El último apaga la luz: Obra selecta. Nicanor Parra. Selección de Matías Rivas. Santiago: Editorial Lumen, 2017. 473 páginas.
En 1971 se publicó Poesía rusa contemporánea de Nicanor Parra, por ediciones Nueva Universidad, revisión de un primer apronte que apareció en la Unión Soviética sin mucha circulación en Latinoamérica. Se trataba de versiones que el poeta realizaba sobre traducciones literales de José Vento, e incluía poemas, fotos y biografías de Block, Maiakovski, Ajmatova, Tsvetaeva, Esenin, entre otros. Uno de esos ejemplares sobrevivió veinte años escondidos en una casa en los cerros de Olmué, hasta que un buen día, fue rescatado por un muchacho de quince años que me lo prestó a la salida del colegio. Ese libro nunca más fue publicado, ni antologado, sufrió la suerte de otros libros chilenos que fueron requisados en los tiempos oscuros. Pero en esa tarde fue para dos jóvenes un inicio en la poesía, la amistad, el terrorismo escolar y, ante todo, el acercamiento a la potencia y estructura de la antipoesía de Nicanor Parra.
Quizás la inclusión de estos poemas hubiera sido una gran suma en el volumen que compiló Matías Rivas de la obra de Parra por editorial Lumen y que tiene el maravilloso título de El último apaga la luz. Más allá de esto, otra recreación del autor es justamente adherida, me refiero a fragmentos de la versión de “Rey Lear” de William Shakespeare, en un gesto más conocido en la literatura en lengua inglesa que en la castellana, y que se sostiene en la idea de que toda traducción es un ejercicio de recreación y apropiamiento. Es cosa de ver cómo en la obra completa de la norteamericana Elizabeth Bishop se incluyen con toda naturalidad sus traducciones de la poesía brasileña. Se entiende también, que esa apropiación, y claramente la del Rey Lear, es sumamente particular tanto en el traspaso de un sistema lingüístico y cultural a otro usando un léxico que hace que Shakespeare termine siendo tan contemporáneo como Parra.
Otro acierto, es la inclusión de varias obras completas, que son fundamentales a la hora de entrar en Parra, como Poemas y Antipoemas, La cueca larga, Sermones y prédicas del Cristo del Elqui, Hojas de Parra y Mai Mai Peñi, Discurso de Guadalajara; en ese sentido, Rivas confía en que quien se acerque a estas casi quinientas páginas, es alguien que se inicia o que invita a otro a esa iniciación. Como quiera que fuese ese bautismo, es un gesto generoso de hacer partícipe al lector de la formación de una escritura que de radical no ha perdido un pelo.
Una inclusión que llama la atención son los poemas de News from Nowhere publicados originalmente en 1975, en la revista Manuscritos. El hecho es nítidamente una recuperación de un material difícil de encontrar, escurridizo y cuyo punto mayor es el poema en prosa “Improvisaciones más o menos premeditadas”; este actúa a la manera de un arte poética en donde se declaran los usos del coloquialismo como una especie de apropiación imposible; se pone en situación al siempre ridículo personaje parriano, esta vez escribiendo en las paredes todo tipo de frases, que luego empiezan a multiplicarse sin la acción –al menos evidente- de su voluntad en el espacio público. Rodolfo Walsh con el ceño fruncido hubiera argumentado “los muros son la imprentas de los pueblos”, y creo que eso en Parra activaría una especie de alerta, aunque no se muestre tan convencido. Este poema es una interesante parodia a la relación entre el poeta y la palabra, su incapacidad total de asir su flujo, incluso firmando artilugios anónimos para ganar cierta clientela.
En donde se resta esta selección es en hacer una muestra de la obra visual de Parra, aludiendo razones de formato, lo que se entiende a medias, ya que una antigua selección, a cargo de Julio Ortega, Poemas para combatir la calvicie, incluyó un par de artefactos, en un rodeo mucho más variopinto de su producción. A medias también porque en Tu vida rompiéndose, la antología que publicó Lumen de la poesía de Raúl Zurita, contiene con gran calidad una serie de elementos gráficos y trabajos visuales que abren completamente el abanico y las posibilidades de esa escritura. A la vez se extraña algún paseo por libros como Poesía política o los Ecopoemas que, sin ser pilares fundamentales de esta estructura, son partes funcionales de su armazón ideológico.
