Su Señoría. Santiago Espel. Buenos Aires: La carta de Oliver. 2020.
Leo este libro como un artefacto-arte poética que incluye a los tres protagonistas de la poesía: el creador, el texto y la lectura. Quizá como alusión al número mítico de la perfección o lo divino, se divide en tres partes tituladas “Dodecaedro”, “Marginalia”, “Post scriptum”.
Su Señoría, de Santiago Espel, se inscribe en una vanguardia mental, una especie de “Urinario” de Duchamp, un artefacto literario y lúdico que expone (exponer es un decir), trasmite, instala un arte poética que muestra al lector el quehacer del escritor por medio de una creación seria y con humor.
En la primera parte, doce poemas de idéntico texto, pero con distinto título, indagan el proceso de la creación poética en cuatro pasos, divididos por advertencias resaltadas en cursiva. La segunda, propone un libérrimo texto en relación a cada título de los poemas, algo así como indicaciones al margen, fragmentadas y anárquicas, que no obstante aportan o sugieren sentido. La tercera es una variada y exhaustiva interrogación, en forma de ensayo, sobre la diversidad de lecturas y lectores posibles.
En “Dodecaedro”, como un prisma de doce lados iguales, pero a la vez distintos, el proceso de la creación se repite doce veces (es cíclico pero no idéntico, como las horas del día o los meses del año), porque la repetición difiere con la variación de los distintos títulos. El proceso es el mismo y tiene, como he dicho, cuatro pasos necesarios para llegar al poema, contenidos en cada una de las cuatro estrofas.
Primer paso. Avisa que lo más sensible y doloroso a la vez es el comienzo del proceso de creación que necesita “Impulso” y “verbo”, pero también veneno, “cicuta”, un malestar, una no conformidad, algo que duela sobre lo más sensible, “el nervio”.
Segundo paso. Requiere advertencia o, más bien, conocimiento y precaución. No hacer caso a los halagos, tener cuidado con las “alabanzas” que se repiten y son “cenizas”.
Tercer paso. La lengua “presa”, “anudada”, muda, impotente, busca a fondo, hurga en lo más profundo y firme, en el “hueso”: ensaya su suerte tirando del “enjambre” de palabras, hilos enmarañados que hay que desenredar, elegir y descartar.
Cuarto paso. Se acaba el día (la luz buscada no alcanza), oscurece, no hay claridad, no hay sentido; pero en esa penumbra oscura se abre lo imponderable, “la profecía”, lo que finalmente convierte en poema ese primer “impulso”, que otros llaman inspiración. Lo que deja de ser lenguaje para ser iluminación, pero iluminación buscada, provocada, afianzada en el trabajo previo con las palabras, en el conocimiento del oficio, en las lecturas, en esas herramientas forjadas por los poetas de todos los tiempos.
El “Dodecaedro” propone o, mejor aún, describe un camino de esfuerzo y de riesgos para llegar al poema. También ayuda señalando certezas, intercaladas entre las estrofas y resaltadas en bastardilla.
Primera certeza. Del primer paso, de su acechanza, nacen las ganas y la decisión: “el hambre”.
Segunda certeza. La complacencia no ayuda, al contrario, quita o sacia “el hambre”, las ganas, la fuerza creativa de “la siembra”, del trabajo de búsqueda, desbroce y preparación de la tierra fértil para plantar la palabra poética.
Tercera certeza. “La carne”, la materia viva, carnal, que instala en el mundo un poema, es siempre “bisiesta”; tiene un día más, un algo más al que pocas veces se llega (cada cuatro años, en su metáfora). Y eso ocurre al abandonarse a las sombras de la intuición, cuando ya había oficio y estaba todo preparado; entonces se abren “los labios de la profecía” y nace el poema. Hijo nocturno de la profecía y de la siembra, concebido por el impulso y el verbo, consigue hacerse carne, agregar algo vivo al mundo.
Podríamos rotular este libro (con los riesgos de todo rótulo) como de posvanguardia. El título del último poema, “Res non verba”, resume todo el esfuerzo de creación, aludido en los distintos títulos: “la gesticulación”, “la purga”, “la hipnosis”, entre otros, pero también advierte que “la risa puede terminar en llanto” y finalmente en “las exequias de la civilización”.
Al final, “Res non verba”, trae el latín, madre de lenguas, como cifra y clave de la palabra, de la poesía y de “su sentencia nunca cumplida”, siempre inacabada. Porque el poema, la búsqueda incesante, caduca en el instante mismo de su iluminación, “la mecha se apaga antes de prenderse”. La poesía se busca, pero no se alcanza totalmente y esa es su naturaleza: el certificado de eternidad del hecho estético, puesto en acto por el poeta y cada lector.
Esta es mi lectura de un experimento que funciona. De acuerdo con la propuesta del propio libro, hay muchas otras lecturas posibles, según los lectores que tiene y tendrá este artefacto original y motivador.
Leonor Fleming