Al analizar la figura de traductor que construye César Aira, observamos que lo que dice sobre la traducción en sus intervenciones públicas difiere de lo que hace con la traducción en sus ensayos, su obra de ficción y su obra de traducción.
César Aira cuenta con una amplia trayectoria como traductor literario, evidenciada por la publicación de una gran cantidad de obras en traducción de su autoría desde el año 1975. El ejercicio de la traducción editorial constituyó su medio de vida hasta su consagración como escritor.
En sus intervenciones públicas, ante la pregunta habitual acerca de su trabajo como traductor, suele responder que siempre consideró a la traducción como un oficio para ganar dinero, considerado con total pragmatismo, al punto que se especializó en “literatura mala”, sobre todo best sellers estadounidenses, porque es “más fácil de traducir” y, por ende, más redituable, y que solo tradujo “literatura buena” en contadas ocasiones, a pedido de algún amigo o “por casualidad”.
El tipo de traductor que César Aira proyecta en las entrevistas es un traductor autodidacta, con facilidad para aprender idiomas y con el “don” que le permite trabajar un par de horas por día para mantenerse, y a quien no le interesa la traducción para la literatura, ni la traducción como problema, ni la teoría de la traducción.
En cuanto a la relación entre su trabajo como traductor y su obra de ficción, la influencia del primero sobre la segunda, según sus dichos, pareciera reducirse, principalmente, al empleo de una prosa llana y legible, y al aprendizaje que deriva de la “disección” de los textos que requiere la práctica de la traducción. También ha señalado que “nunca le gustó la traducción para la literatura”, que la gente debería “aprender idiomas y leer los libros en su idioma original” y que nunca le “interesó mucho toda la cuestión teórica de la traducción”.
Aira firma que dejó de traducir cuando sus novelas empezaron a darle suficiente dinero y ya no lo necesitó económicamente (alrededor del año 2004), porque siempre tomó el oficio como “trabajo alimentario”. El hecho de que haya continuado traduciendo aun cuando ya no lo necesitaba económicamente lo explica por el cariño que se le toma a un oficio que se ejerce durante tantos años y por relaciones de amistad.
No obstante, al analizar una cantidad representativa de obras literarias traducidas por Aira, se puede observar que su obra de traducción no se limita a la literatura comercial, sino que ha traducido, entre otros, a autores canónicos como Shakespeare o Kafka. Algo similar se observa cuando se consideran las referencias a la traducción en textos no literarios de Aira, donde se encuentran reflexiones que contradicen, por ejemplo, su supuesto desinterés respecto de la cuestión teórica de la traducción. Solo con esos datos podemos comenzar a delinear una hipótesis: la figura de traductor que proyecta César Aira es contradictoria, dado que se observan diferencias sustanciales entre sus declaraciones en entrevistas, sus reflexiones sobre la traducción en textos que llevan su firma y su obra de traducción publicada. Sin embargo, nos falta un elemento fundamental: el análisis se complejiza aún más si añadimos su obra de ficción, ya que en varias de sus novelas encontramos personajes traductores o la traducción como tema. Por tanto, podemos afirmar que César Aira construye una figura de traductor paradójica, que varía según nos concentremos en lo que dice sobre la traducción en sus intervenciones públicas o en lo que hace con ella en sus ensayos, su obra de ficción y su obra de traducción.
Al contrastar las declaraciones de César Aira respecto de su obra de traducción con las obras que efectivamente tradujo (más de ciento veinte traducciones publicadas entre 1975 y 2019, en su gran mayoría del inglés, pero también varias traducciones del francés, y algunas del italiano, el portugués y el alemán), observamos que a muchas de ellas no les cabría el rótulo de “mala literatura”, porque tradujo a autores del canon occidental como William Shakespeare, Franz Kafka, Oscar Wilde o Jane Austen. La “literatura buena” que, según Aira, tradujo en contadas ocasiones, a pedido de algún amigo o por casualidad, está representada, por lo menos, por una treintena de obras. Además de Trabajos de amor perdidos, Cimbelino, La metamorfosis, El fantasma de Canterville y La abadía de Northanger, de los autores antes mencionados, encontramos obras de Joseph Conrad, Washington Irvin, Robert Louis Stevenson, Arthur Conan Doyle, Edgar Allan Poe, Ray Bradbury, Antoine de Saint-Exupéry, Dino Buzzati, Giorgio de Chirico, Saul Bellow, André Brink, Michel Lafon, Sérgio Sant’Anna, Sylvain Tesson y Akira Yoshimura. La literatura comercial, por su parte, representa aproximadamente la mitad de las traducciones.
