Roza tumba quema. Claudia Hernández. Bogotá: Laguna Libros. 2017. 337 páginas.
Aunque la guerra civil en El Salvador terminó hace más de treinta años, su impacto devastador aún repercute en los diversos grupos de la sociedad salvadoreña. Los esfuerzos que continúan hasta hoy para normalizar la sociedad se ven obstaculizados por los altos índices de desempleo, una corrupción institucionalizada, emigración desmesurada y una violencia de las maras que, en su conjunto, infectan a la sociedad a todo nivel. Una buena parte de la producción literaria del país se enfoca en las secuelas y efectos de la guerra, y las obras de escritores como Horacio Castellanos Moya, Miguel Huezo Mixco y Jacinto Escudos subrayan el impacto y legado duradero del conflicto.
La escritora salvadoreña Claudia Hernández se ha destacado principalmente en el género del cuento, y ha publicado varias colecciones que se ambientan en El Salvador, en el contexto de la posguerra: Mediodía de frontera (2002), Olvida uno (2005), De fronteras (2007) y Causas naturales (2015). Su primera novela, Roza tumba quema se publica en 2017. La novela, en su enfoque testimonial de la época de posguerra en El Salvador, revela las múltiples dificultades de una madre ex-combatiente que se enfrenta a los obstáculos de este ambiente áspero, mientras busca sacar adelante a sus cuatro hijas. Esta estrategia, junto con una multiplicidad de casos relacionados a lo largo de la novela, explora, en gran parte, espacios femeninos que se expresan con un tono solemne de sinceridad. Las luchas continuas de la madre por ayudar que sus hijas logren un nivel de legitimidad y por tener acceso a la preparación académica resultan incesantes y laberínticas. En este retrato de un país olvidado y sin nombre, los obstáculos que impiden que se obtenga una medida de agencia se relatan con detalles en cada capítulo de la novela.
La importancia del anonimato y la clandestinidad como vestigios de la guerra aparecen en Roza tumba quema para recalcar las injusticias que afrontan las mujeres en la sociedad patriarcal de posguerra en El Salvador. Asimismo, el anonimato también se extiende en la medida que no existen referencias a lugares en la novela; ninguna que pueda situar al lector en El Salvador más que las descripciones de las dificultades que las secuelas de la guerra han impuesto a la frágil república centroamericana. Además, el estigma de haber sido una guerrillera y combatiente genera un sentido de disonancia que envuelve el ambiente, un síntoma de una impotencia implacable que los ex-combatientes tienen que enfrentar en la nueva sociedad civil. En este sentido, la narración va detallando el proceso de la transición de los peligros de moverse en la clandestinidad de la guerra a los desafíos y dificultades que implica la reintegración a una sociedad civil y su falta de oportunidades. Casi todas las descripciones de la sociedad, estancada por las condiciones de posguerra, retratan un entramado complejo: un sistema patriarcal y una marcada división de clases que en su conjunto constituyen las complicadas barreras que limitan a las mujeres en este ambiente. La situación de desventajas inherentes que afligen a la ex-combatiente, madre de cuatro hijas en la década de los ochenta y su lucha por asegurarles transporte y acceso a la educación, vivienda y dignidad, se narran sin escatimar los detalles. Al mismo tiempo, la reflexión constante sobre la lucha armada de antaño y sus peligros se juxtapone a la complejidad del proceso de adaptación que las mujeres enfrentan en las nuevas circunstancias de un país destrozado por la guerra civil.
La juxtaposición constante del pasado —incidentes de la época de guerra— con las secuelas del conflicto en el presente revela al lector la profundidad de las cicatrices de guerra al nivel de la comunidad y de la familia. La coexistencia de presente y pasado se explica en la manera en que los sucesos de la guerra llegan a influir directamente en la vida, en el presente narrado. Es más, así como la novela se ocupa de subrayar la manera en que la insurgencia en El Salvador justificaba su causa, como la única forma de asegurar un mejor futuro para el país, le dedica también un importante espacio a resaltar la mirada hacia el futuro y la dedicación de la madre en la crianza de sus hijas. Asimismo, los retos que una madre soltera afronta en la nueva lucha por sus hijas ocupan el primer plano en la novela.
En su meollo un problema central de la novela revela su tema abarcador: la pérdida y sentido de vacío que el conflicto deja como cicatrices a la sociedad. El ejemplo más agudo y conmovedor de esto se ve en la búsqueda de la madre por su primogénita que ha quedado desplazada y separada durante los años de conflicto. Las reglas de la insurgencia exigían esta misma separación entre madre e hija, lo cual trajo como consecuencia la pérdida de su hija al concluir la guerra. De ahí que la lucha, por parte de la madre para viajar a Francia a recuperar a su hija y reunificarse con ella, termine con el descubrimiento de que su hija ha sido adoptada por una familia en París. Sus esfuerzos por conseguir el dinero para un pasaje, junto con su desilusión al conocer a su hija en condiciones ajenas y distantes, señala, de forma desgarradora, las angustias profundas de la guerra. Por ende, la imposibilidad de lograr una reunificación con su hija, junto con la causa original de la separación, remarcan, en este caso muy personal, la tragedia de las separaciones familiares como uno de los aspectos más tristes y desequilibrantes de esta novela de Claudia Hernández, y, por extensión, de la guerra civil en El Salvador.
William Clary
University of the Ozarks