Literature Class, Berkeley 1980. Julio Cortázar. Traducción de Katherine Silver. New York: New Directions. 2017. 303 páginas.
Cuando uno piensa en literatura argentina, dos nombres vienen inmediatamente a la mente: Jorge Luis Borges y Julio Cortázar, normalmente en este orden. Solía leer a ambos asiduamente cuando era estudiante de Estudios Hispánicos en la Universidad de Oklahoma, donde los dos habían dado conferencias, en 1969 y 1975 respectivamente, como compañeros invitados a la Conferencia Puterbaugh de Escritores del Mundo Francés y Español (conocido hoy como el Festival Puterbaugh de Cultura y Literatura Internacional).
Cuando en octubre y noviembre de 1980, estaba leyendo los relatos de Cortázar Axolotl o, quizás, Casa tomada —no me había enfrentado aún a Rayuela— y escuchando las anécdotas de mis profesores que habían pasado tiempo con Cortázar durante su breve estancia en Norman, cien estudiantes en la Universidad de California en Berkeley estaban asistiendo a un minicurso, formado por ocho clases, impartido por el novelista y cuentista.
Estructuralmente, Clases de literatura comprende ocho clases, transcritas a partir de trece horas de grabaciones, denominadas simplemente: Primera clase, Segunda clase, etc., y dos charlas públicas, que aparecen como Apéndices I y II. Temáticamente, las charlas o clases se centran estrechamente en la obra completa de Cortázar y ampliamente en el canon de Latinoamérica. Titulada Los caminos de un escritor, la primera clase es, en gran medida, biográfica, antes de pasar a presentar a los estudiantes los antecedentes históricos del relato como género y su impacto en la literatura de Latinoamérica. La segunda clase, El cuento fantástico I: el tiempo, se inicia, no a diferencia de ninguna clase universitaria, con un “aclaración práctica previa”, en el que Cortázar, ahora un profesor americano, anuncia sus horas extra de tutorías para cubrir las demandas de sus estudiantes, antes de pasar a ofrecer un panorama histórico de las raíces del relato fantástico en Latinoamérica. Las clases tercera y cuarta, El cuento fantástico II: la fatalidad y El cuento realista, respectivamente, continúan la incursión del autor en este género. En la quinta clase, Cortázar se desvía del relato para ahora debatir los temas de musicalidad y humor, mientras las Clases seis y siete están dedicadas a la obra maestra del autor, Rayuela, Hopscotch en inglés. La octava (y última) clase tiene como nombre Erotismo y literatura.
Clases de literatura concluye con dos apéndices, La literatura latinoamericana de nuestra tiempo y Realidad y literatura: Con algunas inversiones necesarias de valores, los cuales, como ya ha sido mencionado, eran charlas públicas ofrecidas en Berkeley para grandes audiencias. El primero de estos apéndices requiere poca explicación. El tema del segundo, sin embargo, no es tan evidente. Habla a, y sobre, una inevitable convergencia de una nueva realidad geopolítica, que emergió en Latinoamérica tras la Segunda Guerra Mundial, con una nueva realidad literaria. «Como el viejo marinero de Coleridge», escribe él, «muchos escritores latinoamericanos se despertaron “más sabios y más tristes” en eso años, porque ese despertar representaba una confrontación directa y deliberada con la realidad extraliteraria de nuestros países».
Como en cualquier clase universitaria, las charlas se intercalan con comentarios y preguntas de los estudiantes, algunas profundas, otras bordeando lo banal. Sin embargo, el efecto que Cortázar tuvo en sus estudiantes —tan mal preparados como podrían haberle parecido a él— y el afecto, al menos admiración, que ellos desarrollaron por él, es palpable, es tal que cuando, al final de la séptima (y penúltima clase), un Cortázar obviamente fatigado y desinteresado a esta altura reflexiona: «No sé lo que vamos a hacer el próximo jueves. No tengo ganas de hacer absolutamente nada porque la última clase, la última charla […]. Hay una gran solución: no vengamos», los estudiantes respondieron al unísono con un enfático «¡Nooo!».
Literature Class es el título treceavo de la traductora Katherine Silver para New Directions. Aunque la traducción de Silver es competente, cuando los lectores ingleses leen: «I want you to know that I’m cobbling together these classes very shortly before you get here», ellos están leyendo la voz de Silver y no la de Cortázar. Consideren la original, que dice: «Tienen que saber que estos cursos los estoy improvisando muy poco antes de que ustedes vengan aquí» [I want you to know that I’m cobbling these clases shortly before you get here]. Mi objeción a esta traducción no es la transposición gramatical de Silver: «Tienen que saber» a «I want you to know», sino el cambio semántico que se da entre improvisar [improvise] y cobble together [hacer burdamente]. Decir que alguien «cobbles together» es sugerir que ella o él ha hecho eso no solo apresuradamente, como el verbo español improvisar sugiere, sino también burdamente o no muy cuidadosamente. No hay nada burdo o poco cuidado en estas charlas.
Y, aunque Silver complementa la traducción con ocasionales y útiles notas a pie de página (una, en la página 76, explica un cómico juego de palabras), uno se retira deseando que ella hubiera añadido una nota de traducción explicando, quizás, por qué decidió añadir el adjetivo fuerte antes del nombre deseo cuando Cortázar trata su viaje a Cuba en 1959, siguiendo el triunfo de la Revolución, o por qué ella emplea el adjetivo histórico en cursiva antes del nombre periodo al principio y al final de un párrafo en la Primera Clase, una italización que no ocurre en el original. Este lector desea también que New Directions hubiera incluido el prólogo del estudioso de Cortázar, Carles Álvarez Garriga para la edición española, en la que se nos da a conocer, por ejemplo, que Cortázar tuvo que «bajar el tiro» y fue incapaz de enseñar las clases como él esperaba a causa de la escasez de conocimientos del material por parte de los estudiantes, o que él encontró las reuniones con los estudiantes durante sus horas de tutorías tensas.
Ninguna de estas críticas —llámenlas pequeñas diferencias si quieren— están destinadas a sugerir que el lector no hispánico no se beneficiará de esta colección. Y, a pesar de que retaría a los estudiantes de lengua española y de literatura latinoamericana a leer Clases de literatura en el original, por los niveles crecientes de lectores de literatura de Latinoamérica traducida, Literature Class debe ser bien recibida.
George Henson
Universidad de Oklahoma
Traducción de Anaís Martínez Gómez