El próximo desierto. Santiago Acosta. Guadalajara: Editorial Universidad de Guadalajara. 2019. 64 páginas.
Todo paisaje es continuamente acosado
por sus vidas anteriores
Santiago Acosta
¿Un libro es un fruto? ¿Una vida es un paisaje? Preciso traer estas imágenes para cercar las ramas de este libro expandido, semilla que se despliega ante el imaginario como una road movie hecha de postales sin tiempo ni espacio formal. El próximo desierto labra una suma de indagación despierta, registro, teoría y sensibilidad. En un interludio de formas reales e imaginadas, aparece una voz que devora furiosa la propia vida, la historia de la tierra en que nació y el devenir del mundo en que se mueve. Las páginas se abren en las brechas entre arte y academia, lo humano y la ciencia, viajar y no irse nunca, para hacer ver una apuesta del autor en conexión con la responsabilidad de traducir discusiones de aula para el plano literario, público, sin abandonar el rigor que exige, sus referentes ni la complejidad de su articulación.
Este libro resultó ganador del Premio Ciudad y Naturaleza José Emilio Pacheco, otorgado por el Museo de Ciencias Ambientales de la Universidad de Guadalajara, en 2018. Esta cuestión híbrida (arte, ciencia, experiencia y soporte teórico) se hace manifiesto en el texto y sus condiciones de publicación. Los cruces que el autor expone entre teoría y poesía, ofrecen un acercamiento crítico a una realidad devastada. La fragmentariedad de su poética no persigue ejemplaridad moral, su objetivo es el documento del contexto y radicalizar la expresión de su gravedad, una urgencia latente y asesina que dibuja parajes desolados, en fuego, en armas, hambrientos, enfermos, perdidos. De acuerdo con el jurado que emitió el fallo, se ubica en una frontera distópica, donde el desastre ya ha ocurrido. Un desastre que no tiene un centro de gravedad fijo, es excéntrico y asoma desde lo íntimo hacia circunstancias de supervivencia planetaria, vinculadas con la inestabilidad política, la violencia, las migraciones y catástrofes naturales/ambientales características de una era geológica definida como Antropoceno.
El trabajo de Santiago Acosta ha sido paciente y autobiofotográfico. Permítase la invención anterior para construir la argumentación que busco. Su primer libro publicado, Detrás de los erizos (Monte Ávila Editores, 2007), fue la piedra fundante de un registro personal, luego sobrevino el silencio de una década, años de transformaciones calladas como un exilio verdadero. Ese espacio personal e íntimo vino a reunirse y revelarse en su segundo libro, Cuaderno de otra parte (Libros del Fuego, 2018), donde aparecen sus heridas, hallazgos y sólidas presencias, un testimonio vital armado de tramas que explican una generación: dolor de ausencia de lo propio, errancia física y emocional. El próximo desierto es el corolario de un período formativo, constituye el cierre de una inocencia que se resignifica en una prueba sólida: sus inmersiones, decisiones, caminos interiores y pruebas materiales se hacen bosque de palabras, luces argumentales, postura política, consciencia histórica. Este trabajo narra los bordes, anticipa naufragios y relata lo invisible operando de forma oracular. Santiago Acosta es un poeta que dialoga con el afuera, persigue la síntesis y la emergencia. Desde la ambivalencia de esta última palabra, sostiene la urgente en conexión con lo fáctico y la disposición al intercambio con un presente que se erige como única fuente legítima de poesía.
Inscrito en la estirpe del poeta moderno, la mutación y el tránsito es el lugar de la iluminación. Vincula el lenguaje fotográfico al revelar su fascinación por la nada del paisaje con ironía y vehemencia. En “Las grietas del presente”, entrevista que le hiciera Miguel Gomes en 2019 y publicada en la revista Trópico Absoluto, expone su inclinación a ser seducido por edificios, espacios baldíos y parajes desérticos. Aquí cabe la pregunta por la estética: ¿qué es lo que implica caer preso de los paisajes ofrecidos por la complejidad y deriva de los orígenes? Esa familiaridad y gusto por la ruina, la armonía con lo fractal, la belleza de los restos, ser interpelado por la devastación.
El próximo desierto abre con un epígrafe de Fredric Jameson: “We need to develop an anxiety about losing the future”. Lo escribe así, en inglés, sin traducción. Quizás se trate de extender la misma propuesta que hace Jameson, y sugerir una interpretación para esto a discreción del lector. Accionar el esfuerzo por captar fino lo que está a la vista. El desierto es una imagen con densa tradición literaria: espejo árido y quebrado, promesa de un fin. El movimiento imperceptible de las dunas, que se mueven como olas del mar animadas por el viento, asoma que el desierto nunca es el mismo. Su carácter asociado a la falta de vida es una aproximación al problema de la convivencia en la biósfera. El desierto es solo él, nada más, y funciona como metáfora del antropocentrismo: advertencia sobre el peligro inminente de estar en el mundo sin conectarse con él. La vida humana es alertada a despertar de su ensimismamiento.
En palabras del poeta venezolano Armando Rojas Guardia: “El poema se vive antes de hacerlo. Es una antigua lección nunca aprendida”. Aquí tenemos una punta de lanza para este cuerpo-conjunto de postales fruto de un hallazgo en los vericuetos de la razón, razón sostenida por la potencia de la pasión en su forma más pura: el deseo.
Betina Barrios Ayala
Universidad de San Andrés
Buenos Aires