El cuerpo del silencio. María Agustina Pardini. Buenos Aires: Buenos Aires Poetry, 2020. 58 páginas.
El cuerpo del silencio es el primer libro de la poeta y traductora argentina María Agustina Pardini (Buenos Aires, 1989). Su publicación entra en el listado de obras que vieron imprenta en el año de la pandemia (que ya no sólo cubre 2020, sino que se apodera de lo que va de 2021). Este libro, como tantos otros, quedará en los registros bibliográficos personales y en algunos balances venideros: marcará una línea divisoria, un antes y un después del virus terrorífico.
María Agustina es egresada del traductorado científico-literario en inglés de la Universidad del Salvador (Buenos Aires). Motivado por su labor como traductora y lectura en lengua inglesa, los referentes que la poeta maneja en El cuerpo del silencio asumen el inglés de distintos autores, épocas y regiones: T. S Eliot, R. K. Narayan, William Blake y Allen Ginsberg.
El cuerpo del silencio no tiene secciones ni particiones y consta de 22 poemas; si el lector examina el índice apreciará desde el inicio el temperamento e incluso la temática del libro. Es decir, percibirá un ambiente que esquiva lo cotidiano, que lo bordea. Si bien es cierto que la autora cita espacios concretos, lo que predomina es el uso de imágenes que evocan lugares difuminados, abstractos. Cada verso busca su propia contundencia. En ocasiones, este ejercicio resulta productivo: el objetivo se alcanzó (“Tu distancia está en mi altura”, dice bellamente María Agustina, como sentencia amatoria). También nos sorprende con lúcidos comienzos (“Hubo un tiempo de pensamientos ordenados/ sin espacios entre mi cabeza y el cielo”). No obstante, en otros momentos de su escritura, ese mismo deseo se adelgaza o debilita (“El sol llegó como un ave/ al acecho de su presa.”).
Un interés narrativo empuja a los primeros poemas de este conjunto. Pensé en una historia trazada en versos, líneas donde aparecen acciones íntimas planteadas por la autora. El cuerpo del silencio me jala parcialmente hacia algunas atmósferas narrativas. En el mismo primer poema, “Velo (Sudario para un alma)”, aparece un ángel encerrado. Este ángel en cautiverio, en un cautiverio de la costa, marca un tono que la poeta seguirá en otros textos.
Este es un libro de fugas. Los poemas parecen tomar caminos diferenciados, quizás buscan reafirmarse ante ellos mismos y ante los demás poemas del libro. Se nota el esfuerzo de la autora por ceñirlos, por encaminarlos al ideal de la unidad temática. Pero no siempre resulta así: lo que parece soga, en algunos momentos resulta tijera.
Los movimientos de El cuerpo del silencio van en cuatro direcciones: el propio cuerpo y su organicidad, el espacio circundante (lo que ocurre en tierra), el espacio exterior (algunos astros y sus arquetipos) y la interioridad psíquica y emocional. Hay un poema en el cual acuden o coinciden estas cuatro direcciones (¿estaciones?): “Al borde de la finitud”. Un revelador epígrafe de Blake es la entrada a este mundo planteado por Pardini. En la tercera estrofa, la más larga de todas, aparece esta coincidencia: “El mundo interior replegado/ hacia el orden del inconsciente/ disocia el cuerpo de la luz/ se acostumbra a la forma…”.
El poema con más atributos, el más sosegado y depurado, a mi entender, es el que se titula “Oliden”: atrae su sencillez “machadiana”, su voluntad musical (los modos del habla argentina), las descripciones de una naturaleza silvestre que llega a nosotros mediante la interacción de los sentidos. Es la interacción de la voz poética y, presumimos, la voz amada, junto a las sensaciones que esa misma fuerza vegetal convoca.
Veo gran fortaleza en algunos poemas de María Agustina Pardini; cuando asume el riesgo y la indignación con claridades y reposos (escribir después de la emoción, evocando su recuerdo), transforma el dolor en una potencia, alcanza el estado sólido de la imagen: “Veo a las mujeres de mi generación de la mano. /Forman una barrera protectora que camina junto al grito”.
Néstor Mendoza