Nota del editor: Esta es una de las tres reseñas finalistas del I Concurso de Reseñas Literarias de LALT (2023). Nos complace compartir las reseñas seleccionadas en el presente número de la revista.
Barcelona: Pre-Textos. 2022. 144 páginas.
Adalber Salas Hernández (Caracas, 1987) es uno de los poetas más reconocidos en la literatura venezolana e iberoamericana de la actualidad. Su obra poética consta de once poemarios publicados hasta la fecha, además de traducciones y ensayos dispersos en otros libros. Su obra más reciente es El mar atrás del mar (2023).
Nuevas cartas náuticas es la tercera publicación de Salas Hernández con la editorial española Pre-Textos –tras La ciencia de las despedidas (2018) y Salvoconducto (2015)–. Estas nuevas cartas náuticas nos indican que existieron otras antes, más viejas; cualquiera de ellas sirve para describir un trozo del mar, son una guía para navegar aguas atemporales. Ante nosotros surgen ochenta y ocho poemas –numerados en cifras romanas–, donde la mayoría nos remite a textos más antiguos –la navegación es histórica, textual–, el registro tipográfico varía; el verso libre y la prosa son formas de afrontar las corrientes dejadas por otras lenguas/voces. No hay apartados que pretendan unir poemas, el poeta apela a lo fragmentario; la sucesión numerada es lo único que pretende cohesionar el libro, suerte de cauce artificial dentro de las corrientes poéticas sinuosas que traza el verso.
La intertextualidad –el hecho de tomar y reformular obras de otros autores– es un rasgo que predomina en este poemario; de forma recurrente nos refiere –a través de citas entre paréntesis, al comienzo de varios poemas– a (hipo)textos que pertenecen a otras corrientes literarias. El compendio es amplio; infinidad de autores han hablado del mar, ya sea mediante mitos, crónicas marítimas, relatos orales o leyes. Estas cartas se nutren de todo ese sedimento dejado por el tiempo, porque el mar es viejo y la palabra siempre ha sido una forma de remar en él. La navegación es constante, nutre al asombro, de forma sostenida nos lleva a orillas inusitadas de la historia de la humanidad y sus lenguas.
Los poemas son catalejos para avistar esas otras tierras delineadas por la palabra. En muchos de ellos hallaremos pistas de corrientes internas, como por ejemplo las artes de marear –manifestaciones del extravío marítimo en seres terrestres–. Así percibiremos cómo se (re)construye un (b)arco narrativo, donde el mareo –cierto vértigo– es algo inherente a cualquier ser vivo que atraviese el mar –de forma voluntaria u obligatoria–.
“Salas Hernández ha escrito una obra atravesada por vasos comunicantes que la relacionan con otras tradiciones poéticas, clásicas o no”
Otra de esas corrientes es la que rescata la obra Tristia de Ovidio –instantes en la vida de un poeta que canta desde y por el exilio, una especie de loop escritural que resuena en cierto pequeño país tropical de caprichosos césares–. El hablante poético se enmascara como Ovidio en varios poemas, uno de ellos es “LXXXVII / Vestigia linguæ / ‘(Tristia, Publio Ovidio Nasón)’”. Una traducción posible de la oración latina sería “Huellas de lenguaje”. Allí leemos: “Escribiré este poema de nuevo,/ dentro de muchos siglos.// Lo escribiré cuando,/ de tanto haber muerto,/ haya empezado a vivir otra vez…”. Estamos ante un bucle, donde el poeta siempre va a ser un exiliado que escribirá siempre el mismo poema. Esta es una corriente de lectura idónea para quienes disfrutan leer versos que dialoguen con obras clásicas.
Toda navegación es un desplazamiento voluntario hacia lugares inusitados. En las Nuevas cartas náuticas, el viaje es hacia otros medios de producción, otros registros y artes expresivas, porque el poeta sabe que todo lo dicho sobre el mar no se encuentra solamente en los libros. El sujeto lírico parte de sus referentes, porque primero fue espectador/lector antes que autor. Cuando la página recibe ese alfabeto particular, su voz se diluye como otro cuerpo en las aguas. Entonces ocurre la transfiguración, la multiplicación, acaso actuando como un cardumen que se expande para maravillar a lectores temerosos –o espantar a ciertos depredadores–. Y justamente ese proceso poético de velar –multiplicar, sumergir u ocultar– la voz del yo es una singularidad que se puede rastrear en libros anteriores de Salas Hernández, desde Salvoconducto, pasando por La ciencia de las despedidas. Como nos dice Mladen Dolar: “La voz acusmática no es más que una voz cuya fuente no se ve, una voz cuyo origen no se puede identificar, una voz imposible de ubicar…”. Ciertamente, en dichas cartas náuticas esa voz acusmática se manifiesta, porque los poemas vertidos en la página parecen funcionar como sonares, siempre escuchando los ecos de lo escrito/dicho por otros; ese sondeo abismal también es una poética, una escritura donde otras lenguas nadan.
Una nueva corriente de lectura posible aparece en el poema “LXXXVIII”, donde leemos: “Dice Clitemnestra en Agamenón de Esquilo:… el mar entero, ¿quién lo podrá agotar?// El mar siempre es un nombre extranjero, el nombre de algo o alguien más…”. Las lenguas eternas del mar son amarras que sostienen experiencias, una travesía de otras vidas cruzadas por la orfandad, la admiración y la mortandad. Éste es el último poema, el cual cierra el libro así: “Nombres ajenos, algunos olvidados, como ensordecidos por la circulación de la carne… Palabras que nos pronuncian aunque no las sepamos.// Y bajo ellas, bajo la historia de estas voces, insistente el agua, su imperio ciego”.
El poeta propone nuevas formas de (pre)sentir ese mar, ancho y ajeno como el mundo donde predomina. Salas Hernández ha escrito una obra atravesada por vasos comunicantes que la relacionan con otras tradiciones poéticas, clásicas o no; y ese delta de corrientes, de forma atrevida e inusual, discurre hacia buen puerto, en medio de un tiempo de coyunturas y discursos totalitarios en Venezuela y otras regiones del mundo.
No conozco el mar, poco sé del salitre que acapara y de los corales que cultiva, sin embargo, estas cartas me impulsan a levar anclas y ser otro en sus aguas. Los invito a seguir las coordenadas que el poeta ha escrito en estas páginas, estas cartas albergan la promesa de una lectura llena de mareas impredecibles, fotogramas contemplativos, constelaciones caprichosas, expresiones en lenguas extrañas y planos de barcos hundidos en el tiempo. He aquí una reseña que esboza algunas formas de navegar –leer profundidades ignotas– en un poemario llamado Nuevas cartas náuticas.