Guayaquil, Ecuador: Fondo de Animal Editores. 2022. 76 páginas.
El poemario Acta de fundación plantea, desde mi perspectiva, una poética de lo imposible a partir de una premisa esencial: la invención de un lenguaje nuevo, paradójicamente, mediante su fractura. El autor prescinde de preposiciones, conjunciones o artículos y fluye como una suerte de vidente que señala y aglutina, con destreza, sustantivos y verbos a su propia composición literaria, sin añadidos innecesarios o arquetipos lingüísticos y con una indefectible convicción ideológico-literaria que asombra y estremece por lo llamativo de su organización discursiva.
Dicha fractura brinda al libro de poesía esa sorpresa y regocijo que el lector experimenta frente a las imágenes insólitas y a la inquietud por lo desconocido: “la materia dispersa al interior del rayo/ sepultada en la falsedad de todo himno […] irrupción// lo no habido/ en espacio/ espacio crea”.
Cada enunciación del libro-poema (que no ha sido paginado por una labor de juego multidireccional), apunta a la plataforma de la página desde la premeditación y la contemplación de lo dicho y lo no dicho, en una suerte de ultra sentido que se recoge en la agencia del texto, meticulosa y musicalmente dispuesto en un pentagrama poético.
En un poema el espacio/vacío del paisaje es el paisaje mismo: una cosmovisión oriental, híper-latinoamericana (el bagaje identitario e itinerante del autoexilio ecuatoriano, peruano y, ahora, estadounidense del autor), donde la cosa es lo que rodea a la cosa: imágenes separadas de sí mismas en sus propias duraciones. Prácticamente imposible.
Luego está, también, la sublime impronta de la filosofía, mediante los ejes: reflexión y contención o la economía de lo bello que explota en los sentidos como un haiku de los Andes, en el violento y afinado reverberar de los tropos. Las palabras deleitan transportando al lector en una transmutación literaria que ilumina los rincones de ese sarcófago/cápsula del tiempo que Victor Vimos ha querido construir como si fuese un huayno: danza-musical precolombina ancestral y sincrética.
En la metafísica del sujeto poético se halla el niño/inventor de mundos insospechados. Su transitar desvela impenetrables o desconocidos mapas que parecen decir Hic sunt pumas o “Aquí hay pumas” situados en una cartografía lírica profunda y seductora que conduce al lector a un singularísimo viaje poético en el que las sinestesias señalan el camino prehispánico a los sentidos perdidos en la modernidad (como el olfato o el tacto) y al acta de fundación del adulto que se palpa la nuca brindándole color a la palabra o al silencio —¿el silencio tiene color?— y al milagro del cuerpo que nace de otro cuerpo mediante la escritura o escultura de lo infinito con el gesto caligráfico del vate. Lo imposible es una posibilidad.
El texto recupera una cosmogonía extraña, pero a la vez entrañable del lenguaje, imaginado en el barro original del hombre, que se abraza al árbol, registra al universo y lo designa desde la vértebra de su Totalidad Perdida, como una estrategia del idioma que reclama a la incapacidad de la lengua escrita para designar lo indecible.
Son evidentes los saltos exquisitos que realiza la voz poética hacia el vacío de las pausas, cuando encuentra los resquicios de la sintaxis de su propia voz que escribe como respira. El lector asiste, estupefacto, a los bordes de una poesía móvil, con cuerpo y territorialidad.
El ritmo es una metáfora, una ceremonia de palabras, deslumbrante desde cualquier flanco de la página, como si fuese un organismo superior cuajado en el poema donde se entrelazan el cuerpo y la carne en una coincidencia estética impredecible y literalmente fabulosa para mostrar a la entidad lírica inalcanzable, pero próxima, de la composición poética y aquello sanguíneo que se mueve en sus adentros.
No hay escritura azarosa en la construcción de los poemas. El ejercicio de los contados pasajes que pueden resultar prosaicos opera, más bien, desde la fricción de las palabras y sus asteriscos como una historia donde las posibilidades se vuelven infinitas.
Hay una transversalidad antropológica del que repara en la huella de su propio escribiente lírico con el objetivo de recuperar su propia memoria terrenal. Acto seguido, el lector está casi en la obligación de reescribir el libro para hacerlo suyo a partir de su experiencia: como una posibilidad de descubrir, en el reino del vestigio, el pálpito y la tersura de un insecto, por ejemplo, que se dispone a volar desde las yemas de los dedos para conectarse con el autor o su sujeto poético que se despoja de sí mismo en cada página, obsequiando al lector las llaves de su multiverso.
También hay una entrada política al poema cuando se alude a Lázaro Condo, activista indígena asesinado mientras luchaba por recuperar las tierras de su comunidad indígena, en Chimborazo, Ecuador, en un lugar que ocupa lo marginal de lo imaginario y que trasciende lo épico o la mera exaltación de una figura personal o colectiva. Condo es un ruido periférico irreverente, un cuerpo y una vida comunitaria para reivindicar a su comunidad frente al poder central domesticado.Este ruido funda un pensamiento poético y cuenta la historia del poeta. Seguramente la voz de Vimos es otras, pero también es ella misma en su invento literario, quizá el eco de su tierra originaria que dibuja la condición sublime de su existencia y su aprendizaje para trastocar la poesía, volviéndola un destino arqueológico/literario nuevo, digno de ser encontrado y difundido. En este nicho es posible decir lo imposible desde la osadía de un bardo que fija bien su otredad bajo la original ingeniería poética de una potencia discontinua y única.