Antología inventada. Rafael Courtoisie. México: Fondo de Cultura Económica, 2020. 76 páginas.
Muy suculento resultaría acceder a las grandes cimas de la heteronimia (lo que estableció el poeta portugués, el gran Pessoa, sin que nadie pudiera superarlo). Y la de esta lengua, la española, con los nombres que siempre parecen sintetizarse en uno: el universo “apócrifo” de Antonio Machado. Este firmamento del poeta sevillano abrió una puerta bastante rica en la poesía latinoamericana del siglo XX, y que al alzar la mano para coger el fruto maduro nos topamos con los ejemplos de Álvaro Mutis, Eugenio Montejo y José Emilio Pacheco, entre otros tantos. No tanto ellos sino los “otros” que inventaron y que dotaron de una vida y una obra.
Hago este breve y rápido recuento para nombrar un caso muy nuevo, al menos en los años que corren del pandémico siglo XXI. Me refiero a un autor, el poeta uruguayo Rafael Courtoisie, y a su más reciente publicación: la Antología inventada (Fondo de Cultura Económica, 2020). Allí nos topamos con un amplio repertorio de poemas “firmados”, cada uno, por un autor distinto. Se incluyen poetas, narradores, críticos, políticos, personalidades y artistas que vivieron y de otros que no podemos corroborar su existencia. Distintos en nacionalidades y en épocas (de épocas pasadas, del presente y de siglos venideros). Leo estos poemas y se me antojan inventivos, creativos, osados, metatextuales, lúdicos e inesperados. Pensándolo mejor, decir que éste es un caso de heteronimia no es del todo correcto. Courtoisie funge como compilador de una muestra ficticia, que ha sido hecha como una especie de álbum o muestrario personal y con intenciones parecidas, salvando las distancias, a la biblioteca personal de Borges (“una colección cerrada escogida por él mismo”, es decir, por el propio autor argentino, como reza en el texto preliminar de aquel libro de prólogos).
Trato de buscar nombres consagrados por el tiempo perfecto de los lectores y sólo encuentro nombres de otros universos, los seres metamorfos del Universo de Marvel: Mystique, Morfo y los Skrull. Un caso parecido podemos encontrar en el intento de Rafael Courtoisie: la intención de transformarse, de copiar al otro, ser el otro, suplantarlo. Lo hace casi perfectamente la raza ficticia Skrull, que copia la apariencia, la voz e incluso el código genético, aunque no logra acceder a los registros del habla coloquial de los suplantados. Rafael intenta copiar esos modos, los de esos autores que sólo existen porque el propio poeta ha querido que existan.
Siempre me ha parecido peligroso adoptar otras voces. Es un problema, o más bien una técnica, muy habitual en el ámbito de los novelistas y cuentistas. Ellos, que son expertos en crear otros seres que convencionalmente llamamos personajes, tienen cientos de páginas para moverlos, dotarlos de una savia vital que logre calar en los lectores gracias a las atmósferas narrativas, a los diálogos, a los pasajes descritos y a la interacción directa con otros personajes. Pero llevar esto a la creación poética me parece que tiene otras connotaciones. En primer lugar, habría que matar a Narciso, quebrar el espejo (o ignorar el charco), para que no sea una especie de réplica un tanto artificiosa. El poeta tiene a mano unos pocos versos para mostrar las peculiaridades de quienes hablan en el poema, pocas líneas que reflejen no tanto las visiones biográficas del poeta sino la representación del personaje «inventado» o del poeta que se supone habla en los textos. ¿Se trata de dos líneas creadoras diferenciadas o de una misma ruta que en el camino se bifurca?
Pondré un ejemplo aprovechándome de mi gentilicio: hablaré un poco sobre el poema «IV. Místico», que firma la caraqueña María Luisa Bunge (1951). Quebrantando el propio nombre, o a contravía de él, la poeta no habla de misticismos sino del más puro impulso erótico (el impulso erótico que leemos como un erotismo femenino). Pero hay un detalle que rompe el hilo y que percibirán otros lectores venezolanos que se acerquen a este texto. Veamos los primeros tres versos: “De rodillas, de rodillas/hubiera subido el Monte/Ávila si me lo pedías”. Decir Monte Ávila es un cultismo, pues lo normal en el habla del día a día del caraqueño y en general de los que viajan a Caracas sería decir Cerro El Ávila (recordemos a gran Ilan Chester y su hímnica canción) o sencillamente El Ávila. Es un vicio, lo sé, que como lectores intentamos achacar al autor (o a la autora). Cosa que no limita o desvaloriza el poema, claro está.
Este libro es un artefacto de invenciones. Funciona porque el autor delega a sus personajes algunas licencias para moverse como poetas o como personas que una vez vivieron (como Lao-Tse, Sylvia Plath, Alfonsina Storni, Ferreira Gullar, Bob Dylan, Rubén Darío), que viven (como el displicente Donald Trump) o que “vivirán” en los próximos años o siglos (Juan Carlos Arens, Francisco Cántaro, Itzel Xochitzin, Françoise Bram, Zun Lien Lee). Es difícil, y algo inútil, rastrear estilos, referentes, influencias. Lo que sí noto, especialmente en aquellos textos donde el poeta uruguayo combina el verso con la prosa, es la presencia de ciertas obras narrativas o de narradores contemporáneos. Esta impresión la tengo cuando releo uno de los poemas finales de la Antología inventada, el texto “l. Apócrifo de Rafael Courtoisie: East rain, de Edward Hopper”, que tan cerca lo siento del inicio de una novela de César Aira, Los misterios de Rosario. La misma fuerza de la voz narrativa, el gélido escenario en el que luchan ambas voces (la de Courtoisie y la de Aira) y la eficacia al mostrar las tensiones o las vicisitudes de los personajes que transitan ciudades invernales.
Si leemos con prejuicios (somos lectores habitantes del reino del prejuicio), no nos percataremos de que muchos de estos poemas tienen una raíz paródica y grotesca que realzan o deforman o agudizan los atributos y defectos de los personajes. Allí están, por ejemplo, el fragmento crítico de Tzvetan Todorov y la traducción de un escrito versicular de Raymond Carver (y con más énfasis, la nota explicativa que se puede leer al final del mismo texto).
Courtoisie no se inventa un heterónimo que sustituya su nombre en la portada del libro; él sigue siendo él, creemos, y quienes cambian o parecen cambiar son los propios poemas seleccionados. Es ambiguo todo esto y quiero clarificarlo. El poeta parte de una ejecución muy consciente, porque no juega por jugar sino que lo hace con intenciones lingüísticas. Hay dos caminos definidos que se entrelazan y complementan en esta poesía: el deseo de conceder a cada heterónimo de una vida propia (de una súbita autobiografía), y el empeño de escudriñar en el hueso semántico de las palabras. Por tanto, esta Antología inventada le viene muy bien su nombre y no creemos que exista otro posible.
Néstor Mendoza