Venezuela: Ediciones Palíndromus. 2023. 86 páginas.
Un té con sabor a nostalgia, pensé esta línea cuando leí Meriland. Brotaría quizá por el cálido ecosistema de sus relatos y poemas, pues el libro de Leonardo Alfonzo Amarista, poeta y narrador venezolano radicado en Buenos Aires, parece sustentarse en un ritual: dejar fluir memorias y escenas. Las imágenes atisbadas, el tributo a elementos espaciales (ciudad, naturaleza, dimensiones) dialogan con sus dos poemarios publicados, Jardín Okigata (Alción Editora, 2021) y Días de chanza (Luba Ediciones, 2023), de tal manera que se entreteje, poéticamente, un recorrido.
El título funciona con otro trazo sustancial, ya que notifica el material que usa el autor para tejer el sentido de su discurso: Historias fragmentadas de la ciudad sobre las nubes, leemos seguidamente. Pensemos entonces en una localidad, en la sintonización de la memoria, en hacer sonar momentos cotidianos –íntimos– de estudiantes universitarios compenetrándose en una ciudad que, puesta en perspectiva, ofrece sus bondades, lugares mágicos y cálidos. Días, atardeceres, noches vividas en lo más fresco y esperanzador de la amistad. Aquellos vínculos afianzados en la oralidad de los sucesos, anécdotas entre la picardía y la vibración de los cuerpos juntos. Individuos que llevan consigo, en primera instancia, el sentimiento de haber dejado su territorio de origen para estudiar en otra región del país, Mérida. El hilo de la migración y la creciente crisis venezolana forman parte del contexto.
La Universidad de Los Andes, la plaza Bolívar de la ciudad, sus residencias, calles y montañas, constituyen el tránsito frecuente del narrador, el mapa. No es gratuito eso de: “Usted está aquí. Escoja su propia ruta para conocer Meriland”, que se lee en el particular índice. Es una propuesta de elección y aventura que ofrece al lector. Al fondo, la ilustración de unas montañas. La experiencia es trasmitida en la disposición del discurso. Quien relata lo hace desde un yo poseedor de vivencias, a veces solitario; así mismo, a partir de un nosotros, es decir, otras voces que arraigan el carácter anecdótico de las escenas, signadas incluso con fragmentos: citas, canciones, poemas, conversaciones.
“Meriland conjuga equilibradamente imaginación y memoria. Muestra la ciudad en la frecuencia del recorrido, sus enigmas y lugares donde todos los tiempos confluyen referenciados en cajas de cigarros”
Hay, particularmente, tres relatos –“I”, “II” y “III Desdoblamiento”–, cuya tesitura bordea lo cinematográfico, sin perder el aura de la memoria. En “I”, la perspectiva presenta al personaje, una edificación –castillo– y una fiesta. Un grupo de jóvenes con disfraces asumen protocolos, transacciones verbales como niveles. El narrador, también disfrazado, saluda, observa y sopesa el lugar. El desarrollo parece concebirse en tomas: “Debo admitir que me sentía en una película de Tarantino, justo en esas escenas que rompen con la tensión y la seriedad”. El lector sigue la trayectoria de quien accede al recinto, sabe de sus pensamientos, su inquietud por descubrir (reconocer) rostros; percibe olores, texturas, trances; los espacios y la luz: “Estábamos unas quince personas en un salón rectangular amplísimo, la luz alcanzaba para que cada cosa portara el nombre que le correspondía”. En consecuencia, eres espectador, entre otros aspectos, del acto íntimo y mortal de descubrirse en un juego: tomarlo en serio.
En “II” el acto de ver, y sus grados, cobran sentido: “Pocas personas logran ver la mayoría de elementos que conforman el espacio, hay algo de rutinario en solo ver abajo y hacia adelante al caminar”, observa el narrador. Los verbos ver, notar, detallar y la expresión “estacionar el foco”, matizan el hecho de contemplar el entorno, los objetos, como evento ritual u ocasión creativa. En este relato hay una reflexión que apunta hacia el estado actual de la lengua: usos, cambios, giros. De ahí la fiesta (el juego), la tradición –el cónclave de académicos– que lanza sus cartas. Por eso en el interior de las locaciones de Meriland se mueve algo y hay que descubrirlo.
“III Desdoblamiento” acentúa la reflexión sobre un campo de invenciones: “A veces, ensayo juegos de palabras y genero para mí y mis amigos, a manera de chiste, un espacio resemantizado. Supongo que es el nuevo ejercicio que conseguí para la memoria”. El lenguaje de la intimidad, con él y a través de él se construyen las personas: abren –crean– su propia dimensión, sus códigos, aún más cuando la escritura es el arte que los acompaña. La ficción juega sus fichas: el yo sin dejar su soledad se encuentra con un otro: “Son las 3:00 pm y se sienta a mi lado Adelfuns, sin previo aviso, es un gusto su presencia. Tiene la mirada tranquila y a veces luce con sueño […]”.
Meriland conjuga equilibradamente imaginación y memoria. Muestra la ciudad en la frecuencia del recorrido, sus enigmas y lugares donde todos los tiempos confluyen referenciados en cajas de cigarros. Lo poético yace no solo en la sección “Poesía testigo”, como otra anécdota, sino en la visión de quien cuenta la historia, en cómo actúa el paraje. Del mismo modo, habrá que prestarle atención a los gustos del escritor por producciones de la cultura oriental –manga, anime– aludidas en el libro. Estas narraciones componen un repertorio de noble significado –la hermandad–, contienen presencias y un país-herida. Son historias escritas por alguien que ha devenido extranjero.