México: Vindictas, 2024. 404 páginas.
Rosario Castellanos (1925-1974) fue una de las escritoras latinoamericanas más destacadas del siglo veinte. Su obra ha influido en la generación de escritoras contemporáneas como Cristina Rivera Garza, Rosa Beltrán y Valeria Luiselli. Durante su vida, Castellanos publicó teatro, más de diez volúmenes de poesía, tres colecciones de cuentos, dos novelas y tenía una columna semanal en el periódico Excélsior. También, trabajaba como maestra de literatura comparada en la Universidad Nacional Autónoma de México y, en 1971, fue designada embajadora mexicana en Israel, donde sirvió hasta su muerte imprevista en 1974. Una cantidad significativa de su obra ha sido publicada póstumamente: Cartas a Ricardo (1994, 2024) y Cartas encontradas (2023); su tercera novela Rito de iniciación (1996); una colección de ensayos, El uso de la palabra (1975); la obra de teatro El eterno femenino (1975) y tres volúmenes de su periodismo, Mujer de palabras: artículos rescatados de Rosario Castellanos (2004, 2006, 2007), compilados por Andrea H. Reyes. Mujer de palabras y Cartas a Ricardo volvieron a publicarse en 2024.
En 2024, la colección Vindictas de la UNAM publicó Cartas a Ricardo con el prólogo e introducción originales de Elena Poniatowska y Juan Antonio Ascencio, respectivamente. La edición de Vindictas además tiene una nueva introducción, “Las Rosarios por venir”, de la poeta y académica Sara Uribe.
Cartas a Ricardo es una colección de cartas que Rosario Castellanos escribió a su esposo Ricardo Guerra (1927-2007). Uribe habla de los tres periodos sucintos de la correspondencia: el primer periodo, de 1950 a 1952, cuando Castellanos había recientemente salido de la Universidad Nacional Autónoma de México. Su tesis, “Sobre cultura femenina”, fue publicada en Américas Revista Antológica. Castellanos había recibido una beca del Instituto Hispánico para estudiar un año en Madrid y, acompañada por su mejor amiga, la poeta Dolores Castro, se embarcó en Veracruz para ir a Europa. Desde el barco, el S.S. Argentina, escribía cartas apasionadas y divertidas a Ricardo Guerra, a quien había conocido hace poco en México. Enviaba las cartas, siempre que era posible, desde los puertos donde el barco hacía sus escalas.
Durante el segundo periodo (1966-1967), Castellanos escribió las cartas a Guerra desde los Estados Unidos. Se casaron en 1958 y su hijo Gabriel nació en 1961. Castellanos trabajaba durante el año académico como profesora visitante en la Universidad de Wisconsin, la Universidad de Indiana y la Universidad de Colorado. Fue parte de los intelectuales latinoamericanos que en ese entonces fueron contratados por las crecientes facultades de estudios latinoamericanos. Escribió de su reunión con su hijo, quien a fines de noviembre viajó a Wisconsin para estar con su madre.
“Castellanos fue aficionada del género epistolar, un género que emplea en su poesía, y en su periodismo, donde, con frecuencia, se dirige a los lectores. Escribió sus cartas para entrar en diálogo, con los otros, consigo misma, para entender su forma de ser en el mundo.”
El tercer periodo, del 25 de agosto de 1967, hasta diciembre del mismo año, reúne las cartas que Castellanos redactó desde la Ciudad de México y Cuernavaca después de regresar de los Estados Unidos. Guerra se encuentra en Puerto Rico por un semestre de sabático. Castellanos da clases de literatura comparada en la Universidad Nacional Autónoma de México, gana el Premio Nacional de Literatura “Carlos Trouyet” en 1967 por su primera novela, Balún Canán. Vuelve a escribir su columna en Excélsior (uno de los temas de su periodismo de esta época es la campaña gubernamental contra la pornografía). Escribe de sus hijastros adolescentes, Ricky y Pablo, las dos casas de la pareja y las hipotecas correspondientes, la comida para los perros, los fines de semana en Cuernavaca, las lluvias y las goteras, los albañiles, el suicidio de la abuela de Ricky y Pablo, y los primeros días de la escuela de Gabriel. Sobre este último punto escribe: “A los dos minutos de ‘trabajar’, me preguntó que cuántos años duraba la primaria. Le dije que seis y me preguntó si había alguien que los soportara”. Escribe también sobre la violencia creciente de “los muchachos”, la corrupción del gobierno y la intolerancia de la Iglesia católica, su relación matrimonial, “’la otra’ como institución permanente’”, sus amigos y sus adversarios.
Esta colección de cartas es única; no hay nada comparable escrito por una escritora latinoamericana desde mediados del siglo veinte. En estas cartas extraordinarias, Castellanos escribió del amor, de la muerte, del deseo femenino, del dolor y de la alegría. Las cartas sirven como diario de viaje, memoria y como novela-epistolario. Con el uso de la primera persona, Castellanos puede crearse como personaje literario, algo que no fue posible en las novelas de este entonces con el papel que jugaban en la formación de la nación y la necesidad, como ha notado Jean Franco, de tener un protagonista masculino. El género epistolar le dio a Castellanos la libertad de experimentar.
Escritas cuando México sufría una transformación rápida y violenta de una sociedad rural a una sociedad principalmente urbana, en estas cartas la lectora puede ser testigo de la evolución de Castellanos de una estudiante becada, huérfana, una “poetisa”, a una mujer madura —madre y madrastra, esposa, profesora, periodista y poeta—, lo que llamaríamos una intelectual pública. Una mujer que rompió con los moldes tradicionales de la domesticidad de los años cincuenta y sesenta. Podemos leer de sus luchas en una sociedad donde los hombres fueron los guardianes de la cultura; experimentarla como una persona completa y no como Castellanos escribió en una carta fechada el 24 de octubre de 1967: “Esa serie de instituciones que soy para los demás”. Como dijo Frieda Hughes, la hija de Sylvia Plath, al leer las cartas de su madre a su psiquiatra: “I was struck by the sensation of standing in the room with my mother; I could almost smell her”. [“Tenía la sensación de estar en el mismo cuarto con mi madre: casi la podía oler”]. Como en una cápsula del tiempo recientemente abierta, a través de las cartas de Castellanos, podemos experimentar una sensación de inmediatez, la textura densa de la vida cotidiana de esa brillante mujer mexicana.
Uribe dijo: “Escribimos cartas para tener la certeza de que somos reales, de que lo vivido puede perdurar más allá de la efimeridad, del vértigo del instante”. Castellanos fue aficionada al género epistolar, un género que emplea en su poesía, en poemas como “Ajedrez” y “El otro”, y en su periodismo, donde, con frecuencia, se dirige a los lectores. Escribió sus cartas para entrar en diálogo, con los otros, consigo misma, para entender su forma de ser en el mundo. Las Cartas a Ricardo constituyen un logro literario importante.