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RESEÑAS
Número 23
September, 2022
El coleccionista de sombras de Javier Vásconez
Por Carlos Burgos Jara
Ficción

Valencia: Pre-Textos. 2021. 224 páginas. 

En la literatura ecuatoriana no hay mayor constructor de atmósferas grises que Javier Vásconez. Aquel es el acierto central de El coleccionista de sombras, su última novela: el ambiente cargado, plomizo, pesado, por donde deben moverse los distintos fantasmas que recorren sus páginas. 

El espacio es protagonista en el libro. La Circasiana, lúgubre morada del conde Aldo Velasteguí, opera como eje de la narración. En sus bajos, donde funciona un casino, se traman las distintas corruptelas e intrigas políticas del país. Y, desde lo alto, el conde lo observa y controla todo, siempre al acecho, entre las sombras. 

Un escritor, de nombre Vásconez, es el encargado de realizar la crónica de aquella casa. Cualquier crónica de la ciudad, nos dice, estaría incompleta sin esa casa y sin la figura del conde. Ambos son elementos claves que posibilitan su lectura. El conde ha leído los libros de Vásconez, sabe de su capacidad para bosquejar la penumbra. Es el tipo idóneo para el trabajo. 

La casa está llena de oscuros sillones de cuero, fotografías de parientes muertos, pasillos sombríos, colecciones de insectos, “algunos tan esbeltos y alargados como signos de interrogación”. En la Circasiana toma forma la leyenda negra del conde. Es un lugar que socava cualquier noción de lo “familiar”. Por allí se ingresa a una dimensión repleta de extrañeza desde donde emergen secretos siniestros, traumas no resueltos, silencios incómodos. 

El conde está obsesionado con las viejas mansiones republicanas de la ciudad. Incluso ha escrito un pequeño tratado sobre ellas. Da la impresión de querer establecer una oscura conexión entre cada una, como si en aquellas redes estuviesen fijados varios de los enigmas de la memoria urbana. En la novela, la Circasiana se conecta con la Atenea, la casa negra de aliento gótico que Liliana Zaldumbide se hizo a su regreso de Francia. “Todas las viejas mansiones de la ciudad”, dice el narrador, “poseían el don de la memoria y eran como esas ancianas que conocen todas las historias de la tribu”. 

A propósito de lo gótico, se ha hablado mucho en los últimos años sobre la existencia de un “gótico andino”. Varios críticos se han referido a reconocidas escritoras como Mónica Ojeda o Solange Rodríguez como representantes del género en el Ecuador.  Me parece que cualquier estudio panorámico sobre lo gótico en la literatura ecuatoriana estaría incompleto sin mencionar a la narrativa de Javier Vásconez. 

Lo gótico suele escapar a las definiciones precisas. Los estudios clásicos del género lo tenían un poco más claro: un paisaje europeo, un castillo, las alpinas alturas por donde vagaba el Frankenstein de Shelley, los desolados cementerios de Londres o Edimburgo por los que acechaban ladrones de cuerpos. Pero lo gótico habla desde hace tiempo varias lenguas y ha tomado contacto con demasiadas culturas como para seguir definiéndose únicamente desde el estrecho espacio europeo. Es un género que ha sabido trasladarse a distintos lugares, mezclándose y adaptándose bien a historias, supersticiones o leyendas del folclor local de las culturas en las que aterriza. 

Roger Luckhurst nos habla de lo gótico como un “híbrido” complejo en el que, sin embargo, todavía pueden identificarse ciertos hilos comunes (“tropos de viaje”, como él los llama) que giran alrededor de ideas relacionadas con la transgresión, la difusa frontera entre la vida y la muerte, el buen y el mal gusto, el conocimiento y la creencia, las preguntas esenciales sobre nosotros y los otros. 

En el caso de El coleccionista de sombras, lo gótico es también el registro de una crisis: la de la ciudad, la del propio Vásconez. La proximidad con la monstruosidad del conde le devuelve una imagen no menos monstruosa de sí mismo. Lo monstruoso también puede ser lo que se ve como nosotros, un rostro conocido que de repente nos resulta ajeno. Al entrar en contacto con aquel personaje, con sus silencios y sus fantasmas, Vásconez entra en contacto con los suyos también. Poco a poco se nos van revelando historias de su pasado que él habría querido olvidar; pero que están ahí, esperando para aparecer en los momentos en que menos lo espera: su incómodo paso por el Saint Mary’s College (en el que siempre se sintió un extraño y un marginal) o su experiencia por los abismos de la locura en un hospital de París.

La Circasiana es una casa habitada por fantasmas. Solo las casas con pasado entran en esa categoría. Sus pasillos y puertas son zonas de ansiedad, las habitaciones esconden espectros que es mejor no invocar, pues están hambrientos y esperan al menor llamado para instalarse en el presente y remover historias que claman por ser contadas. Es lo que el conde le pide Vásconez: escribir una crónica que, en el fondo, es un movimiento de indagación de un pasado que tiene un peso abrumador sobre un presente frágil, precario. 

La casa marca una frontera entre este mundo y el siguiente. El conde pertenece a una aristocracia venida a menos. La genealogía de su familia se remonta a épocas coloniales cuyas corruptas instituciones no han sido superadas. Y Circasiana está ahí para recordárnoslo constantemente. Los fantasmas de un pasado que vuelven una y otra vez. La novela se construye sobre digresiones continuas que van armando una memoria que subraya la imposibilidad del olvido. 

Sobre El coleccionista de sombras pesan también otros fantasmas: los literarios. La novela puede leerse también como una colección de deudas: Kafka, Le Carré, Onetti, Benet, Conrad, Melville y principalmente Dostoievsky. Una vez más, Vásconez rinde homenaje al viejo maestro ruso. Las sombras de El jugador están regadas por todos lados. Al igual que en Dostoievsky, el juego opera como elemento fundamental para levantar una crítica no solo hacia las bajezas y corrupción generalizada que impera en la ciudad, sino también la manera en que aquella decadencia se conecta con los conflictos psicológicos que persiguen a sus personajes principales, Vásconez y Denise.

Denise es la mujer humillada de forma permanente por el conde. El conde ha vivido siempre como un “hongo venenoso” en la ciudad. De él se dice que es un “vampiro” que renace cada noche entre las sombras del casino, un personaje popular y temido. Su relación con Denise no estaba basada en otra cosa que en la obsesión por la propiedad. Pero Denise se resiste a que su identidad sea absorbida por el vampiro, y muy pronto empieza a despreciarlo. El conde la humilla porque no puede controlarla como controla todo lo demás. Denise es el verdadero contrapunto a su figura. Denise convierte a Vásconez en su amante, le cuenta cosas a las que él no hubiese podido llegar por sí solo y progresivamente se impone como una figura central en la narración. Vásconez sabe que ella es su principal interlocutora, el personaje que le permite acceder a las verdaderas zonas grises de la historia que pretende contar. 

El coleccionista de sombras confirma el lugar que Javier Vásconez ocupa desde hace algún tiempo en la literatura ecuatoriana y latinoamericana. Algún crítico ha observado que esta novela tiene mucho de testamento literario, de texto final. Esperemos que no. Mientras Vásconez siga produciendo novelas de calidad, creo que podemos seguir posponiendo ese testamento indefinidamente.  

Carlos Burgos Jara
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