Ahora bien, la máquina que echa a andar Rivas anda y bien, gracias a que busca indagar en los orígenes de la antipoesía y en la evolución/reinvención de la escritura de Parra. Esta nave, sin cubrir el sol, ni tampoco siendo ligera, flota y se desliza como una presencia por la que cualquier lector de poesía contemporánea o cultor debería estudiar a carcajadas, con seriedad y detenimiento. Ya él mismo lo dijo en una entrevista de Julio Huasi en 1969: “Los antipoemas nacieron quizá porque ya había llegado a la repugnancia por las formulaciones absolutas y el lirismo farragoso de la poetización habitual en la mayoría de los poetas”.
Uno de los primeros críticos de Nicanor Parra fue el poeta Enrique Lihn, que muy tempranamente y antes de la publicación en un volumen de los Antipoemas ya había escrito un texto que con juvenil entusiasmo resolvía –y con inusitada madurez- el desarrollo de un pensamiento poético. Y esas conversaciones entre ambos, se mantuvieron por larga data y fueron retratas en textos que ahora traigo a colación y que se publicaron entre 1984 y 1985. En “Aparición de unas Hojas de Parra”, Lihn cuenta que, reunidos en la clásica Confitería Torres, almorzaron y en ese tránsito digestivo el antipoeta le confesó su interés por el Tao Te Ching: “Antes de leer al Tao Te Ching –me dice- yo era una especie de hoja en la tormenta; pero debo haber sido una especie de iniciado, porque leyéndolo comprendí mis propios poemas”.
Parra se refería ahí a que el sistema lógico de Lao Tsé le había brindado la posibilidad de entender el desarrollo de las “hipótesis múltiples”, es decir, el hecho de plantear una contradicción sin resolverla: “nada de síntesis: tesis y antítesis”. Aunque Lihn lo escuchaba con desconfianza, quizás ya en la hora del café, dejó su cuchara a un lado, para entender que el sujeto construido por Parra nunca se deja atrapar, se mantiene en la contradicción, como un electrón indomable que al ser disparado contra una placa de metal deja dos huellas en una sola pasada. A partir de esto, tal vez, se podría entender ese delirante grito de batalla: “Muertes sí funerales no” o ese quebrantahuesos que dice “nueva alza del pan produce nueva alza del pan”.
Algún día se estudiará la influencia del Tao Te Ching en la poesía chilena, de Pablo de Rokha a Juan Luis Martínez, pero lo interesante es cómo el antipoeta reconoce en ese texto su triunfo sobre la dialéctica. Eso le permitió no ser ni un “tonto solemne”, “ni una vaca sagrada”, mantener la frescura en un ejercicio lúdico que constantemente está parando la oreja ante lo que dice el lector. Porque Parra siempre nos está oyendo, como si tuviera su propio Aleph borgiano, con periscopio y portátil, atento a la sintaxis y al léxico de la pescadería, del reparador de calzado y de la feria de frutas y verduras (también de los académicos o “doctores”). “Lo que pasa es que yo escribo lo que la gente dice. Es un fenómeno de reconocimiento”, le dice a Lihn, deteniendo esa frase en el tiempo, como si se hubiera quedado instalada en algún rincón de la Confitería Torres, rincón que por lo demás no es apto para todos los bolsillos.
Estas son cosas que nos permite pensar esta máquina parreana mientras merodea el universo conocido. Sus mecanismos y a los que nos habituó, sin dejarnos de sorprender, son sus lecturas de nosotros “y los letreros luminosos / y las murallas de los baños / y las nuevas listas de precios”. También son sus acercamientos a otros, lejanos en el tiempo, cercanos en humanidad, seres que traídos al más acá pueden afirmar: “Que el agua de mis ojos / sirva para fraguar la arcilla al menos”. Pero sobre todo un modo de tensar el lenguaje tanto como un elástico que al soltarlo puede abarcar una extensión con gracia y elegancia o, de lo contrario, darnos directo en la cara; seguramente su intención es que en un poema pasen esas dos cosas. Lo demás, son los amigos que hemos hecho a partir de sus libros.
Diego Alfaro Palma