Desordenadas. Naida Saavedra. Miami: Suburbano Ediciones. 2019. 124 páginas.
“Cada dos o tres semanas se encerraba Jo en su cuarto, se ponía el ‘traje de escribir’ y caía en trance, como ella decía, escribiendo su novela con alma y vida, pues hasta que no había terminado el ataque no le era posible quedarse en paz”. Este fragmento de la eterna Little Women de Louisa May Alcott bien podría haber sido uno de los mantras de la escritora y académica venezolana Naida Saavedra mientras compilaba desde Massachussets —lugar donde vive y enseña y el mismo estado desde el que Alcott escribió su célebre novela— historias sobre mujeres que, aunque escritas en momentos distintos, comparten un mismo espacio en Desordenadas.
El progreso peregrino del predicador puritano John Bunyan —novela alegórica que constituye una especie de manual de conducta— fue una obra que informó la primera parte de Little Women. Pero su influencia fue más bien de naturaleza transgresora ya que la autora norteamericana reemplazó el peregrinaje masculino por el femenino y lo trasladó a la era moderna. Saavedra continúa este maravilloso proyecto al presentarnos historias de mujeres que subvierten el mundo patriarcal posesionándose y reinventando sus propias guías de comportamiento. El peregrinaje de sus personajes involucra el enfrentarse a situaciones y conflictos del mundo moderno y los de siempre —vida familiar, pobreza, inmigración, aspiraciones académicas, sexualidad— así como su interseccionalidad con la agencia y el cuerpo femenino.
En una entrevista a propósito de la publicación de Desordenadas, ante la pregunta de cuál ha sido el libro más importante que le han regalado, Saavedra responde que se trata de A Room of One’s Own: “Esa obra la llevo siempre conmigo; Woolf me entiende tanto como yo la entiendo a ella”. Es una influencia palpable cuando encontramos en Desordenadas un espacio propio para cada uno de sus personajes —un pequeño reino matriarcal que nos ofrece una constelación exquisita de cuentos habitados y poseídos por mujeres.
El primer cuento, “Una cosa sin sentido”, proporciona ya una clave de la alteridad que vibra en la obra de Saavedra. La narración se despliega como un manifiesto de la escritura en el que se rompen las expectativas y lugares comunes del proceso creativo. La narradora-escritora nos confiesa que rara vez se enamora de sus personajes, que más bien “Siempre me burlo. Incluso olvido sus nombres o los confundo”. Una narradora que resiste también las normas del lenguaje —le gustaría usar la @ y la x—, recoge su frustración en un “¡Agh! Qué idioma tan masculino”, y al igual que Jo de Little Women rechaza la categorización que pretenden imponerle: “Que no soy escritora de allá, porque empecé a escribir aquí… que no soy escritora de aquí porque comencé a publicar temas de allá…”. Los personajes que crea esta narradora tampoco se atañen a las reglas, tal es así que muchas veces ella misma no los puede controlar —“Mis personajes son de donde quieren ser y hablan como les dé la gana hablar”.
Al recordar que originalmente Little Women se publicó por entregas en un periódico, fue una delicia descubrir que dos de los cuentos en Desordenadas evocan dicho género. “Cuatro Lauras” y “Vos no viste que no lloré por Vos” se desarrollan a través de una narración fragmentaria con subtítulos que otorgan un aire episódico a las historias. Pero este juego en la estructura le da una vuelta de tuerca a la novela romántica serial ya que se altera la expectativa del final feliz con cierres en los que las mujeres deben enfrentar las consecuencias de saltarse las convenciones sin la intervención redentora de un personaje masculino. Ellas y solo ellas, las héroes de sus historias.
“Vos no viste que no lloré por Vos” subvierte la narración cronológica apegándose más bien a la estructura fracturada y caótica de los recuerdos traumáticos. La frontera entre realidad, ilusión, vida y muerte se torna borrosa: “Mamá, mamá, ¿por qué no me contestáis?… te oigo sollozar pero no puedo verte… ¿dónde estoy?… ¿será que todavía es ayer?”. En el universo narrativo de “Cuatro Lauras” no hay espacio para las bodas ni para la redención. Hacia el final tampoco hay hombres. Como si las cuatro Lauras hubiesen llegado a un acuerdo de que la única manera de reclamar un lugar propio que se alejara del discurso patriarcal implicaba desterrar cualquier indicio de presencia masculina en sus historias.
Es precisamente este el final que muchas lectoras feministas hubiesen querido para Jo March. Es el final que la misma Alcott —quien por decisión propia nunca se casó— anhelaba para su personaje semiautobiográfico. La escritora norteamericana tuvo que ceder ante las presiones de sus editores —aun cuando dio ese giro inesperado de que Jo no acabase con Laurie— y escribir para su heroína el único final aceptable para una mujer en aquel momento. Por eso es una satisfacción inmensa encontrarme con finales donde no aparece un hombre al rescate. Donde las mujeres, sea cual sea la situación, se proclaman dueñas de sus errores y destinos. Dueñas de sus voces y sus historias. En la nota de introducción, la autora comparte que su intención fue la de “agrupar pedazos de vidas para que tengan cuerpo y un espacio al que puedan pertenecer”. De esta forma, al igual que Meg, Jo, Amy y Beth, las mujeres que protagonizan los cuentos de Saavedra personifican diferentes aspectos de la experiencia femenina. Desde las más cotidianas hasta las más terribles, como acontece a la protagonista de “No llores, mi reina”: “Sentí como si una navaja entraba y me perforaba una y otra vez y me rompía y me rompía y me rompía”.
En la contratapa de Desordenadas leemos que “así como Simone de Beauvoir impulsó nuevos planteamientos para la mujer en el siglo XX, las de este libro, ferozmente contemporáneas, se sumergen en la convicción de que solo pueden redimirse a través del caos”. Imagino a la feminista francesa de niña, jugando con su hermana a las Little Women. Así lo relata la columnista Joan Acocella en un artículo para The New Yorker y añade que Beauvoir siempre escogía representar a la personaje escritora porque le gustaba decirse a sí misma que ella era como Jo —que ella también encontraría su lugar. Me reconforta pensar que así como las desordenadas hermanas March de Louisa May Alcott inspiraron a Simone de Beauvoir y el discurso desordenado de Virginia Woolf inspiró a Naida Saavedra, el desorden de las mujeres escritoras —las de antes y las de ahora— seguirá inspirando a nuevas generaciones de mujeres a transgredir y resistir fronteras, a contar sus historias y a reclamar un espacio propio en las esferas a las que a ellas les apetezca pertenecer.
Melanie Márquez Adams
University of Iowa