algo que los anteriores libros y éste poseen en común, es su expresa intención de revisar la textualidad haciéndose cargo de sus dimensiones como acto comunicativo, pero también del derecho que posee cada autor a elegir el propio modo de hacer poesía. En esta propuesta también, y haciendo justicia a su obra, el autor se desdobla, puesto que el marco de referencia anteriormente citado puede ser un caudal apropiado para la navegación teórica, pero no supera al texto como gesto vital.
En este ámbito la generación biográfica es amplísima. En particular las alusiones a la infancia como eje del proceso que genera el hoy. Incluso leyendo la narratividad propia de esta escritura asoma la articulación de personajes como una historia donde convergen un lugar —cosmopolita, como podría ser Valparaíso— y un hombre que llega hasta allí para hacerse cargo del presente y el pasado de una forma que solo el que observa y se siente observado puede llegar a definir. Por lo mismo, todas las señales cobran importancia a la manera de una película de efectos especiales, donde el final descubre las muchas pistas que la hacían, al fin de cuentas, evidente. Por cierto no está de más decir que las técnicas cinematográficas y ya propias de la novela, esta escritura las maneja a cabalidad, incluso sirve para adelantar que Lengua de señas es un montaje muy bien tramado de diversos planos de la realidad que solo puede expresar la lengua poética.
Para Ezra Pound la verbosidad era un camino que los poetas debían evitar. Quizás el dominio que Enrique Winter posee sobre la materia pasa la cuenta en algunos textos, así podemos encontrar incluso un soneto, cuya buena factura lo justifica ante el tono que durante muchas páginas ha construido. Son recursos compositivos que a veces olvidan la complejidad del tramado, interrumpiendo la mensajería que tan controladamente llevaba hacia lo mejor que posee el libro: la emocionalidad in crescendo.
Quizás ésta, la justificación para el título del libro, hablarnos desde las imágenes a la emocionalidad que generan luego de desdoblarse en la mirada del autor poeta-fotógrafo-pintor que a través de la reiteración de los espacios que enuncia el punto de fuga, encuentra, precisamente en esa fuga el punto donde la realidad supera a la realidad.
los planetas un niño piensa frente al plato vacío
momentos en que es solo hueso y carne momentos en que no
cuando un espejo se transporta acaso se transporta al que muestra
a ese busca y se parece
si es que aspira a la huella de una huella la que deja el mar donde pisa el perro
(“Herrumbre y perros de la lluvia se cobijan bajo pinturas de perro”, p. 54)
El acto final es unir los diversos títulos de los poemas para conformar un collage que cierra la estructura, y que puede ser leído como la voluntad de regresar las partes al todo, como si los sentidos hubiesen estado libres de compromiso para actuar por cuenta propia, y ahora debiesen regresar la íntima comprensión al cuerpo, pues, volviendo a Pound para un verso que definía su gusto por la buena poesía: “Solo la emoción perdura”.
Sergio Rodríguez Saavedra