Los caídos. Carlos Manuel Álvarez. Madrid: Sexto Piso, 2018. 136 páginas.
Esta historia sobre una familia cubana contemporánea y las marcas que dejaron las décadas catastróficas llamadas “Período especial en tiempos de paz” tras el colapso del bloque soviético (1990-2010) es un retrato conmovedor de las víctimas de una guerra que nunca existió. Está estructurada sistemáticamente en cinco partes con las voces alternadas de los cuatro integrantes de la familia, superpuestas con imágenes y anécdotas cómicas y espantosas que parecen carecer de estructura. Pero el cuidadoso andamiaje armado por el autor debería revisarse con atención, porque Los caídos no es lo que sugiere su título. No narra a los “caídos” como un estado final; es más bien una novela de procesos —biológicos, ideológicos, poéticos— a la vez reconocibles y únicos para los lectores de la literatura regional.
Desde la publicación de su traducción al inglés en septiembre de 2019, la novela ha recibido gran atención internacional. Para comprenderla y ubicarla en un paisaje literario internacional, algunos críticos han invocado la famosa máxima de Tolstói: “Todas las familias felices se parecen; las desdichadas lo son cada una a su modo” (Víctor Gallego Ballestero). La reseña más reciente que encontré, un compendio del NY Times titulado “Four Social Novels in Translation Consider the World’s Ills”, concluye que, en el caso de la novela de Álvarez, la sensación es que todas las familias desdichadas se parecen. Puede que las quejas del crítico sobre la incoherencia y las preguntas sin respuesta de la novela surjan de la suposición de que el libro busca reflexionar sobre los males del mundo. En verdad, la exploración que hace Álvarez de la condición humana se refracta a través de los pormenores de la lente de la Cuba postsoviética.
George Henson, en su reseña del libro en World Literature Today, toma Los caídos como prueba de una “nueva ola” en la narrativa cubana. La novela se nutre de las raíces de Álvarez en el periodismo narrativo o la crónica (ver su revista digital El estornudo) que, al combinarse con la experimentación focalizada con la forma y las imágenes, aportan una sofisticación contemporánea a la narración de las condiciones sociales en Cuba, un tema prácticamente ineludible desde 1989 para la literatura cubana que busque captar la atención de los lectores internacionales.
La diferencia, que tal vez confunda a ciertos lectores, es que en su salto de periodista a novelista, Álvarez privilegia el “cómo” reimaginado por sobre el “qué” periodístico del contexto de la novela. No hay referencia a claves conocidas como Fidel Castro, la emigración y la diáspora, el malecón, el sexo o el ron y, en vez de en La Habana, la historia transcurre en una ciudad pequeña sin nombre que bordea un centro turístico (probablemente Cárdenas, la ciudad natal de Álvarez). En lugar de una cubanía explícita, la tensión entre desmoronarse y sobrevivir juntos durante el Período especial y tras su fin fusiona la forma y el contenido de la novela, la trama que surge de las nocivas caídas que sufre la madre producto de la epilepsia.
De todos modos, los personajes de Álvarez sí habitan esferas que suelen mencionar quienes sopesan los claroscuros de la Revolución Cubana: salud, educación, turismo, servicio militar. El hijo (Diego), la madre (Mariana), el padre (Armando) y la hija (María) ofrecen puntos de vista opuestos y complementarios sobre esos terrenos, sus vínculos familiares y los sucesos de la novela. El hijo, que está terminando con cinismo el servicio militar obligatorio antes de ir a la universidad, cuestiona los orígenes de la enfermedad de su madre y la autoridad de su padre con tonos omniscientes pero con omisión selectiva; la madre se jubila de la docencia y enfrenta sus caídas como si se produjeran por gracia de una visión iluminada de su propio cuerpo y del pasado, presente y futuro de su familia; el padre, encargado en un hotel y autoridad ejemplar del plan comunista del “hombre nuevo”, es incapaz de ver las grietas de ese camino prolijamente asfaltado hacia el futuro, mientras sus empleados sacan provecho del cambio de moneda ilícito; y la hija, una de esas empleadas, mantiene a la familia, dejando en evidencia la caída (o caídas) y soportando su peso más que los demás. La coherencia de la novela, quizás, es más evidente para los lectores familiarizados con el contexto socioeconómico en el que, como suele decirse en tono de broma, los trabajadores hacen que trabajan, el estado hace que les paga y los militares encargados de la industria del turismo permiten que los mercados paralelos compensen la escasez de la libreta de racionamiento estatal de un modo fluido y ad hoc. Sabiendo esto, tal vez las tramas emergen con mayor claridad, aunque se esclarecen recién cuando nos acercamos al final.