Si bien Aira ha manifestado que dejó de traducir definitivamente en 2004, entre los años 2000 y 2009 no encontramos una disminución tan pronunciada en la cantidad de traducciones publicadas: el cambio más notorio en esos años no es cuantitativo, sino cualitativo, ya que los best sellers disminuyen notablemente para darles lugar a los clásicos y otras obras “de calidad”. Dicho cambio se acentúa de 2010 en adelante, cuando la literatura comercial desaparece. En cuanto a la cantidad de títulos, resulta curioso que alguien que dejó de traducir profesionalmente tenga publicadas quince obras en diez años. Aira también ha publicado una treintena de traducciones de obras de no ficción de distinta índole (ensayos, literatura de viajes, textos de divulgación científica, biografías, correspondencia y algunas curiosidades, como textos esotéricos, una guía espiritual o un libro sobre estancias argentinas), pero no menciona en las entrevistas esos textos no literarios.
Los cambios que se producen con el tiempo en el tipo de obras que traduce, además de explicarse por la posibilidad de vivir de su obra de ficción, muy probablemente tengan que ver también con el hecho de que cambia su posición en el campo literario. Desde que César Aira se convierte en una “firma” y ocupa un lugar central en el campo, cuando traduce una obra ya no es un mediador ordinario, sino un consagrador consagrado que aporta legitimidad y prestigio a los autores que traduce o, si se trata de un clásico publicado por una editorial pequeña o independiente, al sello editorial.
A partir del análisis de la obra de traducción de César Aira, podemos observar que no hay una correspondencia exacta entre sus declaraciones y las obras que efectivamente tradujo: la proporción de obras que no caben en la categoría de literatura comercial es considerable para un traductor que afirma haberse dedicado a la traducción de best sellers como trabajo alimentario y que solo tradujo literatura excepcionalmente; la proporción de obras traducidas después de haber dejado de trabajar para vivir es considerable para un traductor que afirma que no le interesa la traducción para la literatura.
Contradiciendo el supuesto desinterés por la traducción como problema teórico que ha manifestado en entrevistas, César Aira se refiere a distintos aspectos de la traducción en diversos textos de no ficción publicados entre 1991 y 2018.
En el ensayo Nouvelles Impressions du Petit Maroc (1991), desarrolla teorías sobre la literatura y, entre ellas, hay lugar para la traducción: además de horrible y denigrante, la traducción es inútil, ya que la posibilidad de la existencia de una literatura en el extranjero es absurda. En cambio, en Edward Lear (2004), donde reúne sus ideas sobre el autor inglés del título y su obra, abundan las reflexiones sobre la traducción y su postura es muy distinta, dado que parte del supuesto de que todo mensaje puede traducirse a cualquier otra lengua y afirma que, para traducir literatura, el traductor debe ser capaz de llevar a cabo una captación directa de la obra de arte y, en ese proceso, también está haciendo literatura. También encontramos reflexiones en torno a la traducción en Continuación de ideas diversas (2017) y en Evasión y otros ensayos (2018).
El movimiento de las ideas desarrolladas por Aira en estos ensayos pareciera formar un continuum que comienza en el rechazo, en Nouvelles Impressions du Petit Maroc, pasa por la posibilidad en Edward Lear y Continuación de ideas diversas, donde comenta estrategias específicas para abordar problemas de traducción, y culmina en una apreciación positiva en Evasión y otros ensayos al describir a la traducción como una práctica capaz de iluminar un texto original.
En cuanto a su obra de ficción, en un número considerable de las más de cien novelas que lleva publicadas, encontramos personajes traductores, escenas de traducción, contextos multilingües y la traducción tematizada como problema, empleada como procedimiento o mencionada al pasar, por ejemplo en La liebre (1991), La fuente (1995), El congreso de literatura (1997), El sueño (1998), Cumpleaños (2001), Varamo (2002), La Princesa Primavera (2003), El pequeño monje budista (2005) y Fulgentius (2020).
