José Miguel Herbozo. Las ilusiones. Lima: Alastor Editores, 2019. 61 páginas.
Conocí a José Miguel Herbozo hace ya varios años a través de sus libros, más precisamente por Los ríos en invierno (2007). El poemario me revelaba a un autor cauto que primero había explorado la tradición y sus formas establecidas para recién entonces hacer suya la poesía que le estaba prometida. Herbozo tiene un oído privilegiado, una agudeza que fomenta esa música, esa alternancia de acentos, tan difícil de alcanzar y que hace improbable que el lector escape del cauce del poema. Así, la lectura de Los ríos en invierno se convierte en un momento de disfrute, ya que su habilidad lo vuelve asequible: “La memoria es transparente, la mañana/ se divide sobre el cielo, se desatan/ las entrañas del invierno, separando/ la memoria de los cuerpos, estaciones/ donde nace una ilusión resplandeciente/ sometida al rojo círculo de fuego”.
Hay en Los ríos en invierno una madurez en cuanto a la elección de temas, cuya solemnidad aparente nos transporta a estados de ánimo que pueden ir del amor a la desolación existencial, siempre cuestionándose por una soledad que es, a su vez, la doble soledad de quien escribe y quien, posteriormente, lee. Temas similares motivan las líneas de El fin de todas las cosas (2014). Además de los argumentos precedentes, Herbozo encuentra aquí una oportunidad en la idea del tránsito no solamente corporal, sino también de la naturaleza, de las estaciones, de los estados de inspiración y bloqueo, de la palabra en sí. Existe en ello una vitalidad que se impregna al núcleo del poema y lo modifica con respecto a su anterior entrega; así, las estrofas resultan sólidas catedrales de ideas, y no es difícil percibir que la música permanece todavía unida a las ideas. Es más, hay islas que parecen haberse desprendido de su libro anterior: “un día que condensa la confusión, el odio,/ vuelve ardiente y amarga la música, la niebla,/ la flama, el ardor fatuo, la bruma de los planes, el cielo saturado al sol de las promesas”.
Siguiendo estas pautas, leer su último poemario, Las ilusiones, es el equivalente a un paseo gustoso pero significativo, como del que nos habla Stevenson en su famoso ensayo sobre las excursiones a pie. Quisiera referirme primero al título, tomando en cuenta dos acepciones. En la primera, se nos refiere que una ilusión es una imagen falsa, sugerida por la imaginación o provocada por un engaño de los sentidos; en una segunda, la ilusión se transforma en la esperanza que nos llama con su canto de sirena, como le sucedió a Ulises. Es imposible no recordar el clásico de Balzac, Las ilusiones perdidas, en particular su primera parte, titulada “Dos poetas”, donde se da cuenta del ascenso de Lucien Chardon en la sociedad francesa, pero también de los quehaceres de su hermana y del esposo de esta, quienes, con denuedo, consiguen sacar adelante una imprenta de provincia, a pesar de que la desgracia parece no darles tregua. Si la novela terminara ahí, sentiríamos que se nos está privando de ese movimiento que traza un ascenso y una caída. ¿Por qué es tan adictivo el ciclo de poemas sobre Spoon river, de Edgar Lee Masters, o cualquier historia deudora de la parábola hebrea de Job? Precisamente porque nos permite acceder a ese arco que describe el tránsito de la dicha a la fatalidad de los personajes, en los cuales nos reconocemos. En Las ilusiones, Herbozo nos aproxima a ese movimiento afín, pero no a partir de la evidencia de un poema narrativo, sino que entiende el poema como el lugar de aquello que se intuye per se, de la elipsis y de la imagen, aunque breve, reveladora. En uno de los poemas podemos advertir que, tras el desengaño, aún permanece el indicio de belleza y todo aquello que en los momentos de resignación nos ayuda a sobrellevar la pérdida: “Bajo umbra ramada se detiene el ojo / para canto del mirlo, / aunque el mirlo ha partido buscando otro río / para amainar la pena”. En la defensa que hace a su Cimetière marin, Valéry afirmaba: “En el mundo lírico, cada momento debe consumar una alianza indefinible entre lo sensible y lo significativo”. Lo que Herbozo formula en el fragmento aludido propicia esa comunión entre los sentidos y lo que todo texto propone como unidad de significado; recuerda particularmente a aquel poema de Stevens, “Trece maneras de mirar un mirlo”, el cual parece ser un manual de instrucciones que guía nuestra sensibilidad para realizar una actividad trivial y que, en apariencia, supondría un accionar instintivo o maquinal, cuando, en verdad, la poesía asume el papel de preceptora de nuestras emociones, de nuestras debilidades, de nuestros tiempos de ocio. Este es uno de los logros que Herbozo alcanza con Las ilusiones.
Si en El fin de todas las cosas existía una hegemonía de la idea como ente ordenador del poema, en este nuevo libro se ha alcanzado un nuevo estado que quizá responda a una síntesis de todas sus exploraciones previas, con lo que la imagen y el ritmo se han hermanado; y aunque las ideas se mantienen, han ganado significado, ya que no sorprenden por profundas, sino por profundas y fácilmente asimilables. Los poemas están llenos de ejemplos notables: “Esperas imitar la humedad de la arena / junto al río, y distancia para todo efecto / que no pueda la voz”. O: “Un jilguero descansa bajo el molle / tras cruzar en el sueño el ancho río”. Aquí encuentro un innegable talento para llenar de sentido e imagen los versos, y que no se sientan como oportunidades perdidas o, mejor aún, como tramos de un paisaje desolado en los que nada hay que ver antes de llegar a nuestro destino.
Debo mencionar que el sentido de ilusión se encuentra también como imagen especular, ya que la mención al sueño a lo largo del poemario deviene vigilia y reporta una gama de significados. Nuevamente tenemos una tensión entre calma y pesadilla, entre lo ideal y lo real o, como diría Cernuda, entre realidad y deseo. Este también es un motivo para Quevedo en sus Discursos, tan llenos de personajes que asumen el sueño como el único escenario posible donde se revela lo trascendente, aunque poblado de desesperanzas y padecimientos. El antídoto a esto también parece encontrarse en Las ilusiones en aquellas piezas donde Herbozo nos aproxima al consuelo de la escritura: “Diré que el sol resiste / mientras la música limpia la emoción del rostro, / aunque solo la música desengaña al espíritu / y ayuda a competir la noche, la curva de la luz”. Ideas semejantes son expuestas en la Comedia de Dante, específicamente en aquel célebre verso del Canto V del “Infierno”: “Nessun maggior dolore /che ricordarsi del tempo felice / nella miseria”; “No hay mayor sufrimiento/ que recordar la felicidad en tiempos/ de miseria”; aunque en el caso de Herbozo sería más bien una consolación de la poesía, esa doctora que alivia nuestros pesares ante las ilusiones que parecen alzarse cada día, pero solo para poder derrumbarse, una y otra vez, ante nuestros ojos.
Cristhian Briceño Ángeles
Universidad Nacional Mayor de San Marcos