En efecto, Los caídos retrata las consecuencias de la precariedad del Período Especial como si se lo mirara por un espejo retrovisor, una imagen recurrente en la novela. Álvarez inyecta con acierto el arco narrativo de la historia que se va desplegando dentro de los sucesos compartidos que conducen hasta el presente de la novela. A través de sus historias secundarias, informativas y conectadas con ingenio, se introduce a los personajes adyacentes y las escenas familiares de los “años difíciles”, como suelen llamar indirectamente al Período Especial algunos personajes. Las secuencias del sueño del padre capturan —a la distancia— la cultura del trapicheo en los hoteles y las jineteras de esa época, y lleva absurdamente al lector por su camino bien asfaltado en el que Lenin está empujando una carretilla llena de cemento endurecido, y Marx y Engels están dentro de una cabina de tránsito. Los monólogos internos y las detalladas listas descriptivas de cosas acumuladas disipan la sustancia principal de la trama. Así, el lector se ve obligado a llenar los espacios entre la acción (intención, consecuencia y, en particular, consecuencias a largo plazo) en lugar de tragarse un suceso y seguir de largo. El efecto a nivel global es muy cinematográfico y evoca películas del Período Especial (me vienen a la mente Madagascar o La vida es silbar, de Fernando Pérez).
El efecto exige una lectura atenta para que la novela no se diluya en un tedio incómodo con respuestas insatisfactorias. O tal vez para que los lectores no lleguen a la conclusión de que la familia desdichada que está en el centro de Los caídos es desdichada del mismo modo que todas las demás. En lugar de eso, la novela nos recuerda que los vínculos cambiantes que se construyeron a partir de la lucha individual contra la escasez durante el Período Especial también estaban ligados al imperativo del Estado de negociar la supervivencia de la propia Revolución.
Al empezar a estudiar sobre ese período de Cuba, fracasé en mis intentos por comprender y hallar palabras para describir plenamente los cambios acelerados que siguen determinando las estrategias más básicas para sobrevivir cada día. El creciente (aunque molesto) uso coloquial de “azaroso” como adjetivo en la década de 1990 me resultaba muy acertado, pero necesitaba un sustantivo. Insatisfecha con “arbitrariedad”, terminé inventando una palabra —“arbitrarismo” (“arbitrarity”)— para plasmar la paradoja de la normalización de una forma de ser arbitraria. La representación sistemática que hace Álvarez de esta noción en Los caídos plantea el interrogante de la incoherencia percibida y nos recuerda que, en cualquier familia, sea feliz o desdichada, el lugar en el que se ubica uno determina la naturaleza y las consecuencias de su caída.
Para quienes no lean en español, The Fallen, traducida por Frank Wynne y publicada originalmente por Fitzcarraldo, fue reeditada en los Estados Unidos por Graywolf Press en junio de 2020. La precisión y poesía de Wynne se adecuan a la voz de Álvarez en el texto original. Recomiendo a los lectores que consulten la apreciación adicional de la traducción por parte de George Henson, que elogia la prosa fluida de Wynne al tiempo que nota el uso confuso de contracciones y términos en español, y el tono colonial de su inglés británico. En la nueva edición se conservó el español, se eliminaron las erratas y se trajo parte del lenguaje a este lado del Atlántico (por ejemplo, los “arse bandits” son “cocksuckers” y “no-one” es “no one”) para otorgarle mayor fluidez a la lectura de esta valiosa narrativa cubana.
Barbara D. Riess
Allegheny College
Traducido al español por Gabriela Rabotnikof