En esas novelas encontramos la traducción abordada de diversas maneras, que abarcan desde cuestiones abstractas y generales, como una noción ampliada del concepto de traducción como inherente a todo acto de comunicación, a cuestiones muy concretas del ejercicio cotidiano de la profesión, como la enorme importancia de cumplir con los plazos de entrega. Entre esos dos polos, encontramos la traducción como procedimiento para la creación literaria, que en algunas novelas se configura como principio constructivo; la comunicación interlingüística como problema; la noción de equivalencia en múltiples dimensiones; las nociones de domesticación y extranjerización como estrategias de traducción globales y locales; el funcionamiento del mercado editorial; las condiciones materiales del trabajo del traductor; el habitus del traductor literario; la práctica de la traducción como trabajo alimentario; la traducción como oficio al que se llega por casualidad o necesidad.
En la obra de ficción de César Aira vemos el desarrollo más exhaustivo de ideas sobre la traducción y los traductores en múltiples dimensiones, entre las que se destaca el empleo de la traducción como procedimiento para la creación literaria, como un modo de hacer comprensibles para el lector experiencias que carecen de nombre en el lenguaje. En las novelas encontramos también conceptos teóricos, como el de equivalencia, e ideas que se pueden vincular con conceptos teóricos de los estudios de traducción, lo que demuestra que, como observa Rosemary Arrojo en Fictional Translators (2018), es posible aprender mucho acerca de la traducción a partir del estudio de obras de ficción. Por último, en la caracterización de personajes traductores, encontramos numerosas referencias a las condiciones materiales del trabajo del traductor y al habitus del traductor literario, en sintonía con la hipótesis de Jean Anderson (2005) sobre el hecho de que los autores-traductores pueden expresar en los textos literarios los elementos afectivos que carecen de un lugar oficial en el proceso traductivo.
En cuanto escritor que construye una figura de autor muy cuidadosamente a lo largo de muchos años y que considera que la constitución de un mito personal está en el centro de su actividad literaria, resulta entendible que César Aira le reste importancia a su trabajo como traductor en las entrevistas y lo presente solo como una actividad secundaria.
Las evidencias que indican que la traducción es mucho más que eso para Aira debemos buscarlas en su obra. Como anticipábamos al principio, la combinación de todos los elementos nos permite describir una figura de traductor paradójica, que varía según nos concentremos en lo que Aira dice sobre la traducción en sus intervenciones públicas o en lo que hace con ella en los textos que publica. En las entrevistas, construye una figura de escritor que traduce “literatura mala” como trabajo alimentario, a quien no le interesa la traducción como problema ni la traducción para la literatura y que, una vez resuelta la cuestión económica, se puede abandonar. En su obra de traducción, en sus novelas y en sus ensayos, encontramos una figura de traductor profesional, que traduce para vivir, pero que responde también a una pulsión de traducir, que reflexiona sobre su práctica y sobre las condiciones materiales del oficio, que esboza teorías sobre la traducción y que, una vez resuelta la cuestión económica, puede dejar de traducir “literatura mala” para traducir “literatura buena”.
Por otra parte, podemos afirmar que César Aira proyecta una figura de traductor débil y construye un mito de autor fuerte porque, aun cuando traduce, se proyecta como autor, un autor que traduce porque de algo tiene que vivir y sufre la desdicha de traducir por necesidad. Sin embargo, si bien esta descripción puede sonar convincente, no debemos olvidar que Aira se queja de la profesión, pero no consigue dejarla del todo cuando ya no la necesita para subsistir: para ser un escritor a quien no le interesa la traducción para la literatura, ha traducido demasiadas obras literarias. Y para ser un escritor a quien no le interesa la cuestión teórica de la traducción, se ha referido a ella demasiadas veces en sus textos de no ficción, así como la ha usado como tema, como profesión u ocupación ocasional de sus personajes y como procedimiento literario en su obra de ficción. Entonces, podemos arriesgarnos a pensar que César Aira no es meramente un escritor que traduce, sino también un traductor que escribe novelas y ensayos. El traductor queda eclipsado por el autor no solo porque el campo literario lo ha dejado tradicionalmente relegado a un segundo plano, sino también porque, en el universo airiano, la importancia de la constitución del mito personal del escritor obnubila todo lo demás.