Lima: Sol Negro. 2022. 42 páginas.
“De nuevo Eros, que los miembros afloja, me sacude, / una fiera dulciarmarga, imbatible”, es lo que escribió Safo hacia el siglo VII antes de Cristo. Pero bien pudo haberlo escrito Gisella Ballabeni, ahora, entre nosotros. “El Silencio es como la muerte / o la cárcel”, es uno de los primeros versos que Gisella despliega en El tiempo suspendido entre tus manos. Pienso en la necesidad de hablar y nombrar el deseo. Esta es una poesía de la desnudez, una poesía del cuerpo que es habitado, interpelado, desbordado, atravesado por la pulsión del deseo que nunca está quieto. Como en la poesía de Safo, es el deseo el que pone en movimiento, necesita la correspondencia, el cruce de miradas, la posición mutua de los cuerpos.
Y el eros también necesita, sobre todo necesita, de la distancia. De lo imposible. Hablemos del deseo. En su libro Eros, The Bittersweet, o el Dulce y Amargo, Anne Carson distingue tres elementos que componen el Eros en los poemas de Safo. En primer lugar, el amado; en segundo lugar, el amante; y, en tercer lugar, la distancia –y los obstáculos– que separan a los dos primeros. Lo que significa que sin imposibilidad Eros no actúa, permanece oculto, inactivo. Es como si solo a través de los obstáculos pudiéramos sentir el Eros. Solo cuando hay distancia, cuando hay imposibilidad, cuando hay impedimento, el deseo existe y vibra y grita.
Eros es falta, dice Sócrates. En realidad, el amante se encuentra impedido de acceder al amado. De ahí que el movimiento del amante va del amor al odio y viceversa. El amante ama porque el amado existe, pero también odia porque está fuera de su alcance. Y aquí quería llegar: Eros es sufrimiento y también es goce. Gisella dice: “pero la sangre / siempre es roja”. La sangre, como un símbolo material del eros, del deseo, del amor, es lo único constante. El rojo es lo constante. Esto que se mantiene es el eros, que a lo largo del libro es como una herida abierta de donde salen las palabras. Si para Safo el Eros es sufrimiento, para Gisella Ballabeni también lo es: en sus poemas, el apetito carnal es algo que tortura, aprieta, quita espacio, te acorrala, te quita cosas, aire, cordura. “El amor mata”, dirá Gisella en uno de sus poemas. Les propongo que lean el libro de Gisella como una visita a los diferentes estados del deseo, del amor erótico. Como si fuera el camino hacia el (inevitable) desengaño de las relaciones amorosas. No es un libro feliz. Si hablamos de deseo, necesariamente hablamos de ausencia, de vacío, del hueco. Si nos fijamos bien, el vacío es ese tiempo suspendido en las manos. Después de todo, “¿cuál es el verdadero tema de la mayor parte de los poemas de amor?”. No es el amado. Es ese agujero”, diría Anne Carson.
“Con la piel profanada / sin piedad crezco // desarmada”, dice Gisella Ballabeni. “Eros una vez más afloja mis miembros, me lanza a un remolino dulce-amargo, imposible de resistir, criatura sigilosa”, dice Safo por su lado. Poner en diálogo a Gisella en el año 2022 y a Safo en el siglo VII antes de Cristo, como ven, tiene todo el sentido del mundo. Para mí, Safo inventó el deseo. No solo lo inventó, sino que puso rostro y le dio un movimiento, le otorgó un sentido, una naturaleza, un comportamiento. Gisella también es la Safo de su universo poético. Vean este libro como un primer edificio construido en el terreno del Eros. Gisella, como Safo, es una habitante del país del Eros. Lo erótico aquí ruge, lo erótico aquí quema. Que el primer libro de una poeta aborde esta temática hay que celebrarlo siempre.
Pero vayamos a la carne del libro, hinquemos diente. Hay algo muy interesante aquí y es que la voz poética se asume muerta al final del primer poema: es decir, asume su silencio como un tipo de muerte. Sin embargo, pide que empiece el espectáculo de la voz, el espectáculo de la poesía. Dice: “que se abra el telón”.
Y aquí es donde les hago un spoiler, que no es spoiler realmente: todo este libro es la experiencia del sujeto deseante. En este libro se desea desde el cuerpo y desde el lenguaje en igual medida. En el poema “es en donde convierto mi cuerpo en poema”, el lenguaje erótico se constituye como el único posible; es el lenguaje del cuerpo, de la identidad del sujeto femenino que se asume por todo lo alto, con sus grietas y su alcance y su fuerza. Y también sus limitaciones. Ahora bien, la importancia del cuerpo y aquel goce doloroso es de una larguísima tradición. Pensemos en Santa Teresa de Jesús, por ejemplo. Sí, una santa hablando desde el cuerpo.
“Soy señora del deseo”, nos dice Gisella Ballabeni, “dueña de silencios / de siglos altaneros / de pecados / de condenas / de sustantivos propios”. Aquí el sujeto se identifica como un sujeto deseante, y esto es importante. Aquí el sujeto desea, y al hacerlo, encuentra su identidad. En ese reconocerse en el deseo, se vuelve dueña de algo. Con la identidad, con el deseo, se entabla una relación de pertenencia con el mundo. Si deseamos somos alguien, algo nos pertenece, y al mismo tiempo nosotros le pertenecemos a algo más grande.
Pero volvamos al cuerpo. “Y mis labios // casa abierta / de versos / solitarios”, dirá Gisella en uno de sus poemas. El cuerpo es el origen de la poesía. Y esa es toda la religión de Gisella Ballabeni: el cuerpo múltiple, que goza el cuerpo deseante y es presentado como una oposición al deterioro, a la muerte. Particularmente, pienso que es mentira que la vida sea lo contrario a la muerte. Es el deseo lo contrario a la muerte, es el erotismo, es la celebración del cuerpo, del goce, de la experiencia sexual: el orgasmo es lo contrario a la muerte.
Siguiendo esta idea, el no sentir goce, el no sentir deseo puede ser equivalente a la muerte. Esa muerte que se anuncia en el primer poema, que además es también el silencio, la ausencia de palabra.
Estoy convencida de que toda la poesía erótica es en el fondo impugnación de la muerte. Un rebelarse contra la muerte. Cuando el yo poético cumple con el deseo, cuando acude al llamado del deseo, cuando se presenta para el goce, la muerte pierde espacio. Pierde poder. ¿Será que ese es el fin de la poesía? ¿Desafiar la muerte con las palabras y el deseo, nuestras únicas armas? Nunca lo sabremos con exactitud, pero lo que sí podemos comprobar hoy, aquí y ahora, es que el primer libro de Gisella Ballabeni es una forma de poner el cuerpo. Una forma de habitar el cuerpo, como mujeres, como sujetos deseantes, como seres humanos mirando sin miedo a la muerte y al vacío. La poesía, siempre la poesía, como la mejor manera de celebrar la vida.