El arte de singar. Pedro Antonio Valdez. Santo Domingo: Ediciones Hojarasca. 2015.
El escritor dominicano Pedro Antonio Valdez, autor de novelas como Bachata del ángel caído, El carnaval de Sodoma, La salamandra y de una colección de cuentos titulada Última flor del naufragio, ha escrito un poemario porno-erótico que invita al polvo y lo describe poéticamente como un encuentro de dos cuerpos ávidos y deseosos. Desde la portada del libro, el atrevido título El arte de singar ostenta un condón marca “Escudo/Profamilia” que contradice un poco la ansiedad de estos versos que no están escritos para procrear sino para gozar y dar y recibir placer. Sin embargo, mantiene una tónica de “sexo seguro” porque al usar el condón la pareja controla cualquier tipo de intercambio de fluidos, pese a que sabemos que los condones son solo 97% efectivos, según dice en la caja. Un detalle extraliterario es que “Profamilia” es una ONG dominicana en contra de los valores tradicionales de la familia, a favor de controles de reproducción alternativos, y encarna lo contrario al espíritu judeocristiano que plantea el sexo como un modo de reproducción y no de mero goce.
El poemario está dedicado en inglés, “Poems to Samantha Ritz”, y no se hace más referencia a este nombre a lo largo del cuaderno en pasta dura verde, con un diseño de papel acartonado que tiene hojas de enredadera, también de color verde, para afirmar el carácter natural de este encuentro sexual y amoroso de dos cuerpos, tanto masculino como femenino. Este detalle del libro como objeto se evidencia en un lenguaje natural, a la vez lírico y soez, a la hora de hablar del encuentro sexual y amoroso, como veremos más adelante. Curiosamente la voz se autocensura cuando ha usado un lenguaje altisonante y vuelve al lirismo de expresar la fusión de dos cuerpos más allá de la carne.
En 47 páginas y 35 poemas breves, el hablante lírico macho hace gala de un verbo y una carne que nos impregna con su premura hacia la hembra: “Un pozo tubular,/ una piedra amarrada al extremo de un palo./ Esa suma logramos ser/ cuando estamos solos/ y el sol es una mancha/ que se borra en polvo de carbón/ o se resume en cada pieza sólida/ que te recorre y amuebla tu alma” (“Singar contigo”). Los encuentros avanzan y se hacen más intensos: “Singar es la forma pura/ de estar juntos./ Aplastar la lejanía,/ transfigurarla en sal/ río abajo bajo el fuego./ Singar es dar tijera al siglo,/ reducir la distancia al grado 0” (“Grado 0”). Se apaciguan los cuerpos después de hacer el amor y el hablante reflexiona usando la metáfora agrícola de la siembra: “Lo bello es sembrarte/ mientras rozas con tus plantas/ el paso de pluma de las nubes,/ es que brotan de ti/ rosas de leche,/ frutas de leche,/ pasto de leche…/ lácteas serpentinas en mi tallo/ que se aferra a las raíces/ regadas por tu vientre” (“Sembrarte”). Pese a la alusión directa a la penetración (penetrar/sembrar), la voz recurre por momentos a un lenguaje más lírico tradicional que a una retórica de la antipoesía conversacional hispanoamericana, como en otros momentos, en la larga tradición de Nicanor Parra, Ernesto Cardenal, Roque Dalton, o José Emilio Pacheco, entre muchos otros.
El amor también se hace protagonista de los versos más allá del sexo y obsede al hablante lírico: “El amor/ estuvo sin hacerse/ desde la chispa/ que lanzó de un tiro la existencia.// Se deslizó en las caricias/ de pésimos amantes,/ justificando su búsqueda/ entre gritos/ y sudores inservibles” (“Haciendo el amor”). Lo más interesante en este movimiento pendular sexo/amor es que uno lleva al otro y la voz de Pedro Antonio Valdez nos recuerda “esa forma de venirte/ evaporada/ de la niebla// esa burla alquímica/ de mezclar leches humanas/ y convertir mi odio en amor,/ mi piedra en pan, mi sol en agua” (“Carne de corazón”). Es preludio al sentimiento más profundo que comunica esta poesía: “Singar con amor tiene su cuchillo./ Siempre se juega al reloj/ de esta materia:// el semen se transparenta en lágrimas,/ la piel corteza de una/ oruga quemada hace mil/ hojas,/ duele el jadeo porque es rasgar/ las cuerdas de una cítara/ en su cartucho de lava” (“Sexo triste”). Hay una nostalgia particular por la consecución del amor profundo que en el mismo poema el hablante sentencia: “En el sexo sin amor habita un mérito”, el de no enamorarnos y entregarnos al placer sin más. O como concluye en “Tu amor”, hacia el final del poemario: “Si quilibrara tu vagina/ en la punta de mi lengua/ donde estalla la/ galaxia en desorden de/ saliva,/ y me faltara tu amor,/ no tendría nada.// Yo podría hablarte/ todas las palabras de la carne,/ regar con las historias más sucias/ el pabellón de tu oreja,/ pero si me faltara tu amor,/ no tuviera nada”. Aquí se acerca a una experimentación de la frase neobarroca que reescribe y recontextualiza el famoso pasaje a los corintios del apóstol San Pablo, en su reflexión acerca de la falta de caridad o de amor. Ironía y parodia se dan la mano a la manera de un Severo Sarduy en su poemario homoerótico Un testigo fugaz y disfrazado (1985) o un Salvador Novo en su poesía erótica.
“Tronco negro” es un buen ejemplo de un lenguaje que hace relación a la naturaleza para afianzar la naturalidad del encuentro amoroso y sexual: “El tronco al que te abres/ para enterrarlo en ti/ y enchufe su relámpago en tu masa,/ regado en la cartografía/ de un beso negro,/ el tallo con su perfil/ de cosa enorme,/ de estrellas con puntas que no cabe,/el tronco que sufre si se trasplanta,/ que en el culo se te ordeña/ si la muerte/ lo derriba en su fanfarria”.
Ese tronco de árbol al que se abre el tú de los poemas prefigura el pene que entra por varios orificios del cuerpo y el momento es la electricidad de un relámpago que toca la materia de ese cuerpo. Se mencionan las estrellas con puntas que no caben en esa penetración hacia el sexo anal que lleva al sujeto hasta la pequeña muerte del orgasmo, a través de un lenguaje que se detiene en elementos de la naturaleza para comunicar la belleza de la cópula.
La conclusión de esta aventura porno-erótica en poesía hace de El arte de singar, de Pedro Antonio Valdez, un refrescante cuaderno de poesía que celebra las constantes del amor y el sexo entre parejas, equilibrándose en la cuerda floja del placer y el compromiso. Como dice en “La nada que te queda”, el poema que cierra el libro: “He aquí…/ Ave Fénix, macho y Pedro,/ con el corazón más grande/ que todas las piedras reunidas”. Triunfa el amor sobre el deseo en el balance de estos versos y comprueba que un cuentista y novelista reconocido internacionalmente, como Pedro Antonio Valdez, puede también ser poeta y legarnos un verbo que se escribe en la carne de la amada.
Poemarios como este nos acercan a la literatura dominicana contemporánea, la cual se conoce tal vez menos más allá de nuestro Caribe uno y diverso. Autores como Pedro Antonio Valdez (Premio Nacional 1998) y Ángela Hernández Núñez (Premio Nacional de Literatura 2016) son buenos ejemplos de las nuevas entregas que esta ha dado al corpus de la nueva literatura latinoamericana contemporánea.
Daniel Torres
Ohio University