Nota del editor: Esta es una de las tres reseñas ganadoras del I Concurso de Reseñas Literarias de LALT (2023). Nos complace compartir las reseñas ganadoras en el presente número de la revista.
Richmond: Editorial Casa Vacía. 2023. 132 páginas.
Para entender a los artistas del siglo XXI, sugiere Nicolás Bourriaud, convendría observar a las plantas. No cualquier ejemplar, sino especialmente a las radicantes, aquellas cuyas raíces crecen y se esparcen a medida que avanzan. En nuestra cultura global, compuesta por ingentes masas migratorias a lo largo del mundo entero, la dinámica del radicante sería la más representativa de la producción estética. El arte radicante implica el proceso de transformar lo propio durante el desplazamiento. Ser radicante, observa Bourriaud, supone poner en marcha las propias raíces en contextos y formatos heterogéneos.
La metáfora de Bourriaud resulta muy estimulante para leer la obra literaria de Legna Rodríguez Iglesias, especialmente Ilusiones de botánica, uno de sus últimos poemarios, escrito en 2016 y publicado en 2023 por la editorial Casa Vacía. Sin dudas, Rodríguez Iglesias –narradora, poeta, dramaturga, cronista, nacida en Camagüey en 1984 y residente en Miami–, posee un tipo de escritura traslaticia, entre diferentes géneros literarios y soportes mediáticos. Varios de sus cuentos están escritos en verso, como sucede en La mujer que compró el mundo (2010), o se ven intervenidos de manera visual como en No sabe/no contesta (2015). Muchos de sus poemas funcionan como pequeños dispositivos teatrales, como puede leerse en los “monólogos” y la serie de “teatro kabuki” de Chupar la piedra (2021). Los ejemplos se multiplican e incluyen en su producción distintas acciones performáticas, realizadas tanto en Cuba como en Estados Unidos. El pacto autobiográfico que tiende entre su literatura y sus intervenciones en Facebook o Instagram produce una percepción de su obra como la de una performance continua, en la cual palabra y vida se ponen en juego cada vez. Legna no deja nunca de poner en escena su propia voz a través de escenarios móviles, itinerantes.
Así, escribir es trasladarse. Y esto vale para la recuperación formal de algunas tradiciones muy caras a la literatura hispana y latinoamericana que la autora realiza justamente al momento de reflexionar sobre el exilio. Como en Miami Century Fox (2017), un libro compuesto enteramente por sonetos y cuya temática es la experiencia migratoria. Retomar aquella forma del barroco para construir versos y destinar su asunto ya no al amor –el tema clave de Sor Juana Inés de la Cruz –, sino a la difícil inmigración a Miami, parecería decirnos que para trasladarse geográfica y lingüísticamente se vuelve necesario llevar un equipaje mínimo, esencial, de la poesía en lengua madre. Escribir sonetos, recuperarlos y abrir nuevos caminos con lo heredado puede ser un modo de aliviar el destierro.
Ilusiones de botánica también se orienta en este sentido. Se trata de un libro de poemas en versos heptasilábicos, octosilábicos y endecasílabos. Cada uno lleva por título el nombre de una planta, de un fruto o una semilla y se acompaña con una ilustración de Laura B. Marrero. Su disposición, aunque no se ordene alfabéticamente, remeda el formato de la enciclopedia: una serie de ejemplares del mundo vegetal que fabrican la ilusión de explicarse a través del arte y las palabras.
El libro enfatiza lo ilusorio de esa representación, invita a las conexiones insólitas, subraya las vinculaciones lejanas. En “Kiwi”, por caso, se habla con gracia de lo lampiño, el cuchillo y la limpieza. Este modo de relación ingeniosa, sumado al requisito de la métrica ceñida, recuerda en más de una ocasión, nuevamente, a la tradición barroca. En especial en aquellos poemas que tematizan el arte de escribir como “Orégano”, donde el poema se presenta como un plato de comida, o, más directamente, en “Flamboyán”: “Times New Roman, Normal, 12. / Actualizar el estilo. / Espaciado doble. Filo. / Documento nuevo. Tose. / Insertar símbolo. Pose”.
La idea de enciclopedia botánica trae, a su vez, una genealogía. Una dedicatoria y un recuerdo, según cuenta la autora en su nota preliminar. Sus padres, que la concibieron como “las flores, las matas o los árboles frutales” en una escuela para ingenieros agrónomos, tenían una biblioteca ordenada en tres partes: la obra de José Martí, los tratados marxistas leninistas y los libros de botánica. Haberse dedicado a estos últimos, comenta, fue para ella una tarea pendiente, aunque acaso “una estrofa métrica tradicional tal vez sea lo mismo que una especie vegetal, dígase rara o en extinción, o simplemente una especie silvestre, de las que te encuentras en la vereda o en las aceras, en los jardines o a la entrada de los supermercados. Algo tan popular como la música”. Escribir versos en siete, ocho u once sílabas resulta así una tarea tan exótica como una flor y a la vez tan cotidiana como una canción.
En Ilusiones de botánica escribir equivale a echar raíces, hojas, pétalos y frutos: tal es su potencia para leer la poesía latinoamericana migrante…
La frase nos permite pensar que la referencia al origen es múltiple, ya que, si por un lado la botánica la lleva al homenaje a sus padres y sus bibliotecas, por el otro, la elección formal y sus consideraciones la conducen a Martí, la gran figura paterna de la poesía cubana, con sus flores del destierro, sus versos tan hirsutos como sencillos y cuya métrica octosílaba, del romancero español, se destinaba a ser recuperada, justamente, por la oralidad. No obstante, este de Legna es un Martí ablandado, enternecido como fruta pisada, hecho puré. La poeta retoma aquellas estrategias musicales, el uso de imágenes simples y naturales, pero no lo hace para ensalzarlo en un monumento definitivo, sino para obtener su pulpa, una sustancia poética que la devuelva imaginariamente a Cuba al tiempo que la ubique en un nuevo lugar. O bien que la ubique en Miami, aunque devolviéndole, a través del procedimiento formal, su antiguo paisaje. Los juegos y el tono infantil ligados con la desazón del exilio, clásicos vínculos martianos, se leen renovados, por ejemplo, en “Calabaza”:
Una vez, por avión
entré al otro país
sin ojo y sin nariz,
sin alma y sin riñón.
Y lo que fue canción
se convirtió en versículo.
Y lo que fue vehículo
se convirtió en pedal.
Y lo que fue cristal
ahora es un montículo.
Como sucede en otros momentos de su obra, también aquí Rodríguez Iglesias arma una autobiografía a través de viñetas. Narraciones brevísimas de la vida cotidiana que se construyen al modo de miniaturas delicadas y rimadas. La venta de poemas en una esquina (“Ítamo”), la ropa llevada al laundry de 13 y 27 (“Albahaca”), la fantasía de robar libros para su amada (“Achicoria”), el dilema de escribir para ganar dinero (“Sésamo”) o el método de hacer de la poesía un plato de comida (“Orégano”) son algunos ejemplos, aunque el procedimiento recorre todo el volumen.
La nomenclatura botánica entraña una narración de vida, alimentada por la maternidad, el sexo, la nostalgia, el cine o la inmigración. El canto se convierte en cuento y el poema en aroma. En Ilusiones de botánica escribir equivale a echar raíces, hojas, pétalos y frutos: tal es su potencia para leer la poesía latinoamericana migrante, que equivale a pensar, en buena medida, en la poesía latinoamericana en su conjunto. Las formas del pasado para dar cuenta del presente y los asuntos íntimos como ética frente al mundo son la ley que organiza los poemas de este libro, su archivo natural.